Definitivamente, uno de los mayores placeres de la vida es poder acomodarte en el mullido puf de tu salón con un dulce chocolate caliente y frente al televisor para poder ver películas o series, con todo el relajo del mundo y si un límite de tiempo que te restrinja.
Me acerco la gran taza de chocolate que tengo en mis manos, no puedo evitar un suspiro al sentir su delicioso aroma, acto seguido vuelvo a hundirme un poco más en aquel puf, pongo play y comienzo a disfrutar de la película.
Me encontraba ya bebiendo otro sorbo de mi chocolate, cuando me asusté al sentir un fuerte estruendo en la puerta, haciendo que casi derramara todo el chocolate por mi ropa, ante esto, intentando mantener la calma, me giré para ver que sucedía, encontrándome con el enfurecido rostro de mi amiga y la puerta medio abierta debido al gran portazo que la chica había dado.
Cristine era mi mejor amiga desde que había tomado mis maletas y me había decidido a irme de casa porque necesitaba mi propio espacio, yo había estado buscando un lugar donde quedarme, pero mis recursos me impedían poder arrendar un sitio sola, por lo que comencé una búsqueda de compañera de arriendo, así fue como conocí a esa loca y ahora furiosa chica que acababa de entrar en nuestro apartamento.
Me limité a no decir nada y observarla, Cristine era de aquellas chicas que estando furiosas era mejor dejarlas en paz.
Al cabo de varias respiraciones profundas para intentar calmarse me miró y luego su vista se fue como un imán hasta la taza en mis manos.
- ¿Dejaste algo para mí? – preguntó.
Sonreí.
La ira había disminuido de la explosividad con la que había llegado.
- ¡Claro! Busca en la cocina – respondí, para luego volverme otra vez hacia la pantalla mientras ella iba por su propia taza de chocolate.
Yo me encontraba rebobinando la película para comenzar nuevamente desde el principio cuando la chica se sentó en el puf ubicado al otro costado, con dirección al televisor.
- ¿Sabes cuántas calorías tiene esta cosa verdad? – me reprochó.
- ¿Sabes que realmente no me importa verdad? – respondí, lo cual era completamente cierto.
Nunca he sido de esas chicas que se preocupan excesivamente por su cuerpo, sólo hago lo necesario.
Cristine frunció el ceño.
- Te odio. Tú solo necesitas un par de horas a la semana en el gym para lucir espectacular...
Estuve a punto de reírme por su aspecto de niña enfurruñada.
- ... Sin embargo yo necesito ir al gym, hacer dieta y usar un montón de maquillaje – dijo, volviendo su vista al televisor.
Rodé los ojos.
Cristine es una chica espectacular; físicamente es esa "rubia escultural" con la que muchos hombres sueñan como su mujer ideal y a la vez también es inteligente, profesional y una mujer dueña de sí misma, con confianza y alguien que sabe hacerse respetar; una chica como la que muchas quisiéramos ser...
Ella es de aquellas mujeres que ves siempre tan confiadas y firmes que uno podría pensar que no tiene inseguridad alguna.
Incluso en ocasiones, hasta yo me olvido de eso.
- Cristine... – dije suavemente.
La chica suspiró, dejó su chocolate sobre la mesita junto a los pufs y fue hasta la cocina, para luego volver con un montón de bolsas de diversos dulces entre sus brazos, los cuales dejó en la mesita y luego se acomodó nuevamente en el puf para seguir bebiendo su chocolate.
Realmente tuvo que haber tenido un mal día – pensé - ella casi nunca come dulces, le preocupan demasiado las calorías.
Abrió un paquete de marshmallows, tomó un puñado de la bolsa y luego vertió los que más pudo dentro de su taza de chocolate, los que no cupieron fueron directo a su boca.
Yo sólo me volví a mirar hacia mi tazón y sonreí débilmente.
- Realmente hoy no fue un buen día para ninguna eh...
Cristine volvió su vista hacia mí.
- ¿Te ocurrió algo en el trabajo?
Me encogí de hombros, con la vista aún en mi chocolate.
- Renuncié – confesé en voz baja, sintiéndome decepcionada y avergonzada.
No había logrado conservar un trabajo más de seis meses, siendo este ultimo en el que más tiempo llevaba.
- ¿Qué ocurrió?
- Nathan...
- ¿Nathan...? – dijo mi amiga, seguramente suponiendo mi respuesta.
Nathan era mi jefe en aquella empresa en la que trabajaba.
- Amenazó con acusarme de robo si no hacía "lo que él quería".
Lo cual no significaba otra cosa más que acostarme con él.
- ¡Puto desgraciado! ¡Deberías denunciarlo!
- Cristine... - dije en tono de reproche.
A veces me impresionaba la facilidad de Cristine para decir groserías, siendo esta una profesora de primaria.
- Lo siento... - Se disculpó – Pero es cierto, sabes que deberías denunciarlo.
Sí, lo sabía, pero...
- ¿Y a base de qué? – dije con frustración – Sabes que todos ahí le temen y por ende ninguno querrá ayudarme.