Cuando dije que estaba estresado, no mentía. Me costo horrores poder conciliar el sueño por la noche, dando vueltas con un montón de escenarios ficticios reproduciéndose en mi cabeza y cada cual peor que el anterior.
Salí de casa como un zombie, aun con la taza de café super fuerte que preparo mamá específicamente para mi. Ninguno hizo un comentario sobre mi apariencia pero podía oírlos cuchichear entre ellos, solo que sin ningún tipo de energía para debatirles.
Es tan espesa mi aura y apariencia que incluso Roger y Alana mantuvieron su distancia en cuanto puse un pie en la universidad y acá vamos de camino a la cafetería en un silencio tan sepulcral que comienzo a creer que nunca me levante de la cama y realmente estoy muerto, vagando solo mi espíritu en busca de un ultimo objetivo que no se cumplió.
—No había querido opinar, aunque creo que mi rostro ya lo había hecho, pero luces espantoso —dice Alana, rompiendo el silencio.
Las otras personas en la fila que alcanzaron a escuchar, voltean a mirarla con rareza, como si no creyeran lo que acaba de decir o el tono brusco en que lo hizo.
—Gracias.
—¿Qué te paso? ¿Ocurrió algo con tus padres? —Roger tiene la decencia de acercar su boca a mi oído y susurrar.
—Si, sucedieron muchas cosas en solo minutos.
—Yo pediré por todos, lárguense —anuncia Alana.
—Alguien debe ayudarte —señala Roger—. Adelántate Mario, nosotros estaremos en unos minutos contigo.
No tiene que decirlo dos veces cuando me encuentro arrastrando los pies hacia la mesa mas alejada y escondida que hay disponible. Puedo sentir varias miradas curiosas posadas sobre mi pero el cansancio no me permite siquiera identificarlas, solo puedo enfocar la vista en mi meta.
—Paz —murmuro para mi mismo.
Dejo caer mi cabeza sobre la meza y me acomodo mejor en la silla, subiendo las piernas al asiento de enfrente y colocando mis brazos estirados a cada lado de mi cabeza. Creo que estoy en una posición muy vergonzosa pero no me permito mover ni un centímetro porque extrañamente he hallado comodidad.
Se que los chicos no van a demorarse mucho con el pedido porque apenas quedaban como cuatro personas por delante de nosotros, pero mis parpados pesan y debo cerrar los ojos si quiero, al menos por un minuto, ser feliz.
—Oye, Alana se comió tu almuerzo —es lo primero que escucho.
Pero estoy tan desorientado que me pregunto por un segundo “¿Quién es Alana?” Hasta que parpadeo y veo a Roger con una sonrisa, mi cuerpo esta agarrotado por la posición y la triste realidad de que continuo en la universidad y aun faltan dos clases mas, me golpea de frente.
Quiero llorar pero incluso eso requeriria esfuerzo de mi parte.
—Tengo mucho sueño —digo con la voz rasposa.
—¿A donde tan obvio? —se burla Alana.
—¿En serio te comiste mi almuerzo? —le pregunto, mirandola con un solo ojo.
—Por supuesto que no, pero dormiste por media hora practicamente y Roger decidio que ya era hora de despertarte o no alcanzarias a comer —explica.
Como siempre Roger siendo un amor de persona.
Volteo a sonreír pero mi cara no coordina con mis pensamientos y mi amigo se ríe al ver mi expresión.
—¿Vas a contarnos que te desvelo tanto? ¿Siquiera dormiste? —cuestiona, luciendo preocupada.
—Creo que una hora —mi voz sigue sonando ronca por lo cual robo el agua de Alana y le doy un largo sorbo.
—¿Es en serio? Por eso te ves de la mierda —comenta con cero disimulo mi “amiga”.
—Le dije a mis padres lo que sucedió ayer con el capitán del equipo de béisbol —ignoro a Alana pero mantengo mi venganza silenciosa al tomarme toda su agua—. Creí que se molestarían, me castigarían o al menos me prohibirían acercarme a él, pero nada paso como lo había imaginado.
Dejo el suspenso en la mesa mientras devoro un poco el arroz con pollo y la ensalada de mi almuerzo. Creo que el chisme despertó mi apetito, Eso o el hecho de que solo tengo una taza de café en el estomago.
—¿¡Y qué paso!? —hablo la señorita desesperación.
—Quieren que lo invite a la parrillada de este sábado —resumo, recordando mi insomnio y usándolo como energía, vaya ironía, para poder hablar con él hoy.
Si o si.
—¿¡Qué!? —exclaman ambos sorprendidos.
—Así como escucharon; mis padres quieren conocer al chico que admitió que le gustaba su hijo. Es un suceso memorable —me burlo, ignorando sus expresiones de desconcierto y enfocándome en el delicioso almuerzo.
Las cocineras se han lucido como nunca hoy o mi hambre es voraz.
Pueden ser ambas, la verdad.
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Editado: 04.02.2025