9 Días Para Enamorarme

Capítulo 10; Confusión

Iba yo hacia la novena, para cumplir con el octavo día. Por lo ocurrido la noche pasada y lo bien que parecía andar mi amistad con Gabriella me sentía renovado y tranquilo. Sin embargo, cuando fui por ella a su casa temprano, para ir juntos a la celebración, ella no salió. Desde el interior de su casa, Gabriella me llamó por teléfono para avisarme que no asistiría debido a un resfriado que parecía tener. Ella insistió en que yo fuera al lugar, como siempre, y colaborara sin su ayuda. Me agradeció por haber estado con ella la noche anterior y finalmente se despidió.

Durante la celebración sentí que había un vacío en mi interior, Gabriella hacía falta en ese lugar. A diferencia del día anterior, cuando me sentí preocupado y hasta enojado conmigo mismo por rechazar sus sentimientos por mí, esta vez me sentí inútil por no estar con ella ayudando a su cuerpo a recuperarse. Mi mente seguía teniendo dudas sobre nuestra amistad. Para ella yo era el indicado para acompañarla y hacerla feliz, pero para mí yo no era nada más que un simple amigo. Mis capacidades eran limitadas y esa mañana lo confirmé; debía estar con ella, pero no sabía qué podía hacer para que se sintiera mejor. Mi intuición me decía que por más que yo le llevara medicamentos o le consiguiera un médico, en ella había un daño mayor que no conocía y que era irreparable en mis manos.

Tiana tenía la misma información que yo. La niña me acompañó después del evento de la mañana y me hizo jugar con ella en las actividades organizadas para los niños. Luego de eso, junto a su madre, Tiana y yo desayunamos en el restaurante que frecuentábamos con Gabriella. La niña estaba preocupada por mi compañera y constantemente me hacía alguna pregunta relacionada con su salud. Tal parecía que Gabriella le había contado a la niña lo mismo que a mí. Así, confié en lo que sabía hasta el momento y tuve fe en que al día siguiente veríamos a Gabriella de nuevo, moviendo nuestras emociones con su sonrisa.

En la tarde, ya en casa, estuve corrigiendo partes de mi reciente novela y acaricié a Mimoso hasta que sus ronroneos se apagaron por un profundo sueño sobre mi escritorio. El gato me daba confianza, parecía que yo no era tan inútil para hacer sentir bien a quien me importaba; aunque Gabriella era alguien cuyos problemas e importancia en mi vida eran mucho más complejos. Decidí llamar a mi compañera con la esperanza de tener buenas noticias sobre su salud, lastimosamente y para elevar mis preocupaciones, ella no respondió mis llamadas.

Tarde aquella tarde, prácticamente cerrando el día con el sol ya durmiendo y las estrellas lejanas decorando la oscuridad del cielo, Gabriella arribó a mi puerta. Su semblante había cambiado respecto al día anterior. No parecía ser la misma persona, se veía triste y cansada, sus ojos denotaban insomnio de varias noches y su ropa me daba a entender que alguien había muerto.

- Gabriella estás bien – dije invitándola a pasar adentro.

- Debo irme – dijo ella interrumpiendo mi invitación y esforzándose para hablar, luego sacó un sobre del bolsillo de su abrigo y me lo entregó -. Mañana tampoco estaré disponible, tengo algunos asuntos familiares qué resolver. Tal vez después nos veamos, te avisaré. Trata de dormir.

- Deberías dormir tú – susurré mientras el taxi se alejaba con ella adentro.

Esa noche entendí que su tristeza no estaba relacionada con mi rechazo a su declaración. Realmente había un problema mayor que atentaba contra su paz y que la obligó a fingir que estaba enferma. Yo no era un experto, nunca lo fui, pero cualquiera hubiera notado en su voz y apariencia que realmente su resfriado era muy leve o incluso inexistente.

Cené y alimenté a Mimoso en tanto observaba el sobre que ella me había entregado, solo tenía escrito mi nombre. Tras ver el plato vacío de el gato, decidí acomodarme y leer la carta que había dentro del sobre. Lo que encontré me dejó ver que cualquier desgracia en mi vida era poco en comparación con lo que Gabriella había soportado por años. Específicamente durante esas fechas festivas.

- Discúlpame por favor Jacob, eres simplemente lindo – decía ella en la carta -, pero no soy tan segura como aparento. Durante estas fechas debo afrontar la realidad de no ser más que otra víctima de la soledad y la nostalgia. Mis navidades nunca han sido felices, no desde que mi madre murió. Antes, con ella solía cantar villancicos y cocinar algunas pocas comidas que terminaban por causarnos indigestión; pero era feliz. Después de perderla, mi abuela fue mi apoyo, pero siempre extrañé a mamá; además nana murió muy pronto también. Van casi veinte años desde que perdí a mi madre y cerca de diez defendiéndome por mi cuenta, sola en la casa que solía pertenecer a mamá. Esa casa, que decoro con devoción cada año en diciembre, es lo que queda de mi madre en este mundo. Ahora sabes que realmente tengo poco y que no soy la mejor mujer para ti, pero no puedo evitar amarte Jacob. Me has escuchado, eres el único ser humano con vida que me conoce tanto. Ni siquiera a Tiana podría contarle tanto. Eres especial, pero dudas demasiado de ti. No te puedo forzar a ser más seguro, porque yo misma dudo de mí en extremo, sobre todo en estos días. Debo acompañar la tumba de mamá y acudir a las oraciones por mi abuela; casi nadie queda en mi familia que me recuerde. Perdóname por mentir; no estoy resfriada, solamente necesito tiempo para convencerme de que puedo con todo yo sola, como siempre. No temas, cada año por estas fechas Tiana me escribe alguna linda carta de navidad y la deja bajo mi puerta, eso suele animarme lo suficiente para no hundirme en pensamientos que podrían terminar en tragedia. Y ya que recordé, quiero agradecerte por esa noche maravillosa. Disculpa los pisotones que te di bailando. Con amor, Gabriella.




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