El bullicio del pequeño café se mezclaba con el aroma del café recién hecho mientras Emiliano se acomodaba frente a Dimitri, su amigo de toda la vida. Era con quién compartía más cosas, al ser su abogado personal y también de la empresa, era con quién más afinidad tenía a la hora de hablar de su vida privada. Dimitri era de esos que sabía hasta cuántas veces tenia sexo en la semana, pero era el hombre más prudente del universo. Hablaba poco, pero cuando lo hacía solo era para aconsejar.
Habían acordado reunirse allí para escapar del caos de la oficina y disfrutar de un rato de tranquilidad, aunque Emiliano tenía mucho más en mente.
—¿Quieres decir que Giana tiene planes para tu redención? —preguntó Dimitri, alzando una ceja inquisitiva mientras retiraba su taza de café sin despegar la vista de Emiliano. Su amigo quería reír, pero se contuvo.
Emiliano asinti inhalando profundamente. —Sí, quiere que trabaje de cerca con una publicista personal. —Hizo una pausa, dudando antes de continuar. —Ella cree que es la persona adecuada para cambiar mi imagen pública.
Dimitri soltó una carcajada, llenando el ambiente de su energía habitual. Ya no pudo contenerse. — Lo que te hace falta, hermano, es sentar cabeza con una buena mujer.
La broma estaba cargada de verdad, y Emiliano lo sabía. Durante años había navegado por su vida guiada por impulsos y superficialidades. Sin embargo él sabía que eso estaba lejos de darse, así que contestó con otra carcajada.
—Eso nunca sucederá, amo la vida que tengo, pero… —hizo una pausa rodando los ojo—, a mi familia no. Era aceptar la ayuda de mi hermana de tener una niñera o casarme y eso será lo último que haría en mi vida.
La conversación fue virando hacia temas más triviales, pero el ambiente del café estaba impregnado de un cambio sutil. Emiliano siempre decía que hablar con Dimitri era enriquecedor.
Cuando los minutos se convirtieron en horas, Dimitri y Emiliano se levantaron, listos para salir del café cada uno para su apartamento. Ambos solos, aunque Dimitri amaba a una mujer, sabía que estaba prohibida. La regla entre amigos no podía romperse y Emiliano vería eso como una traición.
El tenue destello de la luna entraba por las rendijas de la ventana de la habitación de Emiliano. En medio del silencio de la noche, su cuerpo se agitó entre las sábanas, atrapado en un sueño inquietante que lo transportaba de vuelta a sus años de infancia. La figura de Lucy apareció ante él, no como la mujer que estaba por volver a su vida, sino como la niña que había conocido tantos años atrás, la niña que con una sonrisa tímida se acercaba cargando un balón de fútbol.
En el sueño, Emiliano observó cómo la pequeña Lucy era rechazada por los chicos en el juego. Él vio, sin poder intervenir, un reflejo de su propia niñez, de sus propios actos. Se veía a sí mismo riéndose junto a sus amigos, participando de aquella cruel broma que aún resonaba en su conciencia. Pero entonces algo cambió. Emiliano, dentro del sueño, caminó hacia Lucy, con una intención de disculparse, de detener el tiempo y cambiar el curso de sus acciones. Sin embargo, por más que intentaba acercarse, una barrera invisible se alzaba siempre entre ellos.
Despertó de golpe, con el pecho agitado y el corazón palpitante. La sensación del sueño persistía en su cuerpo, como un eco en sus venas. —¿Por que ese sueño? —se preguntó, tratando de entender las razones detrás de ese arrepentido encuentro en su subconsciente. Se sentó en la cama, pasando una mano por su cabello desordenado mientras intentaba calmarse y recomponer sus pensamientos.
Decidió levantarse y dirigirse a la cocina en busca de agua, esperando que el frío del líquido refrescara no solo su garganta, sino también su mente. Como un mecanismo casi involuntario, comenzó a repasar cada detalle del sueño, registrando los matices en la expresión de Lucy, su mirada, ese instante en que el tiempo pareció detenerse. Había algo en ella que le provocó a Emiliano una extraña sensación.
Con la llegada de la mañana, Emiliano no podía dejar de pensar en el sueño que tuvo.
Se miró en el espejo del baño, enfrentándose a sus propias dudas. A lo largo de los años, había aprendido a proyectar una imagen de éxito y confianza, pero aquel reflejo nocturno era una revelación de que existían partes de él que necesitaban sanación. ¿Era eso tal vez? Emiliano tenía un secreto, algo que nadie sabía, un secreto guardado bajo llave que nunca lo dejó vivir en paz.
La ciudad comenzaba a moverse al ritmo de una nueva jornada, una sinfonía de automóviles y voces que llenaban el aire. Al observar por la ventana, Emiliano dejó que sus pensamientos lo dominarán mientras conducía hacia la empresa.
—¡Lucy! — susurró. —¿Qué habrá pasado de ti?
Al día siguiente, Lucy se encontraba conduciendo, observando cómo las calles se deslizaban a su alrededor mientras se dirigía a la empresa de Emiliano. Podía sentir el latido acelerado de su corazón, acompañado con el ritmo constante del tráfico matutino.
No sabía si estaba mentalmente para este momento, pero aún así, la certeza de estar a punto de enfrentarse a Emiliano revivía los nervios en ella que creía haber dejado atrás. Trató de respirar profundamente, recordando que era una profesional capacitada y fuerte, pero el peso del pasado se manifestaba a través de un leve temblor en sus manos.
Finalmente, se detuvo frente al edificio, aparcó en un lugar vacío, observó un rascacielos altivo que parecía fusionarse con el cielo. A medida que se bajaba del coche, Lucy ajustó su bolso en el hombro, reuniendo el valor suficiente para atravesar las puertas giratorias de la recepción. El mundo interior de la empresa estaba lleno de actividad; empleados apresurándose, teléfonos sonando, y un murmullo constante que llenaba el aire.
Se presentó con la recepcionista, luego de unos minutos, casi de inmediato, Giana apareció entre la multitud, dibujando una sonrisa magnánima en su rostro al ver a Lucy. La calidez y el entusiasmo de Giana ofrecían un respiro de las tensiones que Lucy había acumulado durante el trayecto.