¿a Que Juegas?

5

El tercer día amaneció distinto. No sé si fue mi intuición o simplemente el aire se sentía más pesado, pero algo cambió desde que abrimos los ojos. Ella ya no estaba tan relajada como los días anteriores. Revisaba el celular a cada rato, y aunque intentaba disimular, la notaba nerviosa.

—¿Todo bien? —pregunté mientras me estiraba en la cama.
—Sí, claro… solo mensajes de mi madre —respondió rápido, demasiado rápido.

No insistí en ese momento, preferí dejarlo pasar. Salimos a desayunar en un pequeño local frente al malecón. Pedimos panqueques y café, pero mientras yo hablaba de tonterías ella parecía estar en otro planeta. El teléfono vibraba una y otra vez, y cada vez que lo veía en la mesa, su rostro cambiaba.

—¿Quién te llama tanto? —le solté, medio en broma.
Ella bajó la mirada y negó con la cabeza.
—Nada importante.

Mentía, y yo lo sabía. Pero no era el momento para pelear por respuestas.

Pasamos parte del día en la playa, aunque ya no con la misma energía. Ella se reía de mis ocurrencias, sí, pero se le notaba distraída. En un par de ocasiones se apartó para contestar llamadas a escondidas. Yo fingía que no me daba cuenta, pero por dentro el fastidio crecía.

Al caer la tarde, mientras caminábamos de regreso al hotel, me atreví a encarar un poco más el tema:
—Mira, no quiero meterme en lo que no me corresponde, pero… ¿qué pasa? No eres la misma de ayer.

Ella se detuvo, respiró profundo y me miró con esos ojos que parecían suplicar que no preguntara más.
—Es complicado. No quiero arruinar esto.

—Ya lo estás arruinando —dije, sin poder contenerlo.

Se quedó callada. El silencio fue peor que cualquier respuesta.

Poco después, en el cuarto, volvió a sonar el teléfono. Contestó con un “ya voy” apenas audible y colgó enseguida. Luego se giró hacia mí.
—Tenemos que irnos mañana temprano.

No hubo explicación. No hubo más palabras. Yo solo asentí, aunque por dentro hervía de preguntas. Esa noche no hubo risas, ni fogata, ni besos. Solo la incomodidad de saber que lo que habíamos construido en dos días estaba en riesgo por algo que ella no quería contar.

Me quedé mirando el techo hasta quedarme dormido, pensando que por más bonito que hubiera sido todo, esa historia tenía sombras que aún no habían salido a la luz.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.