En esta parte exploraremos:
•La consolidación del proyecto Latido Compartido Global.
•Un reencuentro con Julián, uno de los médicos de su infancia.
•Primeras señales de agotamiento emocional en Thiago.
•La propuesta de una nueva iniciativa artística y educativa liderada por antiguos participantes.
•Una conversación profunda con Carmen sobre el amor, el futuro y el deseo de familia.
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📘 —Parte 1
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1. Un cambio en el aire
La casa en Coral Gables había cambiado. No en su estructura, que seguía siendo de techos bajos, paredes blancas y una terraza invadida por bugambilias, sino en su atmósfera. Había menos movimiento, más silencio. Sus padres ya no vivían ahí. Se habían mudado hacía meses a un apartamento más pequeño y accesible en Brickell. La casa, sin embargo, seguía siendo de Thiago. Había decidido conservarla.
Esa mañana, Bruno dormía a sus pies en la galería, ronroneando como un motor cansado. Su hocico estaba blanco y sus ojos empañados, pero su instinto de compañía seguía intacto.
—¿Qué decís, viejo? —murmuró Thiago, acariciándole la cabeza—. ¿Te parece una locura meter a treinta adolescentes en esta casa por una semana?
Bruno no respondió, pero movió la cola con lentitud. Como si entendiera.
Thiago estaba organizando un nuevo retiro creativo para jóvenes de diferentes ciudades, sobrevivientes de enfermedades crónicas, activistas o simplemente buscadores. Lo llamó Reencuentro.
Esta vez, sin embargo, él no lideraría todo. Esa era la novedad. Por primera vez, cedía el mando.
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2. El hermano que vuelve
A media mañana, llegó Joaquín, su hermano mayor. Se bajó del auto con una sonrisa ladeada, la misma de siempre, con el cabello recogido en una coleta improvisada.
—No puedo creer que esta casa siga oliendo a tostadas y libros húmedos —dijo mientras entraba.
—La humedad es cortesía del clima —bromeó Thiago.
—Y las tostadas tuyas, obvio.
Joaquín se había ido a Portland hacía años. Trabajaba como terapeuta en un centro para jóvenes con adicciones. Su vida era otro mundo. Pero había prometido volver para ayudar con el retiro.
—Estás flaco —dijo, observando a Thiago con ojo de hermano.
—Estoy bien —respondió él, automático.
—Eso no responde la pregunta.
Thiago sonrió, resignado. No se le escapaba nada.
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3. Carmín
Carmen llegó al atardecer. Traía una caja de materiales, un cuaderno de bocetos y una planta pequeña.
—Es lavanda —le explicó a Joaquín—. Tranquiliza a los que no duermen.
—¿Y vos dormís? —le preguntó él.
—A veces. Pero cuando no, dibujo.
Thiago los miró interactuar con una mezcla de ternura y vértigo. El tiempo había pasado tan rápido. Él ya no estaba en tratamiento. Su cuerpo no era frágil. Pero el alma… a veces seguía aprendiendo a caminar.
Esa noche, los tres cenaron juntos en el patio. Hablaron de música, de política, de películas malas. Bruno se recostó entre los pies de Thiago y Carmen. Todo era simple, pero cargado.
—¿Pensaste alguna vez en tener hijos? —le preguntó Carmen en voz baja, mientras recogían los platos.
Thiago la miró, sin asombro.
—Sí —dijo—. No antes. Pero ahora, sí.
Ella asintió. No dijeron más. No hacía falta.
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4. Carta desde el hospital
Esa misma noche, encontró un sobre sin remitente entre su correspondencia.
Era del hospital infantil donde lo habían tratado. Lo firmaba el Dr. Julián.
"Thiago:
Te vi en la charla del simposio internacional.
No te imaginas el orgullo que sentí.
Siempre supe que ibas a hacer algo grande. Pero no sabía que sería esto: sostener tantas vidas con la tuya.
Si alguna vez querés volver a este hospital, aunque sea solo a tomar café y saludar, sabé que tenés una silla esperándote.
Te abrazo fuerte.
Dr. J."
Thiago guardó la carta en una caja de madera, junto con otras reliquias. A veces, avanzar era también aprender a mirar hacia atrás sin romperse.
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5. Una voz al otro lado del mundo
Antes de dormir, recibió una nota de voz. Era de Amara, una joven de 18 años que había conocido en Marsella, sobreviviente de fibrosis quística.
"Thiago, te quería contar que me aceptaron en la escuela de danza. No sé si voy a poder con todo, pero quiero intentarlo. Vos me enseñaste que a veces, solo hay que dar el primer paso. Gracias. Por existir. Por no irte."
Él sonrió, tragándose el nudo en la garganta.
La madrugada lo abrazó en silencio.
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—Parte 2;
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6. Bienvenida al latido
El jardín se transformó.
Mesas largas con manteles de colores, pizarras móviles, cojines por el césped, una pared improvisada para proyecciones nocturnas. Joaquín se encargó de instalar luces tenues entre los árboles, y Carmen pintó una tela enorme con el título del encuentro: REENCUENTRO —cada letra en un color distinto, cada trazo como un pulso.
Thiago observaba todo con la sensación extraña de estar al borde de algo grande… y también de algo profundamente íntimo.
Los participantes llegaron en grupos. Algunos con mochilas gastadas, otros con maletas nuevas. Venían de Bogotá, Madrid, Lima, La Paz, Buenos Aires, Oaxaca y hasta de Marsella. Veintiocho jóvenes entre los 17 y 24 años, seleccionados por sus historias, sus voces y su deseo de compartir.
Thiago los saludaba uno a uno, memorizando nombres, percibiendo miradas: tímidas, determinadas, brillantes. En algunos, encontraba destellos de su pasado. En otros, una promesa del futuro.
Bruno, ahora más lento, se convirtió en la mascota oficial del grupo.
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7. De cuerpos y territorios
La primera actividad fue un círculo al aire libre.
—Hoy no estamos aquí para sanar —dijo Carmen, sentada en medio—. Estamos aquí para reconocer nuestras cicatrices… como mapas de lo que sobrevivimos.