9 Días Para Enamorarme

Capítulo 3; Caridad

Me desperté muy temprano, de nuevo tampoco es que hubiera dormido muy bien, pero conseguí descansar un poco antes de prepararme e ir a la novena navideña. No estaba seguro de si debía ir, pero me convencí de que si aquella niña tenía la voluntad de ir entonces yo también la tendría. Salí todavía más temprano que el día anterior y caminé despacio hacia el lugar de la celebración. En casa Mimoso no parecía tener intenciones de despertar y solo se acurrucaba bajo la manta que siempre le ponía.

Al llegar, la pequeña del día anterior entraba en su silla de ruedas siendo empujaba por su madre. La niña me saludó levantando su pequeña mano y esbozando una tierna sonrisa que no hizo más que avergonzarme. Por mi parte levanté mi mano para saludarla, intenté sonreír y disminuí la velocidad de mis pasos en tanto la niña y su madre avanzaban alejándose de mí. Por la dirección en la que iban supuse que se dirigían hacia los salones que almacenaban las sillas y decoraciones; allí donde los organizadores de la celebración se reunían y de donde sacaban luego lo necesario para la novena. Por una mágica inercia, mis pasos se dirigieron hacia ese lugar, sitio al cual no tenía razones para ir.

- Buenos días – dijo la chica que me invitó el día anterior -. ¿Decidió colaborarnos al fin?

- Yo – dije, titubeando y buscando razones para estar allí -, ¿qué hay que hacer?

- Muchas cosas; puede ayudar cargando sillas o ayudando a preparar todo para dar un bocadillo a los niños al finalizar – dijo ella -. Y ya que lo recuerdo, gracias por ayudar a Tiana.

Estaba confundido hasta que pregunté. Tiana era la niña que se había caído con la silla de ruedas. Después de esa corta y rápida presentación, cargué sillas y decoraciones hacia el templo. Durante la novena estuve cerca de la salida y atento por si era necesaria mi ayuda en la organización del evento. Nadie me buscó o solicitó mi ayuda entonces; pero sí estuve acompañado por Tiana y su madre, quienes cantaban alegremente los villancicos mientras yo hacía un esfuerzo por cantar con voz tenue. Al cabo de más de una hora ayudé a la madre de Tiana a moverla en la silla de ruedas e ir a los salones; después recogí cuanta silla pude y ayudé a acomodarlas para que los niños que llegaban pudieran sentarse y comer los pasabocas que algunas personas habían llevado para ofrecer.

- Está rico – dijo Tiana desde su silla, a mi lado, mientras yo estaba de pie observando el lugar.

- ¿Sí? - dije -, disfrútalo ¿quieres algo de beber?

Tras la respuesta afirmativa de la niña, fui a una de las mesas en las que tenían vasos de bebida para los niños. Al regresar, Tiana hablaba con la joven mujer que me había invitado. Acerqué el vaso a la niña y saludé a la joven que la acompañaba.

- ¿Es una niña linda, cierto? - dijo la joven – lástima lo que le pasó.

- ¿Qué le pasó? - dije

- Una enfermedad – respondió la joven -, ella estuvo muy mal y pudo salvarse, aunque sus piernas ya no funcionan bien. Pero, es admirable lo alegre y amable que es. Yo no podría.

- Tal vez sí – dije -, a veces nosotros mismos nos limitamos y creemos que no tenemos el poder suficiente para superar una dificultad.

- Eso sonó muy lindo – dijo la mujer.
- No es nada – dije, luego titubeé -, no debí decir nada – luego callé y seguí observando el sitio.

- Debo ir a empacar la comida para las familias que vendrán en un rato – dijo la joven mujer con amabilidad-. ¿Quiere venir conmigo?

La joven me miró a los ojos, como si buscara algo en ellos. Luego asentí y me despedí de Tiana y de su madre. Seguí a la mujer hacia otro salón, en este habían bolsas y alimentos crudos listos para ser empacados. Armamos mercados para las familias durante un par de horas y recibimos a las personas con muy mala suerte en la vida; en cierta manera me sentí afortunado de no ser uno de los que recibían esos paquetes de comida, aunque sí sentí envidia por algunas parejas que parecían inseparables.

Terminamos de empacar y entregar los alimentos, me dirigí al baño y lavé mis manos. Me despedí sin dar mayor importancia a quienes me despedían y salí del sitio. Detrás de mí, con paso apresurado, la joven mujer me siguió y alcanzó saludándome de nuevo.

- Entonces, ¿quiere decirme algo? - dije.

- Ah, no – dijo ella -. Solo voy a mi casa. Parece que vamos en la misma dirección.

- Entiendo – dije.

No logré construir otra frase para decirle, no tenía tema de conversación. Ella detuvo su paso apresurado en cuanto me alcanzó y caminó a mi ritmo. Seguí como si no la tuviera al lado, simulando distraer mi vista con las aves que pasaban y las personas que íbamos encontrando. Estuve así durante algunos minutos, procurando no parecer tan raro al quedarme apreciando el asfalto como si hubiera encontrado una característica especial en este. Al poco rato, ella se detuvo, tocó mi hombro con su dedo y sonrió acercando su mano hacia mí para estrecharla. Me detuve de inmediato y la miré. Bajo la luz del sol se veía aun más bella.

- Entonces ¿nos vemos mañana? - dijo.

- Sí – dije tras titubear y estirar mi brazo, para estrechar nuestras manos.

- Por cierto, me llamo Gabriella – dijo ella -. ¿Usted es?

- Soy Jacob – dije -. ¿No nos habíamos presentado antes?




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