•La llegada de Thiago a Buenos Aires para el simposio.
•La introducción de nuevos personajes, entre ellos jóvenes escritores, médicos, y una periodista que marcará un giro inesperado.
•Reflexiones sobre el idioma, la cultura y las diferencias emocionales entre Miami y Buenos Aires.
•Momentos emotivos y tensiones en la conferencia.
•Una conexión personal que lo lleva a una nueva comprensión sobre su pasado y su futuro.
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📘 —Parte 1
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1. Aterrizaje
Thiago bajó del avión con una mezcla de cansancio, emoción y algo de vértigo emocional. Era su primera vez en Buenos Aires. Había viajado antes por conferencias, por encuentros, por curiosidad… pero esto era distinto. Esto era volver a un idioma con acento familiar pero diferente. A una ciudad que no era suya, pero donde alguien lo había sembrado años atrás con una clase de literatura.
El aire olía distinto, como a historia y lluvia. Su maleta lo seguía rodando mientras buscaba el cartel del simposio que prometía recogerlo. Y ahí estaba: un joven alto, con barba y una sonrisa entre tímida y profesional, con un cartel que decía simplemente:
“Thiago”
—Sos más alto de lo que esperaba —dijo el muchacho—. ¿Jet lag o emoción?
—Ambas —respondió Thiago con una sonrisa—. ¿Y vos sos…?
—Simón. Estudiante de Letras. Y fan silencioso desde hace años. Me ofrecí como voluntario solo para poder estar en tu conferencia.
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2. El hotel y el reencuentro
El hotel no era lujoso, pero tenía una ventana con vista a la ciudad. Eso bastaba. Thiago dejó su maleta y se cambió de ropa antes de bajar al hall para encontrarse con la doctora Marta Zevallos, la coordinadora del simposio.
Marta era una mujer de unos cincuenta y cinco años, cabello corto, ojos intensos, energía firme.
—Te leo desde que tenías dieciséis. Sos parte del material de estudio en mis clases —le dijo sin rodeos—. Y este simposio no estaría ocurriendo sin tu existencia.
—Gracias, pero solo soy un narrador —intentó responder Thiago con humildad.
—No. Sos una narrativa viva. Y eso tiene un peso.
Más tarde, mientras revisaban el programa, se unió una joven: Olivia.
—Ella será tu asistente personal estos días —explicó Marta—. Estudia periodismo. Vive con fibrosis quística. Y tiene más coraje que nosotros tres juntos.
Olivia le estrechó la mano con fuerza, aunque Thiago notó que tenía oxígeno portátil conectado a una mochila discreta.
—Vengo siguiéndote desde que hiciste tu primer post viral —dijo—. No vengo como paciente. Vengo como cronista.
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3. Una noche en Palermo
Esa noche, Marta organizó una cena con algunos participantes del simposio en un restaurante de Palermo. El grupo era diverso:
Joaquín, un bailarín de tango que sobrevivió un accidente de médula y ahora daba clases adaptadas a personas con movilidad reducida.
Abril, una joven de veintiún años con leucemia linfoblástica aguda en remisión, que escribía poesía urbana.
Lautaro, un médico psiquiatra que usaba la narrativa como herramienta terapéutica para pacientes oncológicos.
Y Zoe, una escultora que usaba materiales reciclados para representar cuerpos en transformación.
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La conversación fue tan intensa como cálida.
—Todos los que estamos acá, de algún modo, le estamos sacando belleza a la herida —dijo Abril mientras jugaba con una servilleta doblada—. Vos fuiste el primero que me mostró que se podía.
Thiago no sabía qué decir. Solo asintió, con el corazón latiendo como en sus primeros días de quimio: rápido, alerta, y vivo.
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4. Primeras impresiones
Al volver al hotel, Olivia lo acompañó en el taxi.
—¿Te puedo hacer una pregunta como periodista?
—Claro.
—¿Tuviste miedo de volverte… una marca?
Thiago rió con sinceridad.
—Todo el tiempo. Siento que a veces soy más “símbolo” que persona. Pero después alguien me mira y me dice “a mí también me dolía”… y se me pasa.
—Yo escribo con bronca, ¿sabés? —confesó Olivia—. Bronca de la buena. La que te empuja a no rendirte.
—Esa bronca salva vidas.
El taxi frenó frente al hotel. Olivia lo miró por última vez antes de bajar:
—Mañana te presentás ante 300 personas. Pero yo estoy segura de que lo que digas va a resonar en gente que nunca vas a conocer. Y eso también es sanar.
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5. Silencio en la noche
En la habitación, Thiago abrió su laptop. No para escribir. Solo para leer algunas líneas sueltas que había acumulado en su cuaderno digital:
> “El cuerpo es archivo.
La enfermedad no es solo lo que nos pasa.
Es también lo que decidimos hacer con eso que nos pasa.”
Guardó el archivo. Miró por la ventana. El Obelisco titilaba a lo lejos.
Se dio cuenta de que Buenos Aires no era un destino. Era una extensión. De sus palabras. De su historia. De sus raíces.
Y también de sus alas.
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—Parte 2
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6. La apertura
El auditorio estaba lleno.
Thiago se paró detrás del atril, con el foco de luz directamente sobre su rostro. No era la primera vez que hablaba ante un público, pero la vibración de esa sala era distinta. No solo había médicos, pacientes y estudiantes. También había periodistas, artistas y activistas.
Abrió con calma:
—Vengo de Miami, pero también vengo de una cama. De un vómito que no se iba. De un miedo que nadie traducía. Y también vengo de una promesa: que si sobrevivía, contaría.
Las primeras frases ya habían hecho llorar a una mujer del fondo.
—No vengo a inspirar. Vengo a testimoniar. A veces eso es más incómodo. Pero más necesario.
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7. La pregunta
Luego de su charla, se abrió el micrófono para preguntas.
Una mujer de mediana edad, pelo corto y gesto desafiante, se levantó.