[Aqui tiene el capitulo 26; Nuevos desafíos para Thiago, Su ingreso a la universidad, los conflictos internos, su crecimiento emocional y nuevas amistades]
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📘 —Parte 1
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1. El campus y el vértigo
Thiago llegó a la Universidad de Miami con los nervios revueltos. Aunque ya había visitado el campus, estar allí como alumno era otra cosa. Los pasillos amplios, las voces múltiples, los estudiantes con carpetas, tazas térmicas y auriculares le daban una sensación de vértigo dulce.
—Thiago, ¿no? —dijo una voz detrás de él.
Se giró y vio a una chica con rastas y una sonrisa sin miedo.
—Soy Cata, tutora de bienvenida. Vas a odiar la primera semana y amar el resto del semestre, te aviso.
Thiago soltó una risa torpe. Le recordó un poco a Lucía, pero con más caos encima.
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2. Cicatrices invisibles
En su primera clase de Introducción a Psicología, un profesor pidió que dijeran una palabra que los definiera.
—Resiliente —dijo alguien.
—Caótico —otro.
Cuando le tocó a Thiago, dudó. Pensó en decir “sobreviviente”, pero no quería que esa palabra lo encasillara.
—Transparente —dijo finalmente.
El profesor asintió. Nadie lo cuestionó. Nadie supo, ni falta hizo, lo que había detrás de esa palabra.
Esa noche, en su cuarto alquilado cerca del campus, se miró en el espejo. Las cicatrices seguían allí, pero ahora formaban parte de su paisaje. Como una firma que no borra el alma, solo la enmarca.
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3. Primeras diferencias
La convivencia universitaria trajo roces. Su compañero de cuarto, Álex, era un atleta de natación que roncaba, hablaba fuerte por teléfono y dejaba comida fuera de la nevera.
—Bro, ¿por qué siempre escribís tanto? —le preguntó un día, señalando sus libretas.
Thiago dudó si contarle. Pero lo hizo.
—Es mi manera de acomodar el mundo. Me salvó la vida más de una vez.
Álex no entendió del todo, pero dejó de cuestionarlo. E incluso le pidió que lo ayudara a redactar una carta para su hermana menor.
A veces, los puentes se hacen con lápiz.
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4. La charla pendiente
Un sábado por la tarde, mientras paseaba por el campus, Thiago recibió un mensaje de su hermano mayor, Julián.
> “¿Podemos hablar? Hay cosas que nunca te dije. Y ya no quiero callarlas.”
Se encontraron en una cafetería. Julián estaba distinto: más delgado, más sereno.
—Cuando te enfermaste, yo me alejé. Porque tenía miedo. No lo entendí entonces. Pero hoy sí. Y lo siento.
Thiago lo escuchó en silencio.
—No te juzgué, Juli —dijo—. Yo también tuve miedo. Solo que no me lo podía permitir.
Se abrazaron. Fuerte. Largo. Como si el tiempo, por fin, dejara de ser distancia.
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5. El aula que lo estremeció
En una clase de Psicología Clínica, el profesor proyectó imágenes reales de niños en tratamiento oncológico.
A Thiago se le nubló la vista. No por las imágenes en sí, sino por el sonido de las máquinas, las batas, los rostros… era como volver.
—¿Estás bien? —le susurró Cata, la tutora que ahora compartía esa clase.
Thiago asintió, pero salió al pasillo.
Respiró. Recordó lo que su psicóloga le había dicho tiempo atrás: “A veces, lo que más sanamos no es el cuerpo, sino la memoria.”
Y entonces lo escribió. En su cuaderno, con tinta firme:
> “Estoy acá.
Y eso basta, otra vez.”
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—Parte 2; Exploraremos nuevos personajes, un posible interés amoroso, y el dilema entre su vida pública y su vida privada.
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6. La chica del cuaderno azul
Un martes por la mañana, en la biblioteca, Thiago notó a una joven sentada frente a él, escribiendo en un cuaderno igual al suyo. Azul, gastado, con las esquinas dobladas.
Ella levantó la mirada y lo notó mirándola.
—¿Qué? ¿Nunca viste a alguien escribir a mano en la era digital? —dijo sin enojo.
—Me sorprendió. Es el mismo cuaderno que uso —respondió él, mostrándole el suyo.
Ella lo observó un segundo y sonrió.
—Entonces ya tenemos algo en común. Me llamo Eva.
Desde ese momento, las visitas a la biblioteca dejaron de ser silenciosas.
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7. Eva y las heridas que no se ven
Con el paso de las semanas, Eva y Thiago comenzaron a coincidir más. Cafés compartidos, clases similares, silencios cómodos. Un día, mientras caminaban por el jardín botánico del campus, Eva le dijo:
—Mi hermano tuvo leucemia. Murió cuando yo tenía once. No lo hablo mucho.
Thiago se detuvo.
—Yo la tuve. A los trece. Sigo en controles.
Se miraron, sin lástima, sin explicaciones.
—¿Querés que sigamos caminando? —preguntó ella.
—Quiero —respondió él.
Y siguieron. No como dos personas con historias rotas, sino como dos que sabían lo que era caminar sabiendo que el suelo puede quebrarse.
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8. Ruido en las redes
Una tarde, un compañero compartió en un foro estudiantil una captura del antiguo blog de Thiago: fragmentos de textos duros, personales.
—¿Este no es el flaco que da talleres de escritura? —decía el comentario—. ¿Quién se cree? ¿Un mártir?
En horas, comenzaron a llegarle mensajes. Algunos de apoyo, otros sarcásticos.
Thiago sintió que todo lo que había construido estaba en juego.
Eva le mandó un audio:
—No estás obligado a ser ejemplo. Sos humano. Y si eso molesta, que moleste. No dejes de escribir.
Thiago tomó aire. Y escribió una publicación pública:
> “No soy un héroe.
No soy una víctima.
Solo alguien que decidió contar su verdad.
Y eso no debería dar vergüenza.”
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9. Las palabras que lo liberaron
En el taller de escritura de ese viernes, una chica nueva, Valentina, pidió leer algo.