A Trece Latidos

Capítulo 25: “Voces que no pedí, pero que ahora son mías”

[Aqui tiene el Capítulo 25. En él, exploraremos cómo Thiago comienza a dar sus primeras charlas en centros educativos y hospitales, mientras enfrenta los desafíos de estar en el foco público sin perder su esencia. También profundizaremos en su relación con Lía y un giro inesperado en la salud de uno de los personajes secundarios]

•El crecimiento externo de Thiago como figura pública y joven orador, comenzando a presentarse en hospitales, escuelas y foros juveniles.

•Con un evento emocional fuerte: una recaída en la salud de Lucía, su hermana, que enfrentará una situación médica inesperada que pondrá en tensión a toda la familia, especialmente a Thiago.

📘 —Parte 1

1. Pequeños escenarios

—¿Y si nadie me escucha?

Thiago lo preguntó mientras sostenía una tarjeta doblada entre las manos sudorosas. Estaban a punto de comenzar una charla para adolescentes hospitalizados en el Jackson Memorial. Lía, sentada a su lado, le tocó el hombro suavemente.

—Si una sola persona escucha, ya valió la pena.

Thiago tragó saliva y asintió.

No era la primera vez que hablaba en público. Después de que su blog se viralizara y la entrevista en el periódico local circulara por redes, varias fundaciones, hospitales y centros comunitarios comenzaron a invitarlo a compartir su historia.

Pero esta vez era distinto.

Esta vez, frente a él habría niños como él había sido: delgados, pálidos, con los ojos llenos de un cansancio que no se aprendía en la escuela.

Caminó hasta el podio improvisado en una sala de juegos convertida en auditorio. Lo esperaban doce niños, seis adultos, dos enfermeras y una trabajadora social.

Respiró hondo.
Y habló.

—Hola. Me llamo Thiago. Tengo dieciséis años. Y pasé los trece en una cama de hospital preguntándome si alguna vez volvería a reír sin que me doliera el pecho…

Una niña de siete años alzó la mano:

—¿Y sí volviste?

—Sí. Volví.

Y entonces supo que sí, alguien estaba escuchando.

2. Lucía

Esa tarde, de regreso a casa, Lucía estaba en el sofá, acurrucada con una manta y una taza de té.

—¿Te sientes bien? —preguntó Thiago, al verla más pálida de lo normal.

—Creo que es solo el ciclo de la universidad. Estoy durmiendo mal, tengo exámenes, prácticas… y bueno, ya sabes que me estreso con nada.

Pero Thiago notó algo en su voz. Un temblor. Un matiz.

Y luego, algo más.

Lucía dejó caer la taza. Sus dedos no respondieron.

—¡¿Lucía?!

Corrió a ayudarla. Mateo, que estaba en la cocina, escuchó el estruendo y llegó de inmediato.

—No siento la mano —dijo ella—. No… no siento el brazo.

Llamaron al 911.

3. Hospital otra vez

Esa noche, la familia volvió a pisar las urgencias del hospital que tantas veces los había recibido por Thiago.

Pero ahora, el paciente era Lucía.

Después de una tomografía y varias pruebas, los médicos sospecharon un evento neurológico leve, posiblemente un accidente isquémico transitorio (AIT).

—¿Un mini derrame? —preguntó Lucía, asustada.

—Sí —respondió el médico—. Pero es reversible. Aún estamos a tiempo.

La dejaron en observación.

Thiago se quedó en la sala de espera, solo, por primera vez sin ser el paciente.

Y se sintió inútil.

Hasta que abrió su libreta. Y escribió:

> “Hoy soy yo quien espera afuera.
Hoy soy yo quien mira monitores ajenos.
Hoy soy yo quien quiere intercambiar lugares,
y no puede.”

4. El nuevo escenario

Dos días después, Thiago fue invitado a hablar en una preparatoria pública de Miami. Iba a compartir su historia con más de 300 estudiantes.

Pero su corazón estaba con Lucía, quien aún permanecía internada para monitoreo.

—Puedes cancelar —le dijo su padre.

—Si Lucía estuviera despierta, me obligaría a ir.

—Entonces hazlo por ella —agregó su madre.

Se paró en el escenario del auditorio. Un mar de adolescentes lo observaba. Algunos con atención, otros distraídos, como era de esperar.

—¿Cuántos de ustedes han tenido miedo de hablar?

Algunas manos se levantaron.

—¿Cuántos han tenido miedo de vivir?

Más manos.

—¿Y cuántos han tenido miedo de ser olvidados?

Silencio.
Miradas cruzadas.
Una chica en primera fila comenzó a llorar.

Thiago no necesitó decir más.
Los tenía.

5. Voces nuevas

Después de la charla, una fila de estudiantes se formó para hablarle. Algunos solo querían abrazarlo. Otros le entregaron cartas. Una chica de 14 años le dijo:

—Mi hermana murió de leucemia. Nunca hablé con nadie de eso. Hasta hoy.

Thiago sintió que el aire era más denso, pero también más puro.

Mientras regresaba a casa, recibió un mensaje de su madre:

“Lucía está estable. Preguntó por ti. Le conté de la charla. Dice que sabía que ibas a brillar.”

Esa noche, al volver al hospital, Lucía sonrió al verlo.

—¿Y qué se siente ser famoso?

—Un poco absurdo. Pero… si sirve, lo acepto.

Lucía le tomó la mano.

—Haz que todo esto valga.

—Parte 2; Allí abordaremos cómo la salud de Lucía comienza a mejorar, pero deja secuelas emocionales. Mientras tanto, Thiago es invitado a su primer foro nacional de jóvenes resilientes y se ve confrontado con historias aún más duras que la suya, lo que lo obliga a redefinir su rol.


6. Lucía se reconstruye

Lucía fue dada de alta cuatro días después del AIT. Aunque recuperó el control de su brazo, algo había cambiado. En su forma de mirar el mundo, de moverse, de responder.

Thiago lo notó.

—¿Te pasa algo? —le preguntó, una tarde en el jardín trasero.

—No lo sé. Creo que ya no me reconozco del todo. Pensé que estaba bien, y de pronto… ¡boom! Mi cerebro falló.




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