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Algunas noches eran peores que otras. Había vómitos, fiebre, sudores fríos. Lucía se quedaba sentada junto a su cama sin dormir. A veces recitaba cuentos de cuando Thiago era pequeño. Otras, simplemente le sujetaba la mano.
Esa noche en particular, Thiago no podía respirar bien. Tenía la garganta seca y sentía que el aire no le alcanzaba. Llamaron al equipo médico. Le dieron oxígeno. Pasaron horas en silencio, esperando que la fiebre bajara.
En medio de ese calor húmedo que se metía por los poros, Thiago murmuró:
—¿Y si no llego?
Lucía lloró en silencio, pero no lo dejó notar.
—Tú vas a llegar. Lo prometo. Y si no, me voy contigo.
—No digas eso...
—Entonces lucha conmigo. Día a día.
Emma apareció por la mañana, con su voz tranquila y una taza de té de menta.
—Te estuve esperando en la sala común. Dijeron que tuviste noche de dragón.
—De dragón moribundo.
—Mejor. Los dragones queman cosas antes de morir. Dejaste el hospital patas arriba.
Ese día durmió casi todo el tiempo. Pero soñó con fuego. Y con alas.