Dante
Por la noche, cuando mi padre entra por la puerta, lo observo mientras se tambalea de un lado a otro. Una vez más, ha vuelto a beber, como suele hacerlo, pero en esta ocasión la situación es más preocupante. Esta vez está mucho más borracho que en otros días, y, sin duda, esta noche se encuentra en un estado aún más lamentable.
Tengo la inquietante sensación de que esta noche sucederá algo significativo. Una vez más, se escucha el estruendo de voces en alta discusión; los gritos resuenan con tal intensidad que me veo en la necesidad de tranquilizar a mi hermano, quien se encuentra acurrucado detrás de mí, visiblemente asustado. La imagen de mi hermano en medio de esta situación me lleva a reflexionar sobre la decisión que tomamos de intentar escapar. A pesar de mis dudas, estoy decidida a encontrar una forma de liberarnos de este hogar que se ha convertido en un verdadero infierno para nosotros.
No puedo seguir tolerando esta situación. Cada día es un tormento ver cómo mis padres discuten y pelean entre ellos. Además, cuando salen a trabajar, la soledad se siente abrumadora, ya que nos dejan sin la atención que necesitamos. A pesar de todo esto, me esfuerzo por cuidar de mi hermano de la mejor manera posible. He aprendido a cocinar, a limpiar la casa, a poner la lavadora y a hacer muchas otras cosas. Estoy tratando de mantener el hogar en orden y asegurarme de que mi hermano esté bien, aunque a veces me sienta abrumado por la situación.
De repente, escucho el sonido del timbre y cuando miro, me doy cuenta de que hay unos policías acompañados de una asistente social. Uno de los policías se dirige a ellos y les informa que tanto mi hermano como yo debemos ser llevados a un centro de menores. Al escuchar esta noticia, mi hermano y yo nos quedamos en completo silencio, sin saber cómo reaccionar. En mi interior, una sensación de miedo se apodera de mí, aunque no logro encontrar las palabras para describir lo extraño que es sentirme así. Es como si una presión invisible me oprimiera el pecho, y la confusión me hace dudar de lo que está sucediendo.
El motivo por el cual estamos en esta situación es porque hay una denuncia en su contra. Puedo observar cómo mi madre, un poco nerviosa, les está entregando las maletas que pertenecen a mi hermano.
Como si ella hubiera preparado nuestras maletas con la certeza de lo que está a punto de suceder. y a mí. Mi hermano, visiblemente angustiado, comienza a llorar y repite que no quiere ir a ese lugar. La asistente social, tratando de ser comprensiva, le habla con un tono dulce y tranquilizador, pero yo no puedo evitar desconfiar de sus palabras, que me parecen vacías y poco sinceras.
Después, mis ojos se posan en nuestra madre, llenos de una desconfianza absoluta. La situación me inquieta y su expresión no me inspira confianza. A mi lado, nuestro padre muestra una inquietud inusual; su nerviosismo es más intenso que en cualquier otra ocasión que haya presenciado. Ambos, nuestros padres, evitan hacernos contacto visual; permanecen ahí, inmóviles, como estatuas en un silencio sepulcral, incapaces de articular una sola palabra.
Les miro con desprecio y rabia, ya que su mirada se mantiene fría y carente de cualquier atisbo de tristeza. No debería estar pasando por esto mi hermano y yo. Mientras tanto, mi hermano pequeño parece muy asustado por la situación que nuestros padres han creado. Intento consolarlo como puedo, pero hay una sensación extraña que me invade, una sensación de que nuestras vidas se han vuelto un caos, como las de unos niños maltratados .
A continuación, mi hermano y yo nos alejamos, avanzando tras los policías que se dirigían a su destino. Nuestros padres quedaron atrás, completamente desorientados y sin una idea clara de cómo se verían nuestras vidas a partir de ese momento en aquel nuevo lugar. La incertidumbre nos envolvía, mientras nos entrábamos en lo desconocido, dejando atrás todo lo familiar.
Nos montamos en el automóvil que nos conducirá a nuestro nuevo destino. En cuestión de minutos, el policía estaciona el coche justo frente al centro de menores. Un escalofrío recorre mi cuerpo, ya que una sensación abrumadora me invade; presiento que este lugar va a convertirse en un verdadero infierno para mí. En mi interior, una serie de pensamientos y emociones difíciles de identificar se agolpan, y me resulta imposible comprender lo que está sucediendo.
Nos bajamos del auto y suspiro fuerte, mirando al cielo.
Lo abrazo con la esperanza de que mis palabras le den consuelo, diciéndole que todo va a estar bien. Sin embargo, en el fondo de mi corazón, sé que la situación no es nada fácil. A pesar de eso, entiendo que debo ser fuerte por nosotros, ya que no contamos con nadie más que nos brinde protección o apoyo en estos momentos difíciles.
Viendo cómo mi hermano me pregunta por qué estamos aquí, trato de explicarle lo que está sucediendo y que no es nada fácil explicarle a un niño pequeño
sobre la situación
Le explico de una forma detallada para que comprenda que vamos a estar en este centro de menores. Quiero asegurarme de que entienda todo lo que implica y cómo funcionará nuestra estancia aquí.
De repente, aparece una mujer que nos señala con la mano que debemos entrar. Ella nos observa con una expresión de desinterés y falta de preocupación, como si nuestra presencia no fuera importante para ella. Este comportamiento despierta en nosotros una primera señal de alarma, que nos hace cuestionar la situación en la que nos encontramos.
Al ingresar a la habitación, una mujer que se encontraba allí nos señala un mueble de madera que, aunque notablemente desgastado y algo dañado, parece ser el lugar designado para que dejemos nuestras pertenencias. Su tono de voz es autoritario y firme, lo que nos indica que debemos actuar de inmediato. Al mirar a nuestro alrededor, noto que los demás presentes nos observan con curiosidad, como si fuéramos unos nuevos juguetes recién llegados a un juego en el que aún no hemos sido estrenados. Su mirada mezcla de interés y expectación me hace sentir incómodo, como si estuviéramos siendo evaluados desde el momento en que cruzamos la puerta.