A Las Flores Les Gusta El Silencio

❈P R Ó L O G O❈

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≪❈ D I C I E M B R E ❈≫

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—¡Cinco!

Ella escuchó los gritos de su familia desde su habitación, no le gustaba ser un Grinch festivo, pero no estaba bien, las ganas de vomitar por lo poco ingerido esa última semana de diciembre no ayudaban para nada a la estabilidad mental que le quedaba.

Desde que recibió ese mensaje de Alex, —su mejor amiga— advirtiéndole de los planes del imbécil, inútil e infantil de su hermano menor, no se permitió pensar en otra cosa más que llorar un treinta y uno de diciembre en los brazos de su madre hasta que se marchó a preparar la cena, a rellenar el pavo para toda la familia y obviamente no se quedó con la boca cerrada como pidió su hija menor, Emily escuchó queja tras queja por toda la casa, escuchó a su madre insultar en cada idioma existente y por existir al chico que le robo suspiros por once años de su vida, escuchó a sus hermanos, tías y abuelas quejarse de lo mal novio que fue y que nunca les agradó. Porque nunca les agradaba algo que la lastimaba, no porque realmente pensaran que era una mala persona.

Los escuchaba, solo escuchaba algo que no entendía por todo el lugar, por todo el jardín, por todo el vecindario donde se crio hasta tener que irse, escucho hasta que se cansó y como una persona acostumbrada a ser fuerte: se quebró.

No jugó con sus sobrinas, no levantó la voz cuando su hermano mayor la mandaba a la mesa de los niños por ser la última, no sonrió por los fuegos artificiales que iluminaban como cada año y menos se burló agachada en el rincón junto al balcón cuando las sirenas de policía sonaban dejando en claro que era ilegal, pero que no iban a intervenir.

Por primera vez, en veintitrés años, no quiso dejar escapar esa alegría contagiosa que la caracterizaba cada año.

—¡Cuatro!

Escucho el hombre apoyando el peso de su cuerpo en una débil barra de hierro que lo separaba del enorme vacío, se sentía tan pesado, juraba que, en cualquier momento, el hierro iba a ceder y dejarlo caer. La sensación de soledad no aparecía hace mucho tiempo y ahora, de regreso, la sentía peor. Escucho la alegría sin saber qué hizo mal o cuál fue el error tan grande que cometió para jugar y perder tanto como la vida se lo permitió.

Él solía amar estas fiestas, solía amar la energía que transmitía, ver globos de todos los colores regados por todo su edificio, las decoraciones amarillas de todos los años en símbolo de riqueza, pero, sobre todo; amaba a su sobrina, amaba mimarla, amaba malcriarla hasta que su hermana lo seguía por todo lo que vio como un hogar algún día gritándole que su hija hizo una rabieta y fue su culpa.

Amaba no tener que preocuparse por el dinero, amaba poder comprarle todo a su niña con tal de verla sonreír, aunque lo olvidara a los quince minutos y sobre todo también amaba con su alma a su hermana y ella a él, la felicidad en los ojos azules de Eliana al ver que su hermano no era un niño, que no recibiría más maltratos, que no tenía que preocuparse nunca más por su bienestar porque era un hombre que escasamente necesitaba de ella.

Después de años en un hogar frágil y un matrimonio tan ausente, se sintió en una familia real, conoció a una mujer que amaba con los ojos cerrados y, confió en que por fin tenía la recompensa que la vida le debía.

—¡Tres!

Volvió a escuchar, preguntándose si valía la pena perder un comienzo por alguien que la dejaba sola, incluso ante un pasado que le dolía, su mente recorrió su memoria y entendió las palabras de su familia, entendió que las rosas en su habitación fueron un perdón vacío por cada ocasión en la que ignoro su situación y su miedo, entendió que cada peluche en su habitación fue por cada ataque de celos que tuvo donde no la bajo de ofrecida por hablar con el hijo del hombre que atendía la panadería.

Quería creer que no era malo, que actuó de esa manera porque la amaba, amaba protegerla y la amo por tanto tiempo. Pero, lo más doloroso de una reacción es saber que todo lo malo era responsabilidad de los escasos límites.

Entendió lo más difícil para una persona: se entendió a sí misma. Entendió que el dolor era efímero, pero los recuerdos se quedarían ahí hasta que su memoria fallara o hasta que el aire dejará de entrar en sus pulmones.

—¡Dos!

Lloro al escuchar la edad de su sobrina.

Los recuerdos eran eternos para una vida, pero Eliot daría todo por borrarlos.

Recordó el día en que no reviso su celular por horas debido a una reunión, las notificaciones y la policía en su trabajo preguntando por él, recordó el llanto de su hermana tratando de explicarle sobre ese accidente y se quebró cada fibra al escuchar las llantas de un auto en el que no estuvo, sintiendo todo el dolor en un accidente en el que no estaba y muriendo en vida con la misma lentitud en la que lo hizo su niña junto a su esposa.

Lo sentía y lo imaginaba, tres seres que amaba -aunque su hermana se guardó el último- los habían abandonado dejándolos en el inicio, como si la vida volviera a comenzar de una forma mucho más cruel que la primera, donde fueron felices.

—¡Uno!

Y los fuegos sonaron mientras, con enojo, ella recogía todas las cosas que gritaban su nombre.

Los estallidos sonaron mientras él miraba a sus espaldas la silueta de su hermana sin poder reconocerla.

El cielo se iluminó junto a cada regalo que el fuego convirtió en cenizas.

Los gritos se escucharon con Eliot queriendo hundirse en silencio.

Las felicitaciones por dejar que el fuego se llevara ese pasado retumbaron en los oídos de Emily, mientras que, internamente, para Eliot y Emily no había felicitación alguna.

Mientras un corazón comenzaba un intento por brotar para volver a ser la flor más hermosa, otro de nuevo se apagaba hasta dejar el mismo eco de esos recuerdos sin saber que no era una rosa, era todo un jardín.




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