Los días de guardia son mis favoritos porque él no está solo y puedo cuidarlo, no importa el cansancio ni la cantidad de trabajo, el amor que siento por él me mantiene en pie.
Vivimos en una gran ciudad en Ecuador un país de Sudamérica, yo soy estudiante de medicina, mi padre es maestro y trabaja en una escuela, mi madre es ingeniera y dirige una fábrica. Hace seis años que mi hermano Mateo padece de una enfermedad autoinmune con causa desconocida, sin cura. Mi familia y yo solíamos ser personas completamente ordinarias con vidas normales antes de esto, pero el tiempo ha ido deprisa y él ahora tiene quince, pasó gran parte de su infancia en los pasillos de este hospital, mientras todos buscábamos una salida. Los últimos años han sido los más difíciles, este lugar se ha convertido en su prisión, encerrado en estas cuatro paredes como una celda que jamás eligió, cuando afuera hay un mundo que lo espera.
Mi madre volvió a su trabajo en la fábrica e intenta mantener el hogar en pie mientras que mi padre busca ayuda para recuperar la cordura, ella es más fuerte que él, aparentemente lo es, solo aparentemente. La verdad no los culpo, los entiendo, porque un día ya no estará y eso es lo más duro de entender. Por mi parte, hace años que no conozco algo más que mi hermano y el hospital, no tengo otra opción, me mantengo fuerte para hacer a mis padres más fuertes.
En la noche, mientras los pacientes duermen y si no hay alguna emergencia, me escapo con mi hermano y subimos a la azotea mientras le cuento historias de las estrellas, le gusta ver la ciudad en la noche pues esta refleja su pureza. Antes de dormir, reza, esperando inútilmente una respuesta porque si la esperanza no ha muerto para él no ha muerto para ninguno de nosotros. El cansancio me gana a veces, cierro los ojos lentamente y recostada junto a Mateo comienzo a imaginar que un día será grande y un buen profesional, que encontrará a una hermosa jovencita que le robará sus noches de la manera más justa, que un día le pedirá matrimonio y que podré ser por fin tía. Después ese sueño se torna una pesadilla y la realidad comienza a consumirme mientras sus gritos de dolor retumban mis oídos cada noche.
Al terminar la guardia regreso a casa, casi siempre está vacía, como, tomo una ducha y recupero algo de sueño. Reviso mi celular y de repente me encuentro con cientos de mensajes de mis amigos que preocupados por mí me piden una respuesta, a veces los ignoro, sus vidas no pueden detenerse por mí, es mi realidad y he aprendido a vivir con eso. Normalmente regreso al hospital rápidamente, tengo miedo de que él ya no esté si dejo pasar el tiempo, dice que seré una gran doctora, y prometo que me esfuerzo por cumplir con su deseo, dice que lo salvaré.
Hoy es navidad, Mateo amó sus regalos, sin embargo nosotros odiamos el nuestro. En la tarde, el doctor llamó a la puerta y después de solicitarnos fuera de la habitación afirmó que es posible que ya no resista más. Su voz se desvaneció en mi cabeza, volteé a verlo con lágrimas en los ojos y noté que a pesar de todo él era feliz ¿cómo es que ya no resiste más? Habló por unos diez minutos aproximadamente y lo único que podía escuchar era el llanto desconsolado de mis padres, limpié mis lágrimas y mientras entraba nuevamente a la habitación le dije que todo estaría bien que no se preocupara, pero en mi cabeza retumbaba la idea de que él iba a morir.
-¿Cuánto tiempo?- preguntó mi madre de repente.
-Seis meses- contestó.
¿Seis meses me pregunte? En seis meses probablemente yo habría acabado el semestre y estaría en marcha para mi último año, en seis meses mi padre estaría lúcido nuevamente para ayudar a mi madre en casa, pero nada de eso valdría la pena porque seis meses podían simbolizar poco para nosotros, pero para Mateo no, para él lo era todo, era lo único que tenía.
Editado: 23.05.2020