¿a Que Juegas?

6

El regreso a la ciudad no fue como lo imaginé. No hubo música alta ni carcajadas en medio de la carretera, apenas un par de frases sueltas que parecían más un compromiso que un deseo real de hablar. Yo conducía con la sensación de que algo invisible se interponía entre nosotros, y ella iba detrás, abrazándome flojo, como si estuviera a kilómetros de distancia. Cuando la dejé en la esquina de siempre, no hubo beso, ni una despedida larga; solo me lanzó una sonrisa que parecía hecha a la fuerza y un “te aviso” que, en el fondo, sonó a promesa rota desde el inicio.

Al día siguiente, con el recuerdo fresco del mar y de sus labios todavía en mi mente, decidí buscarla en el bar. Entré con el mismo entusiasmo de siempre, convencido de que iba a verla tras la barra, con esa media sonrisa que usaba como arma. Pero no estaba. Pregunté a una de sus compañeras y solo me dijeron que no había ido a trabajar. Me encogí de hombros, convencido de que era algo normal, que cualquiera podía faltar un día.

Dos días después volví. Otra vez la barra estaba ocupada por otra chica. Ella no estaba. Pregunté de nuevo, y esta vez me contestaron con un encogimiento de hombros: “No ha venido en toda la semana”. Ahí fue cuando la inquietud empezó a morderme por dentro.

La busqué en todos los lugares donde habíamos estado juntos. Pasé por la parada de bus donde solía esperar, di una vuelta por el restaurante pequeño donde habíamos comido hamburguesas después del cine, incluso me acerqué al centro comercial y caminé frente a aquella vitrina donde se había quedado mirando el collarcito que después terminó en su cuello. Nada. Ni rastro de ella.

Le escribí. Primero con la calma de quien no quiere parecer ansioso: “¿Cómo estás? Avísame cuando salgas.” No hubo respuesta. Al día siguiente mandé otro: “Oye, ¿todo bien? Me preocupa que no aparezcas en el bar.” Tampoco.

Con el paso de los días, mis mensajes empezaron a llenar la pantalla de mi celular como si fueran confesiones que nadie leería jamás.
“Extraño verte.”
“Si necesitas espacio, dímelo, pero respóndeme.”
“Estoy empezando a preocuparme en serio.”
Nada. Ni un visto, ni una llamada de vuelta. El doble check azul nunca apareció, y cada palabra mía flotaba en un vacío insoportable.

La primera semana sin verla fue un infierno lento. Cada día parecía más largo que el anterior. Me descubrí yendo al bar una y otra vez, siempre con la absurda esperanza de que esa noche sí iba a estar. Pero cada vez la respuesta era la misma: “No vino”, “No sabemos nada”. Y yo salía con la sensación de que todo lo que habíamos vivido en la playa había sido un sueño, algo que quizá nunca ocurrió.

Las noches fueron lo peor. Cerraba los ojos y la escuchaba reír mientras jugábamos en el agua, sentía sus brazos rodeándome en la moto acuática, veía la forma en que acariciaba el collar en la arena antes de besarme frente al fuego. Todo estaba ahí, grabado con una nitidez cruel, y sin embargo en la realidad solo quedaba el vacío.

Me levantaba cada mañana con la absurda idea de que ese día sí me iba a contestar. Revisaba el celular antes de lavarme la cara, lo dejaba en la mesa mientras desayunaba, lo cargaba una y otra vez aunque tuviera la batería completa. La notificación que esperaba nunca llegaba.

Con el tiempo, lo que empezó como preocupación se convirtió en una sombra de sospecha. Ella no me debía explicaciones, lo sabía. No éramos una pareja “formal”, nunca lo habíamos definido, pero después de todo lo que compartimos… ¿de verdad alguien desaparece así, sin una palabra, como si nada hubiera existido?

Me repetía una y otra vez lo que me había dicho en la playa cuando le pregunté por su hija: “Es complicado, no quiero arruinar esto”. Quizá ya lo había arruinado desde antes. Quizá esas llamadas misteriosas, las que atendía en secreto, estaban conectadas con la razón de su desaparición.

El bar, la ciudad, mi propia casa… todo empezó a sentirse vacío sin ella. Y lo más desesperante era esa sensación de que alguien me estaba escondiendo un rompecabezas del que yo solo tenía unas pocas piezas.

No sé en qué momento pasé de esperar una respuesta a necesitarla como si fuera oxígeno. Una semana completa sin verla, sin un mensaje, sin una señal. Una semana de silencio absoluto. Y cada día que pasaba estaba más convencido de que algo muy raro estaba ocurriendo.




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