[Aquí tienes el Capítulo 4. En este capítulo, Thiago recibe el diagnóstico oficial. La familia intenta mantener el equilibrio mientras el hospital se convierte en una segunda casa. Emma comienza a tener más presencia, y se plantean preguntas más profundas sobre el futuro, la amistad y el miedo]
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Era martes. El mismo día de la semana en que, normalmente, Nico se olvidaba la lonchera y Mateo le robaba a Thiago los cereales. Pero ese martes era distinto.
La sala donde esperaban era pequeña, sin ventanas, con una máquina de agua que hacía un zumbido constante. Thiago estaba con una gorra que su papá le había comprado esa mañana. “Para que no te dé el sol en la cabeza cuando salgamos”, había dicho, aunque no habían salido más allá del ascensor del hospital.
El Dr. Ferrer llegó con una carpeta en la mano. La Dra. Padilla iba detrás, como una sombra que ya no podía separarse de la familia.
—Ya tenemos los resultados —dijo él, y el zumbido de la máquina pareció silenciarse de golpe—. Es leucemia linfoblástica aguda, tipo B.
Lucía soltó el aire de golpe. Esteban no parpadeó.
—¿Y ahora? —preguntó Thiago.
—Ahora peleamos —respondió Ferrer con un tono sereno—. Empezaremos con la primera fase de quimioterapia mañana. Será un camino largo, pero no estás solo.
La palabra "quimioterapia" cayó como un ladrillo. Thiago pensó en películas donde la gente perdía el cabello y vomitaba constantemente. Pensó en la silla vacía en la escuela. Pensó en Rocky, en Sombra, en la bici que no usaba desde mayo. Pensó en lo que no sabía.
—¿Voy a perder el pelo?
La Dra. Padilla lo miró con ternura.
—Es muy probable, sí.
—¿Y me voy a morir?
Lucía lloró. Silenciosamente. Esteban apretó los dientes.
—No, Thiago —dijo la doctora—. No si hacemos todo lo que debemos. Y lo vamos a hacer juntos.
Más tarde, en la habitación, Thiago se puso la gorra frente al espejo. Se quedó mirándose un buen rato. Se veía igual, pero sabía que algo adentro había cambiado.
Emma apareció con una caja de galletas.
—¿Cómo va el nuevo pez del acuario?
—Tengo cáncer —soltó, sin rodeos.
—Ya me imaginaba. Yo también lo tuve. Leucemia. Hace un año.
Thiago se quedó quieto.
—¿Y estás…?
—En remisión —sonrió—. Pero vengo a mis controles, y a veces me escapo a robar galletas y dar consejos malos.
Se sentaron a jugar un juego de cartas que Emma llevaba siempre consigo. No hablaban mucho, pero tampoco era necesario.
—¿Tienes miedo? —le preguntó ella mientras mezclaban las cartas.
—Mucho. ¿Y tú lo tuviste?
Emma asintió.
—Pero aprendí que tener miedo no te hace débil. Te hace humano. El truco es tenerlo contigo y aun así levantarte cada día.
Thiago no respondió. Pero le devolvió la sonrisa.
Esa noche, Nico y Mateo le mandaron un video. Estaban en el patio de la casa con Rocky. Habían hecho un cartel que decía “Volvé pronto, cabezón”, con letras torcidas. Mateo enseñó la consola como si fuera un trofeo.
—Te la estamos calentando, enano. Pero no tardes mucho que la voy a ganar toda.
Thiago rió. Rió como hacía días no lo hacía. Por un momento, el miedo retrocedió. No desapareció, pero dejó espacio para algo más grande: la esperanza.