A la caza de un marido para mi hermana

1.

Arrastré la maleta hasta la salida del aeropuerto y me detuve. ¿Cómo debería decir "hola"? Había pasado un tiempo. O bueno, esa era una expresión vaga. Unos cinco años lejos de casa para ser precisa.

El interior de mi cachetes dolía de tanto morder y a decir verdad hubiese preferido elegir algo de ropa más cómoda para viajar, pero no quería que pareciera que estaba pasando por un mal momento. Mi ropa cómoda, era eso, ropa cómoda. Para mi hermana, sin embargo, eran harapos.

Ajusté mi camisa que seguía moviéndose con la brisa y continúe esperando. Cinthia debía estar allí en algunos minutos. O eso me dejó saber en el mensaje que dejó antes de embarcar. Estaré esperando por ti a la afueras del aeropuerto. ¡No vayas a tardar! Tenemos mucho por hacer.

El vuelo fue desastroso y ciertamente me dolía un poco el cuello. Las dos personas a mi lado se apropiaron de su espacio y también el mío. Yo no fui capaz de despertar a ningúno de los dos para que me dieran un poco de espacio y como consecuencia un movimiento demasiado fuerte causaba un tirón desde mi nuca hasta los hombros. Por lo que esperaba que, lo que sea que significará "mucho por hacer", no me detuviera de estar más tiempo del necesario alejada de la cama de mi habitación de hotel.

Revisé el celular esperando no haberme perdido algún mensaje. Nada. Más allá de la notificación del clima actualizándose por mi cambio de ubicación, nadie había enviado nada. Era bueno. Aunque amo mi trabajo, había solicitado que las llamadas fueran restringidas a situaciones sumamente necesarias. Confiaba en quienes quedaron al mando tras mi partida, pero con niños, jamás se sabía con certeza. En un segundo están bien y al siguiente alguno casi pierde la mitad de un dedo, o pretendían volar desde el escalón más alto. No se podía confiar en niños con altos picos de energía qué tenían ganas de vivir las experiencias más extremas a expensas de nuestros nervios. Jamás.

El pitazo de un auto retumbó a los lejos. A una velocidad cuestionable, se acercaba a mi posicion. Decidí moverme hacia atras ya que un charco se desplegaba frente a mí y no quería ser mojada. A ese pitazo le continuó otro, y otro, y otro. ¿Que clase de loco está al volante? A este paso sería reportado a la policía, incluso parecía que ni siquiera tenía el control total del volante.

A pocos metros de mí, la discreción se había perdido. Todas las cabezas seguían el auto esperando conocer su paradero. Puesto que tampoco parecía que iba a disminuir la velocidad o detener los pitazos, me alejé aún más. La buena pinta no combinarian con un chapuzon de agua de dudosa procedencia.

Caminando lejos del maniático conductor, divisé una cafetería. Suspire animada de poner un poco de energia liquida en mis entrañas. Con lo poco que pude dormir la noche anterior, un café me levantaría el ánimo. Inicié la marcha tan contenta que me imagine dando pequeños saltos, solo que no pude dar más de dos breves pasos.

- ¿Que haces? -exclamaron a mis espaldas.

Miré a todos lados reconociendo la voz. ¿Acaso escuché mal? Vi a un lado y al otro, comprobando. La unica opción restante era la peor de todas. Me aferre a la maleta cerrando los ojos por un momento para elevar una petición. Cuando me giré, inevitablemente la vi a ella y el auto que momentos atrás juzgaba. Mis hombros cayeron.

- ¿Eres tú quien conduce? -quise asegurarme.

Su sonrisa se agrandó y palmeo el capó del auto demasiado orgullosa para una persona que parecía querer emular el movimiento de una serpiente con su auto. Pensando eso, mis ojos se clavaron en ella para no descifrar las expresiones de los demás presentes.

- ¿Quién más podría ser sino yo? -admitió.

Observé a mis alrededores sin más remedio, demostrando una visible postura de vergüenza que esperaba surtiera efecto y nadie quisiera reportar a un conductor alocado. Mientras caminaba hacia donde estaba ella me incliné como gesto de disculpa al escuchar algunos murmullos.

- Sube al auto antes de que nos ganemos una multa o una noche en la carcel por tus habilidades de conducción. -pase por su lado soltando un bajo pero claro susurro ahogado y apresuradamente ocupé de inmediato el puesto de pasajero.

Ella se encogió de hombros y recogió mi equipaje el cual colocó en la parte trasera. Regresó al puesto de conductor visiblemente feliz, para nada afectada. Varias personas seguían viendo el auto con molestia.

- ¿Por qué siempre tienes que saludar de una manera tan tosca? -reclamó sin perder la felicidad plasmada en su expresión.

- Porque por poco hiciste del aeropuerto tu propia pista de carreras... ¿Y eso movimientos que eran? Parecia que auto se desarmaria en cualquier momento. -le hice ver- No puedes manejar a esa velocidad en un sitio tan angosto y con tanto tránsito de personas caminando, mucho menos hacer parecer que el auto está sufriendo una convulsión.

Rodó los ojos. Y si, todavía feliz. Me sentía mortificada de pensar que así iba por las calles todos los días.

- Estoy emocionada. -se excusó.

- Pues que la emoción no te haga ciega.

Inclinó la cabeza, ahora perdiendo la sonrisa para poner una expresión de falsa tristeza.

- Bien, como sea. ¿No me vas a saludar? -se quejó- Es la primera vez en un año que te veo, ¿no puedes dejarlo pasar? Nada paso, todos están bien excepto yo porque mi hermana menor prefiere regañarme en lugar de darme un abrazo.

La miré sería y ella intensificó su expresión de tristeza. Al no tener efecto en mí, sacó su labio inferior y pestañeo repetidas veces en un intento de causarme culpabilidad. Aparté la mirada sintiendo una sonrisa de complicidad y a la vez de burla aproximarse.

- ¡Yena! -río con fuerza, agitando mi brazo.

Deje salir un sonido que expresaba rendición y la abracé finalmente. Ella me rodeó con fuerza moviéndonos de un lado a otro en puro deleite de estar juntas. Ambas reíamos ahora. Por un momento, aquello que martillaba mi cabeza se detuvo permitiéndome estar feliz en sus brazos. Cuando recibí su llamada hace un par de días, me cuestioné que tan buena era la idea de aparecer después de cinco años. Al dejar todo atrás sin aviso, demasiadas cosas quedaron sin resolver y sabía que me buscarían y tendría que arreglarmelas para huir nuevamente. De una forma u otra, volvería al lugar que ahora llamaba hogar. El hogar que hice por cuenta propia y que no abandonaría.




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