El aire entre Emiliano y Lucy vibraba. El aroma a su perfume, a vainilla y algo más indomable, quedaba suspendido en el espacio en medio de ambos. La mano de Emiliano, aún entumecida por el agarre de su cintura, se abrió y cerró con un suspiro silencioso. La imagen de la boca de Lucy, a punto de ser suya, se desvaneció como un sueño, dejando tras de sí un vacío inexplicable, cuando una voz logró esfumar ese momento efímero entre ellos.
—¿Interrumpo algo? —La voz, seca y cortante, fue la puntilla. El novio de Lucy, un hombre alto y delgado con una mirada glacial que contrastaba con la calidez del momento anterior, se erguía en el umbral como un espectro.
Emiliano, consciente de su ridícula posición, se aclaró la garganta, un sonido que resonó con más fuerza en el silencio de la habitación. La culpa se sentaba en su pecho como un peso insoportable. Lucy, con el rostro sonrojado ajustó aún más la bata a su cuerpo, al punto de estrangular su cintura.
El silencio se prolongó, denso y opresivo. Emiliano, derrotado, solo atinó a murmurar un:
—No, claro que no —con la esperanza de que la tierra se lo tragara de un momento a otro.
André, el novio de Lucy entró al departamento se acercó a ella y depositó un beso ligero, casi imperceptible, en los labios de Lucy. Un beso que, a pesar de su sutileza, parecía un puñal en el corazón de Emiliano.
Él no entendía cómo escena podría causarle tanta molestia. Un malestar que se instaló en su pecho de forma inmediata.
Lucy, por su parte, respondió con una sonrisa tan breve como fugaz, un gesto apenas perceptible que, sin embargo, bastó para sellar el silencioso pacto entre ellos dos, un pacto al que Emiliano era un intruso.
Emiliano apretó el puño, la imagen de la pareja grabada para siempre en su memoria, como un amargo epílogo a un capítulo que aún no había terminado.
Lucy, con una sonrisa nerviosa, hizo las presentaciones.
—Emiliano, él es André, mi novio. La voz de Lucy, normalmente tan cálida, sonaba ligeramente tensa.
—André el es, Emiliano, mi nuevo cliente — Emiliano, con el rostro inexpresivo, miró a André. Un hombre alto, bien parecido, con una sonrisa amable que a Emiliano le pareció una máscara.
André extendió la mano con un gesto educado. Emiliano la tomó con una fuerza inesperada, un apretón que podría haber roto huesos. No fue un apretón de manos, sino una declaración de guerra. Al mismo tiempo, elevó levemente el mentón, un sutil movimiento que insinuaba superioridad, una provocación silenciosa, una pequeña guerra en un microcosmos de celos y tensión. El contacto fue fugaz, pero la electricidad del momento permaneció en el aire. Un silencio incómodo se instaló, más tenso que la anterior.
En el silencio se podía oler la rivalidad, tan palpable como el perfume que Lucy llevaba ese día. El gesto de Emiliano era una clara advertencia; un mensaje silencioso de posesión y desafiante dominio.
Un momento después Emiliano, se volvió hacia Lucy. Sus ojos, oscuros y profundos como pozos sin fondo, se encontraron con los de ella. Su voz, baja y controlada, contrastaba con la tormenta que seguramente bullía en su interior.
—Mañana estaré por tu oficina, seguiremos hablando, señorita Martínez, hasta mañana — La formalidad de su tono, la mención de su apellido, era un golpe sutil.
Asintió brevemente hacia André, un gesto apenas perceptible. No había odio, ni siquiera rencor, solo una fría indiferencia que decía mucho más que cualquier palabra.
La puerta se cerró tras él con un suave chasquido, dejando a Lucy y André en un silencio aún más pesado que el anterior, el eco de las palabras de Emiliano resonando en el vacío. El aire del departamento permaneció cargado de una tensión expectante.
André, rompiendo el silencio, habló en un tono bajo, cargado de disgusto.
—Así que ese es Emiliano Carson — dijo, la frase más una afirmación que una pregunta. Sus palabras llevaban una implicación, una sutil acusación.
—¿Qué hacía aquí? ¿Lo invitaste? — La pregunta fue una insinuación, velada pero penetrante, un dardo lanzado con precisión. El tono de André era inquisitivo, pero la inflexión sugería sospecha.
Lucy sintió una punzada de molestia. La insinuación de André, aunque sutil, la irritó. Respondió con rapidez, su voz ligeramente tensa.
—No, por supuesto que no lo invité —dijo, su tono defensivo revelaba la herida que las palabras de André habían causado. Su impaciencia era evidente; el asunto, claramente, le había generado malestar.
El aire entre André y Lucy estaba denso, cargado de una tensión palpable. Él, con el ceño fruncido, le reprochaba la escena que había presenciado: Lucy y Emiliano, demasiado cerca, a punto de… ¿besarse?
Lucy, herida por la insinuación, sintió la sangre subirle a la cara. —¿Qué te hace pensar eso? & replicó, su voz vibrante de indignación.
—Ves cosas donde no hay nada. Emiliano es mi nuevo cliente, vino hasta aquí para discutir lo que le había enviado a su correo, y estábamos simplemente… hablando.
La explicación de Lucy sonó débil incluso a sus propios oídos.
—¿Lo olvidaste, Lucía? ¿Es cierto que ya no sientes nada por Emiliano o ahora que apareció nuevamente en tu vida volviste a sentir cosas? —preguntó mirando fijamente a Lucy, sus palabras, cargadas de una amarga sospecha.
Lucy lo miró, su expresión de incredulidad. La acusación le ardía en el alma, una herida abierta que sangraba con cada latido de su corazón. No respondió. No necesitaba hacerlo. Un simple movimiento de cabeza, un silencioso negar con la frente arrugada, fue suficiente para expresar el profundo desagrado que sentía ante su pregunta.
Con un movimiento lento y deliberado, se giró sobre sus talones y se dirigió a su habitación, dejando a André solo con sus dudas y sus propias inseguridades, en el vacío que su partida había creado.
El golpe suave de la puerta al cerrarse fue lo último que se oyó en el departamento.