[Aquí tienes el Capítulo 3. Este capítulo se centra en el ingreso hospitalario, la punción de médula, y la consolidación de emociones internas: el miedo, la vergüenza y la transformación silenciosa que comienza a experimentar Thiago]
📘 -------
La habitación tenía vistas al estacionamiento, no al jardín, como él había imaginado. Thiago se lo comentó a su madre mientras los enfermeros le colocaban la pulsera con su nombre. Lucía sonrió, con ese tipo de sonrisa que uno da cuando no tiene energía para buscar una verdadera.
—¿Te lo imaginabas con fuentes y peces de colores?
—Con delfines. Voladores —respondió Thiago, sin levantar la vista.
La enfermera, Marta, lo escuchó y sonrió genuinamente.
—Podemos traerte un acuario de papel. ¿Qué dices?
Thiago asintió sin convicción.
Las paredes de la habitación eran blancas, con una cortina azul entre las dos camas. En la cama de al lado no había nadie, lo cual agradeció. Una televisión colgaba del techo, silenciosa. Rocky no había podido acompañarlo, pero Esteban le había prometido llevarle fotos todos los días. "Sombra te espera en tu almohada", dijo su padre antes de irse.
El procedimiento era simple, dijeron. Sedación ligera. Un pinchazo en la cadera. Extracción de médula.
—No es como en las películas —explicó la Dra. Padilla—. Te dormirás y cuando despiertes, todo habrá pasado.
Thiago solo asintió.
El hospital olía a vainilla artificial, el tipo que intentaba disfrazar el olor a alcohol y plástico. Desde su cama, observaba cómo los médicos entraban y salían, siempre con algún papel en la mano. Su madre no se separó de él ni un segundo, incluso cuando fingió dormir.
—¿Y si tengo eso? —susurró de repente.
—¿Qué cosa, mi amor?
—La leucemia.
Lucía tomó aire y lo miró a los ojos.
—Entonces peleamos. Todos. Como un equipo. ¿Recuerdas cuando Nico se rompió el brazo? ¿Y tú le llevabas la mochila todos los días?
Thiago asintió.
—Ahora nos toca a nosotros llevar la tuya.
No respondió. Solo se dejó abrazar.
La noche antes del procedimiento, apareció una chica de su edad, acompañada por un voluntario joven que empujaba su silla de ruedas. Tenía el cabello corto, una pulsera multicolor en la muñeca y una risa que rompía con todo lo estéril del lugar.
—¿Nuevo? —preguntó, deteniéndose en la puerta.
Thiago asintió, medio incómodo.
—Soy Emma. Vengo por los dulces que esconden los enfermeros. Pero no se lo digas a nadie.
Thiago sonrió por primera vez en dos días.
—Soy Thiago. Me van a sacar algo de la cadera mañana.
—¿La médula? —dijo con naturalidad—. No duele. Bueno, no tanto como las matemáticas. O como cuando te ponen el canal de cocina y tú quieres ver superhéroes.
Emma le guiñó el ojo y desapareció por el pasillo.
La mañana siguiente llegó sin avisar. Lo sedaron. Soñó con delfines voladores sobre hospitales de cristal. Y cuando despertó, Lucía lo estaba esperando con una sonrisa cansada. En su mesa de noche, había un dibujo: un pez naranja con alas de cartón. “Para Thiago —escribía—. Porque no estás solo en este acuario. —Emma.”
Y por primera vez, Thiago entendió que el hospital era más que jeringas y diagnósticos. Era un lugar donde los niños inventaban sus propios superpoderes.