[A continuación, te presento el Capítulo 1, Este capítulo tiene un tono introductorio, con énfasis en el descubrimiento inicial de los síntomas, la vida cotidiana en Miami y el primer paso hacia un diagnóstico]
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El sol de julio en Miami era inclemente, pero Thiago no lo notaba. No como antes. Cuando los demás chicos corrían a las playas o jugaban en los parques, él empezaba a quedarse en casa más de lo habitual. Al principio, todos pensaron que era culpa del videojuego nuevo que Mateo había instalado en la consola. Luego culparon al calor. Luego, a su etapa rara de “prefiero leer solo”.
Pero la fiebre no se podía ignorar.
—Otra vez, Thiago... —dijo Lucía, su madre, acercando el termómetro a sus labios pálidos.
El pitido confirmó lo que ya todos sabían: 38.9.
Esteban, su padre, cruzó los brazos con el ceño fruncido. Estaba en casa más de lo usual esa semana, una de esas “pausas autoimpuestas” que se regalaba cuando los planos del trabajo le saturaban la cabeza.
—Esto no es solo un virus —dijo en voz baja, pero lo suficientemente alto como para que Thiago lo oyera.
—Gracias, papá —murmuró Thiago, sin levantar la cabeza del sofá.
Lucía lo acarició con delicadeza. Estaba más flaco, sí. También con moretones en las piernas que nadie recordaba haberle visto caerse. El apetito se había ido semanas atrás, junto con las ganas de peinarse, de hablar con Nico, de salir con Rocky, el perro mestizo que había sido su sombra desde los ocho.
Solo Sombra, el gato, parecía seguirlo con indiferencia, saltando al respaldo del sofá y recostándose justo encima de su cabeza. Sombra lo miraba desde arriba como un oráculo silencioso, como si ya supiera lo que todos temían.
Ese viernes, a las 8:30 de la mañana, estaban en la sala de espera del Baptist Children’s Hospital. Las luces blancas, el olor a desinfectante y la voz suave de la recepcionista se sentían ajenos al mundo que Thiago conocía. Sus hermanos, Nico y Mateo, se quedaron en casa, prometiendo llamarlo en cuanto terminara el partido online de fútbol que tenían programado.
—Solo una revisión —le había dicho Lucía, apretándole la mano.
Pero el médico no fue tan rápido. El doctor Ferrer entró con una bata blanca, una sonrisa amable y una mirada aguda.
—Hola, Thiago. ¿Cómo te sientes?
—Cansado. —No mentía.
—Vamos a revisar un poco de sangre, ¿te parece?
Fue la primera vez que lo pinchaban y no se quejó. No porque no doliera, sino porque estaba demasiado cansado para hacerlo.
Esa noche, Lucía recibió la llamada. Esteban se puso de pie al instante, sin que ella dijera una palabra. Ella lo miró con ojos húmedos, temblorosos.
—Nos citaron para mañana temprano... algo no salió bien en los análisis.
Thiago los escuchó desde la escalera, con Rocky acostado a sus pies.
La historia había empezado.