A Esa Hora

Capítulo 4

—¡Bell! ¡¿Cómo se te ocurrió semejante cosa?

Miraba desde una esquina cómo Mary desempaca a las navajas con un cuidado excesivo. Thiago estaba a mi lado, histérico, con la cara roja y la miraba más furiosa que nunca. Nada realmente preocupante. 

Había esperado un considerable media hora antes de entrar en el salón, creí que sería suficiente, pero Thiago me había retenido otra buena media hora para regañarme entre susurros (porque aún no era completamente seguro subir la voz). Solo cuando él ocupaba tiempo para inhalar aire, yo podía defenderme. 

—Las crías deben poder defenderse—empecé, con—, si no de los monstruos, por lo menos de otros humanos. Una navaja es perfecta para empezar. Podrían quitarle el ojo a alguien con ella.

—¡Precisamente porque podrían quitarle un ojo a alguien es que no deberías de darles una!— insistió, agitando los brazos. 

A mí me seguía pareciendo una idea muy buena. ¿Qué hubiera sido de personas como yo o como Gabriel si no hubiéramos aprendido este tipo de mañas? Probablemente estaríamos muertos. Pequeños y menudos como somos, no habríamos durado nada allá afuera sin tener habilidades.

—Solo se las daré a los más grandecitos. Nadie de ocho para abajo.

—De doce para arriba. 

—Nueve. 

—Diez y es lo último que negociaré.

Bufé, completamente inconforme, pero accedí.

—Está bieeen. Mándame a los crías  de diez años al Deshuesadero.

—Ni creas que te voy a dejar sin supervisión.

Thiago me caía muy bien, demasiado bien, pero solo cuando no estaba siendo mandón. 

—Hardaway tiene que estar contigo en todo momento, él o incluso Liz. Bat no te pondrá un alto si te pones… 

Esperé a que terminara esa frase con curiosidad. 

—...Intensa. Por no decir loca.

Cosas como ésta era también parte de las razones por las que Thiago estuvo en consideración para ser mi pareja. Nunca había tenido retén en decirme nada. En especial si se trataba de las crías. Sobre todo si se trataba de las crías. 

—¿Y no quisieras estar presente tú también?—le dije, en un tono muy burlesco. 

Me gané una mirada mortífera de su parte. Si había ojos marrones más intensos que los de Thiago, no los conocía. No cambié mi expresión por más que me incineró con su mirada.

—Sabéis perfectamente que tú siempre eres bien recibido en el Deshuesadero, por más que te niegues a ir.

—No me gusta ver gente sangrando… o sudando. 

Le dí una mirada de lado. Esa era una mentira a medias. 

—Lo sé. Pero deberías intentarlo, no voy a estar siempre para protegeros. ¿Y si algún día tienes que dar la cara por las crías?

Sabía que con eso lo tenía, así que me dí la vuelta para salir. Debía llegar primero al Deshuesadero para arreglar que le dejaran a los crías  el área de lanzamiento o libre. 

—Iré—gruñó a mis espaldas.

Sonreí mientras salía del salón. 

—Te veo en media hora. 

Cuando llegué al Deshuesadero, me recibió una imagen bastante agradable. Jovencitos y jovencitas practicando su puntería con todo tipo de cosas planas y afiladas que nos encontramos en las casas. Recuerdo, no sin algo de diversión, que esas fueron las primeras expediciones. Entrábamos a casas y las revolcamos de arriba a abajo con tal de encontrar hasta el último cuchillo y la última tijera. Los chicos la convirtieron en una competencia de ver quién llegaba con más a la Base, por sorprendente que parezca, no gané yo, sino Liz. Esa mujer parecía que los olía. 

En fin, los jóvenes usaban blancos improvisados pegados a una de las paredes del túnel, a unos quince metros de distancia de ellos. Los que no hacían eso, estaban dispersos en las máquinas de ejercicio, en los sacos de golpear y en las colchas para pelear. La mayoría tenía entre 17 y 21 años, y mientras que algunos se habían pegado a nosotros desde el primer día, a los demás los habíamos encontrado por el camino. Todos eran huérfanos. 

Todos ellos estaban aprendiendo algunas habilidades para sobrevivir en caso de una batalla a corta distancia. Aún no nos habíamos decidido sobre si darles clases de tiro con pistola, porque eso era algo que, aunque sonaba muy útil, no podíamos permitirnos pues gastaría muchas municiones. Por ahora, y como solo teníamos un grupo selecto de personas que salen de la Base, eso no era una prioridad, pero pronto lo sería. La Base, por cómoda y maravillosa que sea, no nos guardará para siempre. Llevamos casi cuatro años aquí. En algún momento podríamos dar un mal paso y los Monstruos darán con nosotros y entonces qué haríamos. Teníamos por dónde correr, más no a dónde llegar. 

Las expediciones tenían otro propósito además de encontrar cosas útiles, también eran para encontrar un nuevo hogar. Pero eso nadie más que el consejo y yo lo sabía. 

Me acerqué a Joe instintivamente. Mi mejor amigo estaba observando todo, igual que yo hace unos segundos. Este era otro de los trabajos que hacía él en la Base: vigilar a los jóvenes. Asegurarse de que no se pongan locos e intenten matarse. 

—Las crías van a venir a practicar tiro—le dije, con especial cuidado en mi voz—, y Thiago va a venir con ellos. Algo sobre que no confía en mí. Cuídalos, a todos. Si les pasa algo, de alguna manera él nos la va a hacer pagar. 




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