A Trece Latidos

Capítulo 24: “Cuando mi historia dejó de ser solo mía”

[Aqui tienes el Capítulo 24. En él, Thiago comenzará a compartir su historia públicamente por primera vez, lo que provocará una oleada de reacciones inesperadas entre extraños, su familia y Lía]


Este capítulo incluirá:

•Thiago decide publicar fragmentos de su historia en un blog anónimo.

• El impacto inesperado de los lectores, incluyendo pacientes, médicos y desconocidos.

•Una reacción negativa por parte de un adulto cercano que no aprueba su exposición pública.

• Thiago enfrenta la duda sobre si dejar de escribir o defender su derecho a contar su experiencia.

• Una carta abierta que se viraliza, y un mensaje inesperado de alguien que cambió por leerlo.

📘 —

1. La chispa

Todo empezó con un clic.

Thiago, acostado en su cama con el portátil sobre el abdomen, tenía los ojos cansados, pero el alma inquieta. El archivo de su novela lo miraba desde la pantalla como un perro viejo que espera ser paseado. Ya tenía 127 páginas. Sin título. Sin capítulos. Sin intención de que nadie lo leyera.

Hasta que Lía le dijo:
—No te estoy pidiendo que te expongas. Solo… comparte un pedacito.
—¿Dónde?
—Donde nadie te conozca.

Y entonces lo hizo.

Creó un blog anónimo: “Corazon de Dragon”

Eligió una plantilla blanca, sin adornos. Subió un fragmento corto:

> “Hoy entendí que la vida no es una línea recta.
Es un trazo inestable.
Como una letra escrita con mano temblorosa.
Pero sigue siendo legible.
Y mientras se lea,
mientras se diga,
mientras se escriba…
aún hay historia.”

Le dio publicar.
Y cerró la computadora como si acabara de confesar un crimen.

2. Primeros lectores

No lo revisó durante dos días.

El lunes, por curiosidad, entró a ver.

143 lecturas.
5 comentarios.

“¿Quién eres?”, decía uno.
“Gracias por esto, no sabes cuánto lo necesitaba.”
“Me recordó a mi hermana. Ella ya no está.”
“Escribes como si me hablaras a mí.”
“¿Vas a seguir publicando?”

Thiago sintió un nudo en el pecho.
No de miedo.
De pertenencia.

Respondió con otra entrada.
Una carta a “quien sea que esté leyendo”.
Contó cómo era despertarse cada día sin saber si el cuerpo iba a cooperar.

> “A veces siento que mis órganos tienen vida propia. Como si ellos también tuvieran derecho a enojarse. A rendirse. Pero mientras haya uno latiendo, solo uno, voy a seguir escribiendo.”

La respuesta fue abrumadora.

Más de 20,000 visitas en tres días.

Gente de Colombia, Argentina, España, hasta Japón (según las estadísticas).

Y entonces, alguien lo compartió en una página de pacientes jóvenes con enfermedades crónicas.

Y su blog dejó de ser pequeño.

3. El nombre detrás del teclado

Una noche, en la cena, Tomás comentó:

—¿Vieron ese blog que anda circulando? Uno llamado “Trece Latidos”. Se volvió viral. Dicen que lo escribe un chico enfermo. ¿No será uno de los amigos de Thiago?

Thiago bajó la mirada.
Mateo levantó una ceja.
Lucía le sonrió con complicidad.

Su madre miró a Thiago con detenimiento.

—¿Tú sabes algo de eso?

Él tragó saliva.

—Puede ser… mío.

Silencio.

—¿Cómo que “puede ser”? —preguntó su padre.

—Lo hice anónimo. No puse mi nombre, ni fotos. Solo lo que sentía. Nadie tenía que saberlo…

—¿Y ahora todos lo saben?

—No. Algunos sospechan. Pero nadie puede probar que soy yo.

La madre se levantó. Fue a la cocina. Regresó con su celular.

—¿Tú escribiste esto? —le mostró una captura de uno de los textos.

Thiago asintió.

—Hijo… —ella respiró hondo—. Es hermoso. Pero es muy íntimo. ¿Estás seguro de que quieres que el mundo lo vea?

—No lo escribí para el mundo. Lo escribí para no explotar.

4. La carta que explotó

Un miércoles cualquiera, publicó una entrada diferente.
Más cruda.
Más suya.

Título: “Cosas que no quiero que me digas más”

> “No me digas que soy fuerte.
No me digas que todo pasa por algo.
No me digas que ‘al menos no tienes cáncer terminal’.
No me digas que ‘podría ser peor’.
No me digas ‘al menos estás vivo’.
No me digas nada si no estás dispuesto a escucharme.”

Era una explosión contenida.

Y funcionó.

958,000 visitas en 24 horas.

Fue compartido en foros, grupos de pacientes, cuentas de médicos, terapeutas, docentes.
Y también atrajo lo inevitable:

> “Este chico necesita terapia, no likes.”
“Demasiado drama.”
“Cualquier adolescente escribe así.”

Pero por cada crítica, había 200 mensajes de gratitud.
Adultos. Adolescentes. Enfermeros. Cuidadores.

Y uno muy especial:

> “Mi hija de 9 años está en tratamiento. No había podido explicarle lo que sentía. Gracias a ti, ella y yo tuvimos una conversación que nunca imaginé posible. Eternamente agradecido.”

Thiago lloró.
Lloró sin vergüenza.
Lloró como si cada lágrima le limpiara un poco el miedo.

5. Consecuencias

Algunas personas empezaron a buscarlo.
A preguntarle si él era el autor.

Una profesora le escribió un correo con un archivo adjunto:

> “Tu texto fue analizado hoy en la clase de literatura. Nadie sabe que eres tú. Pero quiero que sepas que hiciste llorar a 14 estudiantes. Y a mí también.”

Lucía imprimió los textos y los pegó en su pared.
Mateo lo abrazó como si acabara de salvar una vida.

Pero no todos estaban contentos.

Un tío lejano escribió al grupo familiar:

> “No creo que sea apropiado que un niño publique estas cosas. ¿Y si algún día le impide conseguir trabajo? ¿Y si alguien lo usa en su contra?”




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