La noche caía suavemente sobre Boston mientras Emiliano abría la puerta del pequeño bistró donde siempre se encontraban. Dentro, el sonido del bullicio de la ciudad se desvanecía, reemplazado por la risa y el murmullo de conversaciones animadas. Allí estaban sus amigos de toda la vida: Lucas, Bruno, Dimitri y Dan.
Desde niño, Emiliano había estado unido inseparablemente a esos cuatro; compañeros de aventuras, sobrevivientes de travesuras, y ahora hombres adultos tratando de encontrar su lugar en el mundo. Aunque cada uno había elegido una ruta diferente, siempre hacían tiempo para reunirse, hablar de todo y de nada, y recordar aquellos días simples en los que sus preocupaciones apenas existían.
—¡Emiliano! —exclamó Dan, levantando una vaso de whisky en su dirección. — Aquí, hemos estado discutiendo sobre cuál de nosotros será el próximo en comprometerse. Lucas… se te adelantó.
Lucas, el único del grupo con una relación estable, sonriendo y escuchando todo con una sonrisa en el rostro. —Bueno, muchachos, alguien tiene que mostrarles el camino a ustedes solteros impenitentes —dijo Lucas.
Emiliano se unió a las bromas con una sonrisa. Era el soltero más codiciado de la ciudad, estaba en el auge de sus negocios, tomando hace ya tres años la presidencia de la mayor compañía de telecomunicaciones en Boston, su padre se había retirado y dejado en manos de él y su hermana Giana la compañía. Emiliano era un genio para los negocios, inteligente, audaz, pero su vida e imagen personal era un completo desastre que su única y adorada hermana intentaba arreglar siempre.
Vivía en un lujoso penthouse en medio de la ciudad, en uno de sus grandes edificios arquitectónico Sin embargo, aquella reunión traía otros recuerdos, de alguien que había estado ausente de su mente durante años pero cuya sombra regresaba a medida que el grupo recordaba viejas historias.
—Oye, Emiliano ¿te acuerdas de aquella niña gorda que estaba enamorada de ti, la hija de tu ama de llaves? ¿Cómo se llamaba, la que siempre nos veía jugar al fútbol desde el porche? —preguntó Bruno, entrecerrando los ojos, intentando recordar.
—Lucy —contestó Emiliano, casi automáticamente, sorprendiendo incluso a sí mismo de cuán rápido su nombre había acudido a sus labios.
Dan asintió, recordando aquellos días. —Estaba tan enamorada de ti la pobre que te hacía pasteles —echaron carcajadas como aquella época en el pasado.
Emiliano arrugó el ceño. Realmente detestaba a esa niña gorda. Odiaba verla en su casa todos los días. Afortunadamente dos años después él se mudó a la universidad y nunca más tuvo que verla.
—¿Por qué traes al presente esa estupidez? —preguntó Emiliano bebiendo de su vaso de whisky.
—¿Qué habrá pasado de ella? —preguntó Lucas.
—Pues seguro sigue enamorada de Emilio, habrá subido algunos kilos de más —bromeó Dan.
—Muchachos, dejen de burlarse de alguien que no está. Ni siquiera sabemos que pasó con ella. Si sigue viva o no —dijo Dimitri, el más sensato de todos.
Todos borraron sus sonrisas. —Tiene razón Dimitri, dejemos el pasado, así como está —declaró Emiliano mientras permanecía sentado en el sofá, con la pierna derecha sobre la otra, observando un punto fijo.
El lunes por la mañana amaneció con un aire de tensión palpable en la oficina de Emiliano. El miró su reflejo en las ventanas de su despacho, absorto en pensamientos dispersos cuando la puerta se abrió de golpe.
—¡Emiliano! —La voz atronadora de su padre precedió una figura imponente al cruzar el umbral. En sus manos, un periódico ondeaba como estandarte de un ejército furioso. Emiliano apenas tuvo tiempo de recomponerse antes de que el periódico aterrizara con un golpe sobre su escritorio.
Donato Carson, su padre, estaba allí, con el ceño fruncido y una mirada fulminante. Era un hombre de apariencia estoica, cuyo porte reflejaba años de liderazgo indiscutible y expectativas elevadas. Emiliano conocía bien esa mirada; Era una que reprobaba al continuo desfile de titulares escandalosos que frecuentemente pintaban su vida.
Emiliano se aclaró la garganta, tratando de despojar su voz de cualquier rastro de la resaca que aturdía sus sentidos. —Padre, puedo explicarlo.
—¿Explicar qué exactamente? ¿Como la empresa que dejé en tus manos está siendo dirigido por un payaso? — replicó Donato desbordándose de una frustración palpable. Sus ojos castaños, normalmente tranquilos, chispeaban con una intensidad que amenazaba con quebrantar la compostura de Emiliano.
El vaciló, buscando palabras que pudieran apaciguar la rabia de su padre. —No fue nada realmente… solo una reunión que se salió de control.
—¿Cuántas veces he oído esa misma excusa? Mira esto —su padre señaló las letras negras, —Emiliano Carson captado nuevamente saliendo de un club nocturno en estado de ebriedad cuestionable. ¿Hasta cuándo seguirá así el heredero de los Carson?
Emiliano evitó el contacto visual, concentrando su mirada en el logotipo de la empresa en la pared. Sabía que no había palabras mágicas que pudieran borrar la imagen que su padre tenía de él desde hacía tiempo.
—Prometo que…—intentó hablar.
—¿Prometes que, Emiliano? Tienes veintinueve jodidos años y te comportas como un maldito crío.
—Papá, solo ves lo malo en mí, pero no ves todo lo que he logrado con esta compañía —dijo extendiendo sus brazos de par en par.
—¿Crees que soy un payaso y que esto es un circo? ¿Crees que un payaso podría posicionar a la empresa por dos años consecutivos en el top 1 de las mejores compañías de telecomunicaciones? Tú y mamá no ven mi esfuerzo y el empeño que le pongo a los negocios. Eso es lo único que me importa a mí, el resto me vale una mierda —contestó Emiliano sintiendo dos punzadas en su cabeza, dejando a su padre sin palabras.
—No eres un payaso, hijo, pero nuestro apellido está por el suelo, tus acciones deben ser de un hombre maduro e inteligente, no un alcohólico empedernido que salta se mujer en mujeres fáciles. Necesito que sientes cabeza, necesito que te conviertas en un hombre verdaderamente de negocios. No en un jovencito inmaduro incapaz de controlar su vida privada.