A Trece Latidos

Capítulo 23: “El día que casi me rindo, aprendí a escribir de nuevo”

[Aquí tienes el Capítulo 23. En él, Thiago regresará a las clases desde casa, enfrentará su primera recaída leve, y un accidente inesperado en su círculo cercano pondrá a prueba todo lo que ha aprendido sobre la fragilidad de la vida]

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1. El regreso sin campana

Thiago volvió a “clases” un martes de septiembre.
No había timbres.
No había pupitres, ni compañeros que lo esperaran en la entrada.
Solo un portátil sobre la mesa del comedor, un auricular con micrófono y un fondo desenfocado para que nadie viera que aún usaba pantalones de pijama.

La profesora de Lengua lo saludó con entusiasmo artificial.

—¡Thiago, qué alegría tenerte de nuevo! ¿Cómo estás?

Él no sabía qué responder. No se sentía triste. Tampoco feliz. Solo… presente.

—Estoy —dijo.

Las cámaras de los demás chicos estaban apagadas. Algunas voces saludaban con desgano, otras ni eso. Era como gritarle a una pecera.

Durante la primera semana, Thiago se esforzó. Tomaba apuntes. Hacía tareas. Sonreía incluso cuando no entendía nada. Pero en la segunda, la fatiga volvió. La mente le iba más lenta que el cuerpo. Cada ejercicio le parecía una montaña.

El oncólogo le había advertido:

> “Después del trasplante, la niebla cerebral es real. No te exijas como antes.”

Pero Thiago no quería excusas.

Él solo quería volver a ser él.
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2. El enemigo invisible

Fue el jueves cuando empezó.
Primero, una presión en el pecho.
Luego, una tos seca que no era alérgica.
Después, la fiebre.

39.4°C

—Puede ser un virus leve —dijo su madre, fingiendo calma.
—Puede ser rechazo agudo —dijo Mateo en voz baja, cuando pensó que nadie lo oía.

Lo llevaron al hospital.

Otra vez la sala blanca. Otra vez la vía en el brazo. Otra vez las preguntas.

Los análisis no mostraban infección evidente.

La doctora Salinas apareció con rostro grave pero sereno.

—Thiago, vamos a ingresar por precaución. El trasplante aún está fresco y hay que descartar complicaciones.

Thiago no protestó.

No tenía fuerzas.

Pasó la noche con escalofríos, soñando con una sala oscura donde todos sus órganos hablaban entre sí y discutían si debían seguir luchando.

A la mañana siguiente, la fiebre bajó sola.

No era un rechazo. No era COVID. No era neumonía.

Solo una advertencia silenciosa del cuerpo:

> “Todavía no hemos terminado.”
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3. El accidente

Esa misma semana, cuando ya estaba de nuevo en casa, llegó la peor noticia.
No tenía que ver con él.

Tenía que ver con Tomás.

Su hermano mayor, el de las bromas malas y la paciencia infinita.
El que se disfrazó de Batman para animarlo el día de su trasplante.

Tomás tuvo un accidente en moto.
Iba camino a casa después del trabajo.
Un auto giró en rojo.
Impacto. Vuelo. Suelo.

Thiago lo supo por Lucía, que llegó llorando con el celular temblando en la mano.

—Está vivo —dijo ella—, pero tiene fractura de fémur, costillas y una contusión pulmonar.

Durante tres días, la casa se convirtió en un lugar enmudecido.

Los padres iban y venían del hospital.

Mateo se hizo cargo de cocinar.

Thiago no podía hacer nada.

Y eso lo consumía.

Fue Lía quien lo despertó del letargo, con un mensaje breve:

> “Cuando yo estuve en coma inducido, mi hermano menor me escribió cartas todos los días. Nunca las leí. Pero él necesitaba escribirlas. No para mí. Para él.”

Thiago encendió su cuaderno.

Comenzó a escribirle a Tomás.

“Carta 1: ¿Sabes lo que se siente cuando te asustas por los demás?”

“Carta 2: Perdón por no estar ahí cuando tú estuviste para mí.”

“Carta 3: Si sales de esta, te obligo a dejar la moto.”

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4. Terapia sin diván

La doctora Valeria, su psicóloga, volvió a agendar sesiones por Zoom.

—¿Cómo estás realmente, Thiago?

—Siento que me quitaron los superpoderes.

—¿Y qué superpoder tenías?

—El de resistir por mí mismo. El de ser fuerte para los demás.

Valeria sonrió con dulzura.

—¿Y si te digo que el nuevo poder es saber pedir ayuda?

Thiago se quedó callado.

Luego levantó una hoja.

—Escribí algo nuevo —dijo.

Y leyó.

Un poema.

No rimaba.

No tenía título.

Solo decía:

> “Hoy lloré en silencio para que el perro no se preocupara.
Y me sentí menos débil.
Porque seguir escribiendo
es una forma de decirle al mundo que no ha ganado.”

Valeria no dijo nada por unos segundos.

Y luego dijo:

—Ese eres tú.
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5. Encuentro con Lía

El domingo, Thiago volvió al parque.

Lía lo esperaba con una libreta y dos mascarillas nuevas.

—Hoy te dibujo a ti —le dijo.

—¿No lo hiciste ya?

—No. Antes dibujé tu cuerpo. Hoy quiero dibujar tu cara cuando hablas de lo que amas.

Hablaron durante horas.

Del miedo.

Del amor.

De la muerte sin morir.

De la vida sin vivir.

—¿Tú crees que algún día seremos “normales”? —preguntó él.

—¿Y si no? ¿Y si somos algo mejor?

Ella le mostró la página.

Thiago se veía como un guerrero. Pero no con armadura.

Con una camisa arrugada, un lápiz en la oreja y un corazón brillante en el pecho.

—Eres el autor de tu historia, Thiago.

Y en ese momento, él supo que no iba a rendirse.
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6. La luz que no se apaga

Tomás salió del hospital dos semanas después.

Con muletas, yeso y una colección de nuevas cicatrices.

Thiago fue el primero en abrazarlo, con mascarilla y todo.

—Te debo una pizza —dijo Tomás.

—Me debes más que eso. Me debes vivir.

Se rieron.

Esa noche, toda la familia comió junta por primera vez en meses.

No hubo brindis.
No hubo discursos.
Solo risas.




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