—No tenía idea de que sería una fiesta de piscina, pequeño detalle que mi hermana olvidó mencionar —dijo Emiliano en susurros.
Lucy, con su elegante vestido de fiesta de encaje y tacones que resonaban con cada paso, quiso literalmente hundirse en el césped.
Pero Lucy había aprendido a no dejarse afectar por las situaciones, la vida le había enseñado a sobrellevar el día a día y los momentos así que Lucy, con buen humor, murmuró a Emiliano: —Tenia que haber traído mi patito de hule —apretó sus labios entre sí mientras Emiliano la miraba divertido.
Giana, resplandeciente en su diminuto traje de baño negro, los vio de pronto y con toda la emoción del mundo la recibió con una calidez que momentáneamente desvaneció su vergüenza.
—Lucy, oh Dios, viniste, ¡qué alegría! —exclamó Giana, abrazándola con entusiasmo.
—Te ves sensacional —dijo ella, mirándola.
Con una mezcla de humor y resignación, Lucy replicó: —Sí, podría ser aún mejor si no hubiera venido vestida así.
La risa de Giana soltó una carcajada.
—Tonterías, te ves hermosa —dijo, mientras la madre de Emiliano hacía su entrada. Al ver a Lucy, su expresión se iluminó.
—Cuando Giana me lo dijo no lo pude creer, pero si es real, aquí estás. Por Dios, Lucy, te ves preciosa, increíble — declaró mientras la abrazaba cálidamente.
A pesar de la extravagante situación, el abrazo sincero de la señora Carson brindó a Lucy un inesperado confort. Al mirarla, no pudo evitar admirar cuán radiante y hermosa se veía, a pesar del paso del tiempo.
Con una ligera sonrisa, Lucy empezó a relajarse, dándose cuenta de que, en medio del caos, había aterrizado en un lugar lleno de amor y camaradería.
—¿Tu madre, cómo está? —le preguntó mientras Lucy con una sonrisa asintió. —Esta muy bien, señora Carson, cuando le cuente que la he visto, seguro se llenará de alegría —expresó Lucy.
—Me encantaría volver a verla, dale muchos recuerdos de mi parte —dijo la amable mujer.
—Querida, pero que elegante, ¿Mi hijo no te dijo que era una fiesta de piscina?
Emiliano se frotó el rostro. —Giana no me lo dijo, mamá —se quejó mirando con mala cara a Giana quien soltó una risita. —Se me olvidó —dijo ella.
—Pero no te preocupes, yo te presto un traje de baño, tengo demasiados — dijo Giana tomándola del brazo. Y sin esperar nada Giana la tiró para llevarla con ella hacia el interior de la casa.
Lucy, sorprendida por la repentina iniciativa, intentó frenar gentilmente el impulso de Giana. —¿Qué? No, no, yo no uso traje de baño… —protestó con rapidez, pero sus palabras apenas parecieron hacer mella en la resolución de Giana.
—Giana, espera, no, espera — insistió Lucy, echando una última mirada desesperada hacia Emiliano, que le devolvió una mirada divertida y encogió los hombros, claramente sabiendo que resistirse era inútil.
Dentro de su habitación, Giana abrió un armario que parecía tener una colección interminable de trajes de baño, cada uno más colorido y atrevido que el anterior. Al sostener algunos de ellos frente a Lucy, Giana decía con entusiasmo: —Este sería perfecto… o quizás este otro para resaltar tus curvas, Dios, que curvas —exclamó Giana mirándola mientras Lucy moría de vergüenza.
—En verdad, yo no uso traje de baño, Giana…
A pesar de sus protestas la energía de Giana era demasiada. Lucy comenzó a darse cuenta que no iba a poder convencerla.
—Este, aquí está, este es perfecto para ti.
Le entregó un traje de baño que, a pesar de todo, parecía justo el indicado para Lucy. Un traje de baño de una sola pieza y se lo tendió a Lucy. —Este traje es nuevo, nunca lo usé. Pruébate a ver si te queda —dijo con una sonrisa.
Lucy, ligeramente escéptica, enarcó una ceja mientras examinaba la prenda. Sabía que su talla era algo más grande que la de Giana, para no decir que ella era el doble y temía que el ajuste pudiera ser complicado.
—¿Crees que voy a caber en eso? —preguntó Lucy.
—Lo harás, claro que si, es elástico, además lo compré un talle más grande. —dijo Giana como si fuera lo más natural del mundo.
Lucy suspiró resignada, tomó el traje de baño, lo miró por breves segundos y sin poder protestar más, se dirigió al baño, sintiendo una mezcla de nervios y diversión por lo que estaba por venir.
Dentro, Lucy se miró al espejo, tomando un respiro. Intentó ponerse el traje de baño, pero al cerrarse, sintió que le quedaba demasiado ajustado en algunos lugares. Tratando de mantener su sentido del humor, pensó que parecía lista para unirse a un campeonato de atletismo más que a una fiesta de piscina.
Respirando hondo, salió del baño para mostrarle a Giana, manteniendo una expresión entre resignada y avergonzada. —Bueno, aquí estoy —dijo Lucy.
—¿Segura que los invitados no me van a confundir con una orca y saldrán corriendo?
Giana echó una carcajada.
—No seas tonta, Lucy, te queda perfecto.
—Sí perfectamente ajustado, siento que ya no puedo respirar.
—Vamos afuera —la tiró de la mano.
—¿Qué? No, espera Giana al menos dame algo para cubrir mi enorme trasero, no saldré solo con esta cosa cubriendo mi cuerpo.
Giana rodó los ojos divertida, buscó nuevamente en su closet y volvió con un pareo del mismo color que su traje de baño.
—Aquí tienes.
—Genial, con esto me cubriré el rostro, ahora dame algo más para cubrir mi trasero gordo —bromeó y se echaron a reír.
—Bueno, definitivamente te ves fantástica.
Al final, fue una oportunidad para reírse juntas, transformando su vergüenza en una anécdota más para recordar de este peculiar cumpleaños.
Giana volvió a tomar la mano de Lucy con entusiasmo, casi arrastrándola hacia del jardín donde la fiesta de cumpleaños de la señora Carson estaba en pleno apogeo.
La señora Carson, con una expresión de auténtica sorpresa en su rostro, se acercó a Lucy, llevando ambas manos a sus mejillas en un gesto de admiración genuina.