El verano había comenzado, pero Nueva Orleans parecía resistirse a celebrarlo. El calor era espeso, la humedad pegajosa, y en el aire flotaba una tensión distinta, como si la ciudad recordara algo que sus habitantes no.
Clara Vance no había olvidado.
Seguía pasando por la esquina donde Liam tocaba cada noche. Ya no lo interrumpía. Lo escuchaba desde lejos, con el corazón apretado y los ojos cargados de un amor que solo ella aún recordaba. Después de romper el ciclo, Liam había perdido todos los recuerdos de lo vivido juntos. Y aunque algo en su mirada decía que la sentía cercana, para él… ella era una desconocida con demasiados silencios.
Clara se había instalado en el altillo de la librería encantada. Lucille ya no estaba. Su tía dormía profundamente desde hacía semanas, víctima de un agotamiento que ningún médico supo explicar, pero que Clara entendía bien: las promesas rotas dejan grietas. Algunas no se cierran.
Fue una noche en que la lluvia se negó a caer, cuando lo sintió por primera vez.
Un temblor leve bajo el suelo. Las paredes vibraron. Y sobre la chimenea, el viejo cuadro de los fundadores del Barrio Francés se inclinó hacia adelante, revelando un símbolo tallado detrás: un pentagrama musical con una sola nota dibujada en tinta dorada.
Justo encima de la nota, había una palabra:
“Eden.”
Clara se quedó quieta, como si esa palabra la estuviera llamando.
No sabía quién era Eden. Pero algo en su nombre, en su forma, en su sonido… hizo que su corazón se detuviera por un segundo.
Como si alguien más hubiera recordado lo que no debía.
Horas más tarde, mientras Clara trataba de dormir, un golpe en la puerta la hizo incorporarse. Bajó con cautela, descalza, y abrió.
Del otro lado, bajo el farol encendido, una joven empapada por la tormenta la observaba.
Pelo cobrizo. Ojos claros. Una partitura arrugada en la mano.
—¿Eres Clara Vance? —preguntó.
Clara asintió.
—Me dijeron que tú… podrías ayudarme a entender esto —dijo la chica, extendiendo la hoja.
Era la misma melodía que Clara y Liam habían tocado.
Solo que… estaba completada.
—¿Quién eres tú?
La joven sonrió, temblando.
—Me llamo Eden. Y creo que alguien está escribiendo canciones en mis sueños.
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Editado: 11.07.2025