—¿Estás seguro de qué es aquí? —preguntó por enésima vez mi madre.
Decidí no darle más vueltas al asunto, por lo que tomé mi chaqueta del asiento trasero de su camioneta y bajé. No necesitaba más que mi móvil, mi navaja que me había obsequiado el abuelo y una caja de chicles con sabor a menta. Cerré la puerta justo después de recordarle que la fiesta acabaría por eso de las tres de la mañana y que regresaría a quedarme a casa de Gerardo, uno de mis amigos. Mamá pareció dudar pero al ver mi rostro, que no podía ocultar la emoción, guardó silencio y solo asintió.
Me giré entonces y observé la casa frente mío, que más bien parecía una mansión debido al enorme terreno que abarcaba, mientras la graba crujía bajo las llantas del vehículo de mi madre, que se alejaba con lentitud. Suspiré antes de caminar parsimonioso rumbo a la puerta. A su vez, me dediqué a la tarea de detallar los alrededores: al parecer una extensa arboleda le rodeaba, había un desnivel justo al costado derecho de la casa y lo que parecía ser una parte de un lago, aunque lo veía más como un charco enorme. No había otras casas, algo común en la zona pues constaba de terrenos dr ejidatarios. Aún había algo de luz proveniente del sol, sin embargo calculaba unos quince minutos para que oscureciera y el cielo se bañara de estrellas.
Segundos más tarde, llegué a la enorme puerta de madera pintada en color vino y con un fuerte olor a barniz para muebles. Arrugue la nariz antes de tocar el timbre, que reprodujo una tonada de campanas de forma estruendosa. Fruncí el ceño al caer en cuenta que el sitio no se trataba del hogar de un joven, daba la impresión de ser la casa de algún viejo adinerado excéntrico. Una parte de mí rogaba por el hecho de que únicamente fuera una mala impresión, pero al ser abierta la puerta me olvidé del asunto debido a la impresión.
Un sujeto con una máscara blanca, que le cubría también los ojos con alguna tela negra, me recibió. Traía un traje negro y un sombrero bombín negro con franjas delgadas blancas. Me invitó a pasar, su voz sonaba rara, como si estuviera usando uno de esos aparatos que distorsionan el sonido. Extrañado, entré y lo seguí hasta un enorme salón muy elegante. Al menos una veintena de personas ya se hallaban ahí, entre ellos cinco de los populares del colegio, algo que me descolocó puesto que suelen llegar tarde a todo lugar: las clases, partidos, reuniones escolares y hasta a los convivios. No entendí que hacían ahí tan temprano.
—¡Eh, Lalo lelo! ¿Quién te invitó, cabeza de zanahoria? —gritó nada más y nada menos que Brandon, alias, idiota mayor.
Rodé los ojos inhalando hondo. Esperaba una reunión tranquila y divertida sin gente molesta, pero era de esperar que Brandon estuviera aquí. Él, al igual que yo, era uno de los mayores admiradores de Hades, un bloguero mexicano que andaba de moda entre los adolescentes. Aunque... Una parte de mí esperaba que no apareciera.
—Eduardo, amigo — saludó Gerardo desde un rincón.
Decidí ir hacia allá y evitar una confrontación con un mononeurona y su grupo que andaba igual o en peores condiciones. Siempre evitaría una pelea, no formaba parte de mis genes ser violento.
—Hola —respondí.
Chocamos las palmas y luego los puños. Junto de él estaba Uriel, el nuevo en el colegio. Era un tipo agradable aunque un tanto extraño. Más raro aún era el hecho de que Gerardo se juntara con él debido al contraste que hacían. Asentí con la cabeza en su dirección, me regresó el gesto con el rostro serio.
—¿Cuánto tiempo llevan aquí? —pregunté colocándome a su derecha.
Me recargué en la pared, era un gesto típico mío.
—No mucho, en realidad Brandon y su grupito fueron los primeros en llegar. Están igual o más ansiosos que nosotros por conocer a Hades.
Se quitó los lentes para limpiarlos usando uno de los tantos pañuelos de algodón que siempre cargaba, luego se los colocó de nuevo y guardó el pañuelo. Suspiré, lo único malo de él era que no solía dar mucha conversación por lo que solo intercambiábamos pocas palabras. Si no era algo de su interés, no respondía. Era un tanto mamón, mi madre decía que arrogante, pero era eso o estar solo, al menos con compañía los bravucones no atacaban tan seguido. Era cuestión de estrategia, supervivencia.
Los minutos pasaron, el salón se llenaba de adolescentes con rapidez. Antes de las nueve la fiesta estaba de lo más prendido. Alguien había colocado música y habían distribuido bebidas y botanas. Todos tenían algo de qué conversar, menos yo.
¿Qué era lo más extraño? No había señal de Hades y se suponía que esta fiesta era para poder conocerlo. Esto parecía una típica fiesta adolescente. Solo faltaba la pareja besándose en un rincón, el ebrio que vomitaba por todos lados y el vecino molesto que pedía a gritos que quitaran el escándalo. No me sentía en mi ambiente, era más de fiestas de "sociedad" como las llamaba mi madre, con gente adulta y madura, hablando de negocios o aventuras.