A Trece Latidos

Capítulo 11: "Volver sin ser el Mismo"

[continuamos con el Capítulo 11. En este episodio, Thiago regresa temporalmente a casa tras su primera etapa de quimioterapia. La transición del hospital al hogar lo enfrenta con nuevas emociones: sentirse extraño en su propio cuarto, intentar reconectar con su entorno y entender que su vida, aunque sigue, ha cambiado para siempre.

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El día que le dijeron que podía irse a casa unos días, Thiago no lo creyó de inmediato.

—¿De verdad? —preguntó, mirando a Ferrer con una mezcla de asombro y miedo.

—De verdad. Tus defensas están estables por ahora. Será un descanso, no el final del tratamiento.

Lucía casi lloró de emoción. Esteban llamó a casa antes de que salieran del hospital: Mateo y Nico limpiaron el cuarto de Thiago en tiempo récord, mientras Rocky parecía intuir lo que estaba por ocurrir. Sombra, por supuesto, no se enteró de nada… o fingió no hacerlo.

El auto de la familia volvió a avanzar por las calles de Miami como si la ciudad hubiera esperado ese momento durante semanas.

Thiago apoyó la frente contra la ventana. Todo se veía igual. Pero él ya no.

—¿Y si no me siento cómodo en casa? —preguntó, sin despegar los ojos del mundo que lo rodeaba.

Lucía lo miró desde el asiento del copiloto.

—No tienes que estar cómodo. Solo tienes que estar.

La casa olía a pan recién horneado. A familia. A recuerdos.

En la puerta, Mateo lo recibió con una broma:

—Te ves como un Jedi con anemia, pero igual se te extrañaba, hermano.

Nico, más callado, lo abrazó fuerte.

—Tu cama preguntaba por ti.

Thiago recorrió su cuarto en silencio. Todo estaba como lo había dejado… pero al mismo tiempo, no. La mochila escolar estaba donde la abandonó antes del primer ingreso. Los libros estaban apilados. En el escritorio, su cuaderno con una caricatura a medio dibujar.

Se sentó en la cama y Rocky saltó sobre él de inmediato. Lo lamió, gimoteó, y se acurrucó junto a su pierna.

Sombra apareció después. Caminó con altivez por la habitación y se trepó al respaldo de la silla, mirándolo como si dijera: Sabía que volverías, humano débil.

Esa noche, comieron todos juntos en la mesa por primera vez en mucho tiempo. Lucía preparó arroz con pollo y un pastel que intentó decorar con forma de delfín. Falló estrepitosamente, pero a todos les pareció perfecto.

—¿Y Emma? —preguntó Mateo—. ¿No era tu nueva mejor amiga?

—Sí… —respondió Thiago, con una sonrisa débil—. Está aún allá, en el hospital. Tiene que terminar su fase.

—¿Le vas a escribir?

—Sí. Pero antes quiero dibujar algo.

Después de cenar, Thiago sacó su libreta y empezó a dibujar un acuario. Uno distinto. Lleno de peces voladores, estrellas que parecían dulces y medusas con alas. En una esquina, escribió: “Para Emma, guardiana del mapa invisible.”

Antes de dormir, miró el techo de su cuarto, escuchó los ruidos conocidos de su casa —las risas de sus hermanos, el ladrido de Rocky, el crujido de las maderas— y sintió algo nuevo: nostalgia dentro de la alegría.

Volver a casa era hermoso, sí. Pero también era raro. Porque él no era el mismo niño que salió por la puerta hace semanas. Era alguien más. Alguien que ahora sabía que podía tener miedo y seguir respirando.




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