Y aquí estaba, siguiendo a un grupo de turistas que, al igual que yo, habían caído en la absurda promoción de dos hombres que se vendían como guías turísticos. Los hombres eran todo menos profesionales, con ropas gastadas, una actitud demasiado relajada y unas sonrisas que no me daban confianza.
Estaba convencida de que esto era una estafa. No había otra forma de describir lo que estos dos hombres estaban haciendo. Uno de ellos, alto y delgado, se movía con una energía exagerada. Su barba desordenada y su gorra descolorida le daban un aire de descuido absoluto. A veces hablaba con tanta rapidez y emoción que parecía inventarse las historias sobre la marcha, como un actor mal preparado en una película de bajo presupuesto.
El otro guía era completamente distinto. Más bajo y robusto, caminaba con lentitud mientras lanzaba sonrisas maliciosas a todos los turistas. Su camiseta, que alguna vez debió haber sido blanca, ahora era un tono gris amarillento, y sus botas desgastadas hacían ruido con cada paso, como si fueran las protagonistas de su propio espectáculo. Cada tanto intervenía en las historias de su compañero con comentarios aún más absurdos, como si disfrutara de la incredulidad del grupo.
—¡Aquí es donde pie grande fue visto por última vez! —exclamó uno de los guías, señalando un arbusto insignificante con un gesto exagerado.
Algunos turistas rieron, y otros levantaron sus cámaras para tomar fotos. Yo no podía evitar preguntarme en qué momento todo esto había parecido una buena idea.
—¿Cómo sabes eso? —preguntó uno de los turistas con tono dudoso.
El guía robusto no perdió el ritmo.
—Porque pie grande dejó un mensaje para nosotros. Bueno, no en palabras, claro. En señales. ¡Miren ese montículo! Definitivamente no es natural.
No pude evitar rodar los ojos mientras seguía caminando. Suficiente tenía con sus leyendas dignas de Hollywood, o más bien de una producción barata, como para preocuparme por algo más. Pero no podía ignorar el nudo en mi estómago, una inquietud que iba más allá de las historias absurdas. ¿Qué pasaría si nos robaban? ¿Si decidían abandonarnos aquí en medio de la nada? No confiaba en ellos, pero tampoco tenía muchas opciones.
El grupo avanzaba con pasos torpes y risas nerviosas. Los guías seguían adelante, señalando rocas y arbustos como si fueran reliquias sagradas. Mientras tanto, las montañas al fondo parecían alzarse con indiferencia, imponentes y misteriosas, como si observaran nuestra pequeña y absurda expedición.
—¡Por aquí! Ya casi llegamos a la parte más especial de nuestro recorrido,— anunció el guía alto, sin molestarse en mirar atrás para asegurarse de que lo seguíamos.
—¿La parte más especial? —susurré para mí misma. Algo en su tono me hacía sentir que estábamos entrando en territorio desconocido, en algo que probablemente estaba fuera de los límites.
El sendero comenzó a estrecharse, y las ramas de los árboles parecían cerrarse a nuestro alrededor. De pronto, el guía robusto se giró hacia el grupo, levantando las manos con un gesto de advertencia.
—Escuchen, nadie mencione que estuvimos aquí si nos cruzamos con alguien. Estas partes de la montaña están… bueno, técnicamente restringidas.
—¿Restringidas? —pregunté en voz alta, sin poder ocultar mi irritación.
—Tranquila, señorita, —respondió con una sonrisa que no me inspiraba tranquilidad. —Es sólo una formalidad. Las mejores historias están siempre donde nadie quiere que vayas.
Suspiré, apretando el bolso en mi hombro. Esto no estaba bien. Entre las historias ridículas, el ambiente cada vez más denso y el conocimiento de que estábamos en un área prohibida, todo en mí quería dar la vuelta y regresar. Pero las miradas curiosas de los otros turistas y la forma en que las montañas parecían llamarme me mantuvieron en el lugar.
El camino se volvió más empinado, y el sonido de nuestras pisadas en el suelo rocoso rompía el silencio que comenzaba a sentirse opresivo. De pronto, uno de los turistas al frente del grupo señaló algo entre los árboles.
—¿Qué es eso? —preguntó, su voz cargada de nerviosismo.
Antes de que alguien pudiera responder, un brillo extraño apareció a lo lejos, un destello tenue que parecía pulsar, como si algo vivo emanara desde ese punto. Me detuve en seco, sintiendo cómo el aire a mi alrededor cambiaba. Era más frío, más pesado. Los guías intercambiaron miradas rápidas, y por primera vez, su confianza exagerada parecía haber desaparecido.
—¿Qué es eso? —repetí, con el corazón acelerado.
—Nada de qué preocuparse, —dijo el guía alto, aunque su tono decía lo contrario.—Probablemente es… bueno, tal vez solo un reflejo.
El sendero comenzó a estrecharse, y el brillo extraño al frente parecía hacerse más intenso con cada paso. Los guías seguían avanzando con determinación, aunque sus miradas furtivas denotaban algo más: quizás incertidumbre, quizás miedo.
—¡Rápido! ¡No perdamos la oportunidad de ver esto de cerca!—gritó el guía alto, moviéndose con más rapidez por el terreno irregular.
El grupo de turistas comenzó a dividirse. Algunos, intrigados por el resplandor, apuraron el paso para alcanzarlo, mientras otros quedaban rezagados, sus movimientos cautelosos reflejaban más duda que curiosidad. Yo traté de mantenerme al ritmo, pero mis pasos se ralentizaban de forma involuntaria. Había algo en esa luz, algo en el aire pesado que me hacía sentir que cada respiración era más difícil que la anterior.
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Editado: 27.05.2025