9 Días Para Enamorarme

Capítulo 9; Sinceridad

Durante esa noche, Gabriella no durmió. Su llanto desconsolado y su soledad la tenían atrapada. Pretendía creer que era su culpa no ser suficiente para mis expectativas, sin embargo, en el fondo ella sabía que mi problema de confianza era el principal responsable del rechazo que sufrió ese día. No estuvo dispuesta a dormir sin antes dejar claros sus sentimientos y pensamientos sobre mí; escribió durante casi toda la noche, pensando qué me haría sentir mejor tras conocer todo mi pasado. A pesar de lo que le dije esa mañana, ella no buscó convencerme o sentirse mejor; solamente ideó una forma de mejorar mi valía y hacerme ver que mi vida no necesitaba de las metas que otros me imponían.

En otra parte, un hombre confundido y frustrado chocaba sus puños contra las paredes. Esa noche no pude dormir, mis ojos ardían y nadaban en lágrimas, mientras mi mente trataba de comprender por qué no era un mejor hombre para merecer aceptar un amor como el de Gabriella. Yo quería estar con ella, aunque me esforzaba por negar a mi propio ser que la amaba, en realidad quería decirle que era la única cuyos ojos me habían cautivado. Imaginé que me declaraba, soñé que la besaba, pero cuando ella mostró su deseo de estar conmigo la rechacé por miedo a no ser lo que ella merecía. Además, tampoco podía mentir, en muchas ocasiones imaginé que ella podría jugar conmigo o solamente burlarse.

Al día siguiente fui al evento, como de costumbre. No quise fallar y quería disculparme con Gabriella, a pesar de no estar dispuesto todavía a concretar una relación formal con ella. Al llegar, un poco más tarde de lo habitual, Tiana me recibió con un saludo alegre y su madre la secundó sacudiendo su mano. Gabriella no aparecía por ningún lado. La novena comenzó, transcurrió y terminó sin novedad alguna sobre mi compañera, ella no llegó.

Durante esa mañana tras la novena, mientras Tiana y yo hablábamos y comíamos bocadillos, Gabriella estuvo durmiendo unas pocas horas. Supe que estaba bien de salud porque Tiana se había comunicado con Gabriella en cuanto terminó la celebración. Justo estuve pensando en llamar a mi compañera, pero me era difícil encontrar palabras amables y satisfactorias para decirle; mi cobardía me venció. Acompañé a Tiana y su madre a casa, me despedí sin antes oír de boca de Tiana una tierna petición para que hablara con Gabriella. Tiana estaba preocupada porque la noche anterior había llamado a Gabriella y la había escuchado con el ánimo bajo, como si hubiera estado llorando. Tras despedirme de madre e hija, pasé por la casa de Gabriella. Me animé lo suficiente, empujado por la petición de Tiana, para presionar el botón del timbre y golpear la puerta, pero nadie atendió mi llamado.

Volví a casa, estuve preocupado por no haber encontrado a Gabriella en toda la mañana. En la tarde, poco después del mediodía decidí invitar a Gabriella a almorzar, era la excusa perfecta para pedir que me perdonara por haber sido tan poco delicado cuando ella me mostró sus sentimientos. Al final la llamé, logré conectar mi teléfono con el suyo y satisfactoriamente escuchar su voz. Tras ese aparato, la mujer que me había confesado su amor ahora parecía triste y cansada. Tuve miedo de molestarla, de decir palabras torpes que enterraran más nuestra amistad. Tuve miedo de decepcionar a Tiana.

- No tienes que decir nada – dijo ella por el teléfono después de que me disculpé  -. Fui muy lejos, muy pronto y te molesté. Sé que no estás listo para una relación así. Y, por cierto, ¿podemos vernos esta noche?

Ella no parecía tener interés en seguir oyendo mi voz por el teléfono. Apresurada me indicó la hora y acordamos encontrarnos en la noche, frente a su casa. Entonces, a pesar del temor que sentí por haber despertado algún rencor en ella, decidí que debía ir a mostrar mi arrepentimiento por lo cruel que fui el día anterior.

En cuanto llegué, la casa estaba iluminada de forma muy alegre y colorida. No creí que una joven, que vivía sola, dedicaría tanto tiempo y recursos a decorar su vivienda tan bien para la navidad. No estuve mucho tiempo parado allí cuando la puerta se abrió y del interior de esa bonita casa salió una mujer todavía más bonita y delicada, elegante, con aspecto inocente y gestos que la asemejaban a una princesa. En mi vida jamás creí que me sentiría tan insuficiente para una dama tal.

- Hola – saludé levantando mi mano y procurando la mejor sonrisa que pude -. Respecto a lo que pasó ayer. Lo siento, me centré en mí mismo y no tuve en cuenta lo que podías sentir. En ver no quise lastimarte.

- Decidiste tutearme, al final – dijo ella con voz dulce, con la mirada fija en mis ojos.

No supe qué decir, me sentí como un completo idiota. Estuve confundido por lo que dijo, creí que sería más amable hablar con ella como si fuéramos los mejores amigos, pero dentro de mí yo en verdad quería ser más que solo eso. En ese momento, viéndola tan bella y delicada, tuve miedo de comprometerme a amarla sin tener lo necesario.

- ¿Vamos? - dijo ella, rompiendo el silencio y tomando mi brazo -. No hay problema en que seamos amigos ¿verdad?

Sonreí, dejé que sus manos se adueñaran de mi brazo y me llevara hacia el parque del centro de la ciudad. Allí me guió a un centro comercial, comimos mucho, jugamos en un par de máquinas recreativas y extrajo de mí las carcajadas más ocultas que tenía utilizando sus chistes tontos y tiernos. Luego de eso me llevó a la plazoleta, donde había una agrupación interpretando canciones románticas y lentas; el lugar estaba lleno de parejas elegantes que bailaban acompañadas por velas y decoración navideña que parecía sacada de un viejo castillo. Gabriella fue al frente tomando mi mano; compró una tiara de plástico que ofrecían para la ocasión y una rosa que puso en el saco de mi traje. Detrás de ella me preocupé más de lo normal, en mi mente elevé ruegos para que ella no decidiera bailar conmigo; yo no sabía bailar, no me gustaba y jamás lo había hecho.




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