7 días y 6 noches

Capítulo 6. Sexta y última noche

Me despierto cansada, como si hubiera pasado un camión de millones de toneladas, por encima de mi cuerpo.

Mi último día en esta casa y lo que es mejor, la última noche.

No tengo hambre, pero me obligo a tomar aunque sea un cacao caliente.

Me echo en el sofá, me tapo con mi manta e intento leer un poco, pero los ojos me pesan demasiado y termino en los brazos de Morfeo.

Despierto por un golpe, miro alrededor y me doy cuenta que ya es de noche. Me levanto de mala gana, voy a la cocina y saco el último tuper que me enviaron.

Ni me fijo en lo que como, el cansancio es horrible. Quiero dormir, dormir y mañana irme a mi casa.

Recojo toda la cocina, lo vuelvo a meter todo, en las cajas que traje. Así, una vez que me vengan a buscar, salgo sin mirar atrás.

Esta noche, nada de té, total ninguna noche, lo terminé de tomar…

Me siento en el sofá, cuando veo que la pared se abre, al lado de la chimenea. No hago caso, me da igual los fantasmas, las muñecas y que sea noche de Hallowen.

Abro el libro, pero esa pared…no dejo de mirarla de reojo, hasta que mi curiosidad, me hace levantarme y acercarme.

Vela encendida en mano, lo que me encuentro, es una escalera de debe de dar al sótano. Voy despacio, oyendo crujir algunos escalones.

Efectivamente, es un sótano tan grande como la casa, pero sin nada, vacio. Bueno no, con una cama, un baño sin paredes y…un armario lleno de comida enlatada. Si esto era un escondite, lo tenían bien preparado.

Oigo el golpe de la puerta al cerrarse.

-Genial, ya empezamos la noche con ruidos -digo en voz alta.

Doy vueltas por el lugar, hasta que la vela se apaga debido a una corriente de aire. Según leí en algún libro, si hay corriente, eso es que hay salida.

A oscuras, voy palpando la pared, centímetro a centímetro, hasta dar con una puerta bien escondida. La empujo y tengo más escaleras, las bajo.

-Guau!! -grito girando sobre mis pies, al ver todos los pasadizos que me encuentro -y ahora tengo que ir a oscuras.

Un ruido me asusta, al fondo veo claridad, me voy acercando y una sombra corriendo tiró un farolillo. Me agacho a cogerlo y emprendo el mismo camino que la sombra.

No sé los metros recorridos, pero al fin, encuentro una luz al final de uno de los túneles, voy despacio, no quiero que se enteren que estoy aquí. Me asomo y veo a tres ancianas, alrededor de una cacerola gigante, encima de un fuego echo con leña, una escena, digna de una película de Disney.

-Entra Débora -dice una de ellas, sin ni siquiera mirarme -es de mala educación espiar a la gente.

-Es mi casa, puedo estar donde quiera -digo toda valiente, pero sin acercarme a ellas, las tres se empiezan a reír a carcajadas.

-De momento, esta casa nos pertenece -giran las tres cabezas a mirarme -te queda una última noche, niña entrometida.

Hacen una señal con la mano, cuando noto que alguien me empuja y me mete en la misma habitación que esas tres. Miro alrededor, las malditas muñecas están colgadas en las paredes, al igual que las fotos de mi bisabuelo y mis antepasados.

Una de las viejas, se me acerca, da vueltas sobre mí, sonriendo y mirándome fijamente. Me señala una silla, mi cuerpo obedece, mientras mi mente me llama floja. No me fio, por lo que no le quito la mirada de encima, lo que hace que no vea, cuando otra vieja, se pone a mi espalda y con una cuerda me ata mi cuerpo al respaldo de la silla.

Se ríen, una sonrisa mezquina.

-Sabemos que tienes un miedo -las miro a las tres, niego con la cabeza, es imposible que sepan, que tengo una fobia absoluta a las arañas.

Una de ellas trae una caja tapada con un pañuelo, la ponen sobre una silla, que pusieron enfrente de mí. Levantan la fina tela, para ver el interior de la caja de cristal.

-Arañas -dicen las tres a la vez -son nuestras amigas, quieres que sean también tus amigas?

Niego con la cabeza, abren una pequeña trampilla de la tapa, mete la mano, saca una asquerosa, negra y enorme araña. Juega con ella en su mano, se acerca a mí.

El corazón me va a mil, el estómago lo tengo revuelto y con ganas de vomitar.

-Son tan bonitas… -dice una de esas locas -y cuando se ponen en tu cuerpo, te hacen cosquillas.

Solo de pensar en tenerlas encima de mí, me dan escalofríos y se me pone la piel de gallina.

Caminan hacia mí, pero mis ojos están puestos en esos bichos. Aprieto mis labios. Me pasan una por delante de mi cara, a escasos milímetros, diría que mi respiración se ha parado, lo cual no me extrañaría.

Una vieja está en mi espalda, no veo lo que hace, pero noto que algo está en mi pelo. Mis lágrimas se escapan, intento gritar, pero mi miedo me lo impide.

Me muevo, por su pudiera librarme de las cuerdas, pero es inútil, lo que conseguí, es caer al suelo. Les pido ayuda, pero ninguna se mueve, es más se ríen.

Cuando me doy cuenta a donde se dirigen sus miradas, me muevo como puedo, ya que mis manos están también amarradas al respaldo de la silla caída. Las tres arañas, avanzan hasta donde estoy yo, vienen juntas, como si fueran un pelotón de soldados, que van a la guerra.




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