A Trece Latidos

Capítulo 12: "Entre Miradas y Silencios"

[Aquí tienes el Capítulo 12. En este capítulo, Thiago regresa brevemente a la escuela por primera vez desde su diagnóstico. Se enfrenta a las miradas, las preguntas, el silencio, y también a una inesperada muestra de empatía por parte de su hermano mayor, Mateo. La vida sigue… pero el ritmo ha cambiado]

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Thiago no quería ir. Lo dijo tres veces esa mañana. A su madre, a su reflejo, al aire.

—Solo por una hora —insistió Lucía, ajustándole la bandana negra con estrellas blancas—. Solo para saludar, para sentir el lugar de nuevo.

El colegio quedaba a nueve minutos en carro. Pero ese día, el trayecto pareció eterno. Como si cada semáforo fuera una advertencia.

—¿Y si me miran raro? —preguntó Thiago.

—Entonces los miras de vuelta —dijo Mateo desde el asiento trasero, sin ironía.

El colegio tenía ese olor a marcador y a aire acondicionado forzado. Las paredes seguían iguales, pero el mundo se sentía distinto.

La directora lo recibió con una sonrisa incómoda, casi forzada.

—Nos alegra verte, Thiago. Estamos… orgullosos de ti.

Lo acompañó hasta el aula. Los pasillos estaban llenos de mochilas, zapatos chillones, voces altas. Algunos lo miraban. Otros susurraban. Unos pocos fingían que no lo veían.

Thiago entró con la cabeza en alto.

El silencio fue inmediato.

La profesora se levantó. Dijo algo sobre la valentía, la lucha, el ejemplo. Thiago no la escuchó entera. Solo escuchaba los latidos de su propio corazón, y el tic del reloj de pared que sonaba como una amenaza.

—¿Tienes cáncer? —preguntó alguien al fondo.

Thiago tragó saliva. Miró a la maestra. Luego a sus compañeros. Y habló.

—Sí. Pero no se pega.

Silencio.

Luego una niña levantó la mano.

—¿Te duele?

—A veces.

—¿Vas a volver a clases?

—No del todo. Estoy en tratamiento. Pero quise venir.

Un chico se acercó en el recreo. Le ofreció una barra de cereal.

—Mi primo también tuvo leucemia. Jugábamos igual que siempre. Cuando se curó, lo llevaron a Disney. ¿Te van a llevar?

Thiago rió. Por primera vez en el día.

—Ojalá.

Mateo lo esperó afuera del aula. Se apoyaba en la reja como quien disimula estar relajado.

—¿Cómo estuvo?

—Raro. Pero bien. Mejor de lo que pensé.

—¿Te lo dije o no?

Thiago lo miró con atención. Su hermano tenía esa manera de decir las cosas que mezclaba arrogancia con cariño. Lo conocía bien.

—Gracias por venir.

—No se lo digas a nadie, pero… me enorgulleces, cabezón.

—¿En serio?

—Mucho. Aunque sigues siendo malísimo en FIFA.

En casa, esa noche, Thiago recibió una videollamada. Era Emma. Tenía un turbante violeta y una sonrisa más cansada que de costumbre.

—Hoy fuiste al colegio, ¿no?

—Sí. Fue… raro.

—Todo es raro ahora. Pero sigue. A veces el mundo no está listo para nosotros. Pero igual hay que aparecer.

—¿Sabes qué fue lo mejor?

—¿Qué?

—Mateo me dijo que estaba orgulloso de mí.

Emma levantó los pulgares.

—Entonces hoy ganaste. Anótalo.

Thiago lo escribió en su cuaderno:

> “Capítulo 1 de mi regreso al mundo: sobreviví a las miradas. Y gané una barra de cereal.”




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