A Esa Hora

Capítulo 1

Las alarmas comenzaron a sonar en mi oficina, despertándome de mi siesta de las 5:00 am. Me levanté dando un gruñido y estiré la mano para coger a mi preciosa. Bajé los pies del escritorio y me dispuse a salir del lugar. Apenas dos pasos después de la puerta, mi segundo al mando me alcanzó.

—¿Qué son?—le pregunté, aún con voz adormilada.

—Humanos—respondió él, para sorpresa mía—. Piden refugio. 

Guardé a mi preciosa en mi cintura y puse cara confundida. Casi nunca venían humanos por aquí. Traté de hacer memoria de la última vez que recibimos refugiados. Fue hace… unos seis meses tal vez.

—¿De donde cojones vienen?

—Del este, donde antes estaba el Centro de Artesanías. 

Fruncí el ceño. No muy lejos de ese lugar cayó la quinta bomba. Era imposible que alguien quedara vivo.

—¿Cómo sobrevivieron?—le pregunté, mientras empezaba a caminar a su lado. No apuré el paso porque no lo ví necesario. Joe iba casi temblando de preocupación. Bien. Ya podía hacerlo él por los dos. 

—Puedes preguntarles tú misma, cuando los dejéis entrar— me espetó, dándome una mala cara. Su mirada apurada y voz desesperada no me hicieron moverme más rápido. 

—Nadie les está dejando afuera—le dije—. Ellos llegaron por donde casualmente no hay entrada.

Joe cerró los ojos, seguramente pidiendo paciencia. Luego me miró con sus lindos ojos azules llenos de reproche. Nos conocíamos lo suficiente para saber que él no estaba enojado conmigo y que yo no estaba tomándome esto a la ligera. Solamente que él era más sensible y no tenía problema en demostrar cuando le afectaba o no una situación. Yo, por otra parte, tenía que mantenerme a raya porque era muy explosiva y eso no está bien visto para la Líder.  Por eso prefería tomar esta personalidad de que todo me era indiferente y me aburría. 

—¿Ya se movilizaron escaleras? ¿Pusieron cajas a forma de escalón o algo?— le pregunté, porque a veces podía ceder si se trataba de Joe, mi mano derecha y mejor amigo. Él negó. Yo lo miré con una ceja enmarcada. ¿Pensaban dejarlos ahí hasta que yo les diera permiso? Y luego dicen que soy yo quien deja a la gente afuera—. Diles que empiecen a meterlos. Ya saben el proceso.

Joe agachó la cabeza hasta su hombro y dió las órdenes por medio del radio que tenía ahí.

—¿Contaron a las personas? ¿Cuántos mayores son? ¿Tienen niños?

—Es una manada más pequeña que la nuestra. Más o menos 10 adultos y 4 niños. 

Poco más de un cuarto de la nuestra. Tendría que reducir algunas porciones, como las de fruta y carnes,  y quizá aumentar más las de cereales para darles de comer a los nuevos. Con respecto al alojamiento… Tenemos pocos niños en un salón muy grande, así que los cuatro nuevos estarán de lo más cómodos. Los adultos… supongo que dependerá de las edades. Mis viejos no se mueven mucho, así que no creo que puedan agarrarse a coñazos por un lugar, pero mis jóvenes sí lo harían. 

No le volví a hablar hasta que salimos de nuestra base. Algunos de mis chicos se acercaron a mí a preguntarme cosas, yo solo les pedí que me llevaran al lugar donde estaban las personas.

Me condujeron a la parte noreste de la Base, donde  colindamos con un maldito risco imposible de escalar por su ángulo recto y por suerte, también de bajar porque era alto que te cagas. En teoría, era nuestro punto más seguro. Digo “en teoría” porque de serlo, una manada pequeña no habría podido llegar hasta nosotros. Y si ellos pudieron, seguramente los monstruos también podrán. Chasqueé la lengua. Genial. Ahora tenía un problema más de qué preocuparme. Por mi mente rondó la idea de que tal vez se movieron por túneles en la tierra, pero la deseché por lo imposible que es.

Entonces, mi nariz captó un aroma y mi cuerpo se puso tenso en respuesta de forma inconsciente. La pregunta brotó de mis labios sin pedirme permiso.

—¿Hay armados aquí?

—Sí. ¿Por qué?— respondió Joe. 

—Podríamos llegar a necesitarlos— percibía el azufre en el aire, un poco más fuerte que de costumbre. Lo cual, en ningún momento podía ser una buena señal. Y menos ahora que teníamos visitas. Así que, o se les había pegado la peste a muerte más que a nosotros, o algún monstruo los viene cazando. 

Quedando a escasos siete metros del alboroto, noté algunas cosas más. No habían entrado exactamente por el risco, si no, un poco más a la derecha, donde empezaban las colinas, lo que significaba que venían de arriba  y no de entre la tierra como llegué a pensar. Cosa que también daba lugar a muchas otras posibilidades de su inesperada llegada. ¿Bajaron deliberadamente? ¿Alguien cayó y todos lo siguieron? ¿Los venían persiguiendo y decidieron ir por la ruta más rápida (Me refiero a rodar cuesta abajo. Sí se puede, nosotros lo hicimos una vez)Fuese como fuese, ya estaban aquí y podrían darme respuestas después. 

Para meterlos de forma segura, habían roto nuestra red de camuflaje con un preocupante hoyo de un metro de diámetro y apilaron cajas para elevarse casi tres metros y poder ayudarlos a entrar. Ya había cinco personas adentro. Tres adultos, dos niños y estaban ayudando a entrar a otro niño al que seguía muy de cerca alguien que probablemente era su padre.

—Terminad de subirlos, haced que los examinen y que nadie les diga que estoy aquí—me alejé sin esperar respuesta y caminé hasta quedar al lado de Bat, mi tercero al mando.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.