¿Alguna vez te has detenido a pensar cuántos corazones has roto? Probablemente no. O al menos no la mayoría de las veces. Es natural; en el amor, solemos centrarnos en lo que sentimos y no tanto en lo que provocamos en los demás. Pero aquí entra algo importante: en el amor también hay espacio para el rencor.
He escuchado muchas veces esa frase: “Del amor al odio hay un solo paso”. Y, sinceramente, no sé si la entiendo del todo. Quizás debería ser: “Del amor al odio hay un paso que nadie debería dar”. Porque, vamos, ¿cómo puedes odiar algo que un día amaste? Es difícil de comprender. Tal vez todo se reduce a que somos contradictorios por naturaleza, y esas dos caras —amor y odio— son parte de lo que somos. Pero, aun así, es cruel.
Ese sentimiento de odio hacia algo que una vez fue único y especial es como una bestia que no debería existir. ¿Cómo llegas a odiar algo que amaste con todo tu ser? No tiene sentido, y sin embargo, sucede. Peor aún, hay personas que, llenas de ese rencor, dejan salir palabras venenosas, hablando mal de quienes una vez amaron. Y eso… eso es feo. Porque, ¿qué tipo de persona eres si decides atacar y menospreciar a alguien que alguna vez fue importante en tu vida?
Es ahí donde surge la duda: “¿Y si no hablo, cómo supero a esa persona?” Y ahí es cuando reflexiono: no se trata de olvidar o de odiar, porque en realidad, nunca puedes dejar de pensar por completo en alguien que amaste. Lo que pasa es que el amor cambia, evoluciona. A veces, lo que sientes ya no es amor verdadero, sino una confusión entre lo que fue y lo que quisiste que fuera.
El amor y el rencor pueden ser confusos. Pero tal vez, solo tal vez, la clave no esté en olvidar ni en odiar, sino en aceptar. Porque, al final, lo que alguna vez amaste formará siempre parte de lo que eres. Y eso, aunque sea difícil, también es un tipo de amor.