[Continuamos con el Capítulo 2, En este capítulo, abordamos la primera visita con el oncólogo, la sospecha de leucemia y cómo la familia comienza a procesar la posibilidad de que algo grave esté ocurriendo]
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A las siete y media de la mañana, el tráfico en Miami parecía haberse detenido. Los carros se amontonaban como fichas de dominó inmóviles. Pero dentro del auto familiar, el silencio era aún más espeso que el humo del escape.
Thiago iba en el asiento trasero, entre su mochila escolar que ya no usaba y un paquete de galletas que nadie había abierto. Miraba por la ventana como si la ciudad le perteneciera a otra persona. Como si ese cielo celeste ya no fuera suyo.
—Nos van a ver dos doctores —dijo Lucía desde el asiento del copiloto, como si eso hiciera todo más liviano.
Esteban no respondió. Apretó el volante con una mano mientras con la otra cambiaba la estación de radio.
La consulta era en el ala de oncología pediátrica del hospital. Una sala que parecía diseñada para niños pequeños: dibujos de leones sonrientes, colores pastel en las paredes, una pantalla que mostraba caricaturas. Todo lo que había allí decía: “esto no es tan grave”. Pero nadie se lo creía.
El Dr. Ferrer volvió a aparecer, con el mismo porte calmo, pero esta vez acompañado de una mujer de mediana edad y rostro sereno: la Dra. Padilla, hematóloga.
—Queremos hablar con ustedes con tranquilidad, pero con sinceridad —dijo Ferrer, sentándose frente a ellos.
Lucía tomó a Thiago de la mano. Él no la soltó.
—Los análisis muestran alteraciones en los glóbulos blancos. Hay una alta probabilidad de que estemos frente a una forma de leucemia linfoblástica aguda. Pero no vamos a apresurarnos con ese diagnóstico sin realizar una punción de médula ósea.
Thiago no entendió todo. Solo retuvo dos palabras: leucemia... aguda.
Esteban tragó saliva. Lucía se quedó inmóvil. Ninguno lloró.
—¿Y eso es... cáncer? —preguntó Thiago.
El Dr. Ferrer lo miró con firmeza. Asintió.
—Sí. Pero es tratable. Y con altas probabilidades de remisión si actuamos a tiempo.
A Thiago no le dolía el cuerpo en ese momento. Le dolía la palabra. Cáncer. Sonaba como un error, como una tormenta que uno no había pedido.
La doctora Padilla explicó los siguientes pasos: hospitalización para observación, la punción bajo sedación y luego una serie de tratamientos en ciclos.
—Esto no significa dejar de vivir —agregó—. Muchos niños se curan completamente.
Thiago no sabía si eso lo tranquilizaba o no.
Al salir, el sol seguía brillando sobre Miami como si nada hubiese pasado. Lucía caminaba como en trance. Esteban intentó disimular con un chiste sobre estacionamiento, pero se le quebró la voz.
En casa, Mateo y Nico estaban en la cocina, peleando por un control remoto.
—¿Y? —preguntó Nico, notando el rostro pálido de su madre.
Thiago no respondió. Fue a su cuarto, cerró la puerta, y por primera vez en mucho tiempo, lloró. No por miedo. No del todo. Lloró porque no sabía cómo decirle a sus hermanos que ya no era el mismo.