[Aquí tienes el Capítulo 14. En este capítulo, Thiago cumple catorce años. No hay globos, ni fiesta, ni velas. Pero hay algo más valioso: la comprensión de que seguir vivo es ya un milagro. Emma sigue recuperándose lentamente, y la familia de Thiago organiza una sorpresa que lo reconecta con la belleza de las cosas pequeñas]
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La noche anterior, Thiago había intentado convencerse de que su cumpleaños era solo un martes más. Una cifra, nada más. ¿Qué tenía de especial cumplir catorce, cuando no sabías si ibas a cumplir quince?
—¿Y si lo ignoramos? —le preguntó a su mamá antes de dormir.
Lucía, que estaba dejando suero de manzanilla en la mesa de noche, lo miró con ternura.
—Ignorarlo sería como negar que estás aquí. Vivo. Respirando. Peleando.
—Pero no tengo ganas de celebrar.
—No se trata de ganas. Se trata de reconocer que estás sumando tiempo. Que el mundo, aunque no lo parezca, sigue girando contigo encima.
Al despertar, el cuarto tenía olor a panqueques. Extraño, porque Lucía no sabía hacer panqueques. Pero allí estaban, torcidos y con forma de meteoritos, coronados con chocolate derretido.
—Los hice yo —dijo Esteban, entrando con una espátula—. No me juzgues. El amor es torpe, a veces.
—¿Qué pasa? —preguntó Thiago, entre risas.
—Feliz cumpleaños, hijo.
Lucía lo abrazó por detrás.
—Catorce vueltas al sol. Y esta es la más valiente de todas.
Mateo y Nico entraron con un regalo envuelto en papel de historietas: una gorra nueva con un parche bordado que decía “Sobreviviente en entrenamiento”. Rocky saltaba de un lado a otro como si también entendiera la ocasión. Sombra, fiel a su estilo, dormía sobre la mesa.
No hubo fiesta, ni pastel con velas. Solo una mesa con panqueques, risas tímidas, música bajita y un aire distinto. Un aire de celebración contenida.
Más tarde, llegó un sobre del hospital.
Thiago lo abrió con cuidado. Era una hoja doblada en tres partes. El dibujo era de Emma: un nuevo fragmento del Mapa Invisible. Esta vez, el hospital tenía caminos que salían hacia el mar, y un mensaje escrito en marcador morado:
> “Catorce años. No es poca cosa.
Te debo una danza bajo el cielo.
PD: estoy mejor. Respirando fuerte.
PD2: Te extraño, calvo testarudo.”
Thiago no supo si reír o llorar. Así que hizo ambas cosas.
Luego salió al patio, se quitó la gorra y dejó que el sol le calentara la cabeza. Catorce años. Seguía aquí. No sabía por cuánto tiempo. Pero sí sabía algo: ese día valía la pena vivirlo.