Hace unos meses que me gradué de la universidad, un logro que debería haber significado el comienzo de algo nuevo y emocionante. Pero en mi caso, solo sentía incertidumbre. Mi tía, quien me había criado desde que mis padres fallecieron, nunca había sido cariñosa ni había fomentado un verdadero hogar. Para ella, yo no era más que una obligación, una penitencia que soportaba en silencio. Por eso, cuando finalmente tuve suficiente dinero, me fui de casa. Sabía que no lo diría en voz alta, pero estaba casi segura de que se alegraba de verme volar lejos.
No tenía un destino claro ni una ciudad marcada en el mapa para empezar de nuevo. Solo sabía que no sería Economy, un pequeño pueblo que apenas aparecía en los mapas. Pero, en ese momento, era una parada de descanso necesaria.
Esa noche, estacioné mi coche destartalado cerca de una vieja gasolinera y traté de dormir. El viento soplaba con fuerza, y el crujido de las ramas me mantenía en un estado de vigilia constante.
A la mañana siguiente, con el cuerpo pesado por la falta de sueño y una sensación de cansancio instalada profundamente en mí, decidí que era hora de retomar el camino. Necesitaba salir de ese pueblo, de esa sensación de estancamiento. Cuando introduje la llave e intenté encenderlo, el motor respondió con un ruido seco y obstinado. Lo intenté varias veces, con la esperanza de que solo fuera una reacción pasajera, pero no hubo suerte.
Un sonido metálico y disonante desde el interior del capó me detuvo en seco.
Por un momento, me quedé inmóvil, mirando el coche como si el ruido pudiera explicarse por sí solo. Luego, un pequeño hilo de humo empezó a salir por las rendijas del capó, y mi pecho se llenó de un temor instintivo. Asustada, corrí a abrir el capó, rezando para que no fuera nada demasiado grave. El humo salió en una pequeña nube, envolviéndome con ese olor a aceite quemado que no presagiaba nada bueno.
Busqué desesperadamente algo con lo que disipar el humo, agitando las manos mientras trataba de mantener la calma. Por más que no entendiera absolutamente nada de motores, sabía que esto no era normal. Mi coche no solo me había fallado, sino que parecía estar declarando su rendición definitiva.
Frustrada y sin muchas opciones, al final no me quedó más remedio que llamar una grúa y esperar.
El taller era un caos de herramientas, aceite y motores desarmados. El mecánico, un hombre de mediana edad con una complexión robusta, un bigote espeso y unas manos marcadas por años de trabajo duro, revisaba mi coche con una expresión que oscilaba entre concentración y resignación. Llevaba una camiseta gris llena de manchas de grasa y un gorro que parecía haber visto mejores días. Su voz era grave y algo áspera, pero no desagradable, como el sonido de una máquina bien calibrada.
Después de unos minutos de inspección, se inclinó sobre el capó y me dio su veredicto.
—Este coche apenas puede aguantar un poco más. Te daré chance de llegar, pero necesito dejarlo aquí al menos tres días para repararlo.
—¿Tres días?—repetí, sintiendo cómo el peso de las palabras se asentaba en mi estómago.—¿No podría hacerlo para hoy?—pregunté, desesperada por encontrar alguna solución más rápida.
El mecánico se enderezó, sacándose el gorro para rascarse la cabeza mientras me miraba con algo de impaciencia.
—Mira, chica, ustedes los turistas son siempre lo mismo, quieren todo al instante como si esto fuera una gran ciudad. Pero no puedo hacer más. Tu auto tuvo suerte en traerte hasta acá, y si no lo arreglo bien, puede que ni siquiera logres salir de Economy.
Sus palabras eran duras, pero no del todo crueles. Había algo en su tono, una especie de sinceridad resignada, que me hizo bajar la guardia. Suspiré y miré el coche, ahora convertido en un problema más grande de lo que podía manejar.
No tenía suficiente dinero ni siquiera para pagar una noche más en este pueblo, y mucho menos tres.
El mecánico me miró, como si pudiera leer mis pensamientos.
—Mira, ya que tienes que quedarte, ¿por qué no aprovechas para conocer el pueblo?— dijo con un tono más amable,— No es mucho, pero hay cosas interesantes por aquí. Y si te animas, las montañas de Navajo están cerca.
Hizo un gesto hacia una esquina del taller, donde había un panfleto pegado a la pared y otros pocos mas para que los tomaran.
¡Descubre El Misterio De Las Montañas De Navajo Por Solo 2 Dólares!
Decía en letras grandes y llamativas, acompañado de dibujos de OVNIS y pie grande
—Dicen que es divertido.
Por un momento, consideré decirle que no era mi tipo de actividad, que tenía cosas más importantes en qué pensar. Pero entonces recordé que estaba atrapada aquí sin muchas opciones. Dos dólares no iban a salvarme de mi situación, pero quizás podían darme un respiro, una distracción de todo lo que parecía ir mal.
Decidí guardar el panfleto en mi bolso y buscar un lugar donde pensar con más claridad. Caminé por la única calle principal de Economy hasta encontrar una cafetería con un aire acogedor. Su letrero, aunque descolorido, anunciaba el nombre Dulce Aroma, y el olor a café recién hecho me invitaba a entrar. El interior era sencillo, con mesas de madera gastada y una atmósfera tranquila que parecía detener el tiempo.
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Editado: 27.05.2025