A Trece Latidos

Capítulo 19: "La médula, los miedos"

[Aquí tienes el Capítulo 19. Este capítulo marca un giro técnico y emocional en la historia: los resultados de médula de Thiago no son alentadores, y el equipo médico considera la opción de un trasplante. Pero lo que más afecta a Thiago no es la noticia en sí… sino cómo reacciona su hermano Mateo ante la posibilidad de ser el donante]

📘 ---

—No está funcionando como esperábamos.

Fueron las palabras exactas de la doctora Hinojosa. Y aunque lo dijo con calma y usando gráficos en la tablet, el mundo de Thiago se congeló.

Estaban en la oficina de consulta externa. Sentados: Lucía, Esteban y Thiago. Emma no había podido venir; estaba en su propia evaluación.

—¿Qué significa eso? —preguntó Esteban.

—Que la quimioterapia ha reducido parte de la actividad leucémica, pero no lo suficiente. Thiago sigue con células residuales malignas por encima del umbral. Tenemos dos opciones: intensificar el tratamiento actual o considerar un trasplante de médula ósea.

Thiago sintió un vacío en el estómago. Como cuando uno se cae en un sueño, pero despierto.

—¿Un trasplante? —preguntó, con la voz seca.

—Sí. No es inmediato. Requiere una búsqueda de donante compatible. Lo ideal sería un hermano biológico.

Lucía miró a Esteban. Esteban a Lucía.

—Mateo o Tomás —dijo ella.

—Correcto —respondió la doctora—. Podemos comenzar los análisis esta misma semana.
---

La noticia llegó a casa como una onda expansiva.

Tomás, el mayor, no dudó.

—Obvio que me hago el test. Si sirve, se hace. Fin del tema.

Pero Mateo se quedó en silencio. Bajó la mirada. Fingió estar distraído con el celular.

Thiago lo notó. Lo sintió como una punzada.

Esa noche, cuando Lucía apagó las luces del cuarto, Mateo pasó junto a la puerta y murmuró:

—¿Podemos hablar?

Thiago asintió.

Mateo cerró la puerta. Se sentó en el borde de la cama. Tardó mucho en decir algo.

—Tengo miedo —dijo al fin—. No sé si quiero hacerlo.

Thiago no respondió de inmediato. Sabía que si hablaba con rabia, no sería justo. Pero también sabía que algo dentro suyo se revolvía.

—¿Miedo de qué?

—No sé… De que me duela. De que me pase algo. De que después me veas diferente.

—¿Diferente cómo?

—Como si tuviera que protegerte para siempre. Como si ahora fuera mi culpa si algo sale mal.

El silencio fue espeso.

—¿Tú crees que yo quiero esto? —dijo Thiago, con un tono suave pero firme—. ¿Tú crees que me gusta estar enfermo? ¿Depender de todos? ¿Ver a mamá llorar en silencio en la cocina?

Mateo apretó los puños.

—No es eso.

—Entonces dime qué es.

—Es que no sé si soy tan valiente como tú —dijo. Y le tembló la voz por primera vez.

Thiago se quedó en silencio.

Y luego dijo algo que ni él sabía que sentía:

—Yo tampoco soy valiente. Solo hago lo que puedo con lo que me queda.

Mateo lo miró. En sus ojos había algo parecido a la culpa… pero también a un entendimiento profundo. Como si por fin estuvieran hablando de lo mismo.

—Voy a hacerme el test —dijo, después de un largo rato—. Pero no porque me obliguen. Porque quiero hacerlo. Aunque tenga miedo.

Thiago asintió.

—Está bien tener miedo, Mateo. Solo no lo dejes decidir por ti.
---

Tres días después, el hospital informó que Mateo era 100% compatible.

Y la posibilidad del trasplante dejó de ser teoría.

Se convirtió en camino.

En riesgo.

Y también, en esperanza.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.