A la caza de un marido para mi hermana

6.

De pie bajo las sombras de la entrada principal, trace la estructura de la casa a pocos metros de distancia. Sergai se quedó a mis espaldas junto al auto que me trajo, viéndome titubear para avanzar. Al echarle un vistazo, él me insto a entrar con un ademán de manos que se pareció a un empujón lo suficientemente fuerte para sacarme del sitio en el que me había plantado. Hubiese sido bueno recibir la ayuda en estos momentos, pero agradecí el espacio que proporcionó.

Mis pies se movieron antes de que siquiera supiera que me encontraba acatando una orden propia. Como era usual, el pórtico siempre se hallaba impregnado de una esencia floral dada la cantidad de flores que mamá cuidaba y protegía religiosamente todos los días. Las aprecié con una fugaz mirada, sientiendome avergonzada de haber olvidado por completo como contribuia a su coleccion anualmente. Cada año en su cumpleaños, mamá no esperaba ningún regalo extravangante: ella quería una hermosa flor para cuidar y derramar su amor maternal que algunas veces eramos demasiado ariscos para apreciar. Siempre la llevaba conmigo y le permitia elegir tantas plantas como quisiera. Papá se quejaba porque la cantidad de flores hacia difícil ver la entrada y Cinthia odiaba las abejas qué flotaban alrededor. Yo nunca tuve una posición consolidada al respecto. Solo veía la sonrisa de emoción de mamá y eso era lo que valía para mí. Cualquier otra cosa era secundaria.

Acerqué la mano en un puño a la puerta, quedándome quieta a escasos centímetros de la madera, tanto cuidada como desgastada, por unos segundos. Tenía un plan en mente. Lo dejaría hablar, despejaria las dudas que surgieron ayer y me iría. Fácil. Sencillo. Expedito. Lo que sea que resultará de este encuentro era imposible de determinar de antemano. Quisiera decir que pase toda la noche martillando mi cabeza para adelantarme a lo que podría suceder y así saber como actuar en consecuencia, pero sinceramente al arribar en el hotel, recorrí el camino a la habitación sin mirar a los lados y al refugiarme en la habitación ingeri dos pastillas para dormir arrojandome a la cama por consiguiente.

No hubiese podido enterarme de nada aunque quisiera. Literalmente noqueada. No abrí los ojos hasta que mi cuerpo se sintió listo para recibir el día como viniera. Fuera bueno o malo, lo que viniera era solo un grano de amargura en comparación con lo que ya había acontecido.

De todos modos, si verdaderamente quería conocer mi posicion en el tablero de juego actual en el que nos movíamos todos, tenía que ponerme muy bien ajustados a mi lamentable figura, los pantalones de niña grande y acudir a casa. ¿Que otra cosa podía hacer? Parecia la pregunta que más me haría en este viaje. Si bien esperé que esto ocurriera más adelante, tan adelante como para poder saltar en el avión de regreso a Carolina de Norte y definitivamente ni siquiera contemplar asistir a las festividades, las cosas nunca ocurrían como uno esperaba o como uno más quería. El tiempo me ayudó a entender que debía tomar las curvas como estas fueran viniendo. Por eso, ahora mismo, frente a la puerta por la que salí cinco años atrás, trague los pocos nervios restantes y llame con dos toques de mis nudillos.

Al otro lado se escucharon pasos y voces. Limpie mi garganta con un carraspeo mientras me alejaba de la puerta y adoptaba una posición relajada. Mi posición no mentía con respecto a mi estado, solo que no podía prometer que estaría tan estaticamente calmada todo el rato en el que esto se llevara a cabo o que algunas palabras no salieran de mi boca tan bajito que tuviera que repetirlas.

Las bisagras de la puerta rechinaron para vislumbrar la figura tras ella.

- ¡Joven Yena! -saludó Rosa, la mujer de servicio que nos acompañaba incluso antes de que Cinthia usará pañales. Por inercia, le sonreí y ella correspondió haciendose a un lado- Pase adelante, joven. Por amor a Dios, ¿por qué toca la puerta? No tiene que hacerlo. Es su casa.

Pasé por su lado sin borrar la sonrisa. ¿Que debería decir? Oh, Rosa, en el medio de mi escape hace cinco años, mis llaves cayeron en alguna parte y nunca supe adónde fueron a parar. No. Siempre era mejor ahorrarse las historias vergonzosas que podían llevar la conversación a momentos sensibles. De cualquier manera, no era tan desvergonzada como para entrar como un perro por su casa. Con o sin llave en mi poder, habría tocado.

- ¿Cómo has estado? -elegí decir.

Rosa cerró la puerta y paso sus manos por el delantal blanco de su uniforme. La sonrisa desbaratada en júbilo rozaba sus ojos.

- Tan bien como usted, Joven. ¡Se ve preciosa... muy deslumbrante!

Abrí los brazos para verme a mi misma. Tenía que admitir que hoy elegí darme atención adicional. Buena ropa, maquillaje cuidado y, claro, las horas de sueño que había escogido en lugar de sentarme toda la noche a comerme las uñas y sobrepensar hicieron maravillas en mi apariencia.

- ¿Eso crees?

Acortó la distancia y asintió cogiendo mis manos en las suyas para dar un ligero apretón.

- Estás bellísima, pequeña Yena. -aseguró, guiñando su ojo con expresión de complicidad.

Devolví el guiño y su sonrisa se ensancho más si es que eso era posible. Rosa siempre fue risueña, pero hoy traspasaba sus propios límites.

- Como tú, claro está. Ni mil años te harán parecer mayor. Eres una flor recién regada. -halagué justo como le gustaba.

Ella dejó salir un sonido de diversión qué le sacó brillos en las pupilas.



#4943 en Novela romántica
#1883 en Otros
#496 en Humor

En el texto hay: millonarios, enemigos, primer amor

Editado: 21.12.2024

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.