Apoyaba su espalda contra una pared húmeda. Había caído inconsciente en medio del bosque y debió haber despertado hace poco. Lo vieron huyendo desesperado de la fortaleza de Valtoria, cercada por una gran muralla, atado con espinas.
—Siempre sobrepasas los límites.
Él miraba como embobado el tumbado de aquel cuartucho caliginoso. Estaba sumido en un trance profundo que le impedía sentir el fluido de la realidad. Sus muñecas se unían en un mismo dolor, tal vez, para él ya inexistente. Su rostro contraído y pálido mostraba las extremas condiciones en las que vivía.
Me senté a su lado. Simulaba no molestarme la pestilente atmósfera que ahí circulaba.
—Tengo miedo...
Por primera vez, escuchaba esa palabra que parecía tan lejana en él. Su mirada fija se posaba en algún rincón sin luz.
—Debí entender que todo el tiempo pensabas como ellos...
Contuve la respiración. Hurgué en los vejestorios acumulados de una esquina. Buscaba algo afilado o al menos puntiagudo. A lo mejor, pude lastimarme al rozar mis manos con aparatos extraños y en tal mal estado. Por fin, un pedazo trizado de espejo asomó incrustado entre unas espuelas oxidadas. Intenté romper el tallo grueso y espinado que entrelazaba sus manos. Por momentos creía que mi presión por desatarlo aumentaba su dolor, pero pronto se vio liberado. Sus muñecas sangraban levemente.
—No tiene sentido seguir con esto. Mi padre está cansado y los exterminará. El pueblo... el pueblo tampoco está con ustedes. No hay salida.
—Ellos ignoran la sombra de tu padre, tú en cambio la conoces.
—Él nunca cambiará de parecer...
—Cuando algo es nocivo tiene que ser eliminado.
Sostuve una mirada incrédula ante sus palabras.
—Tengo que volver... —dije vacilando.
Oscurecía. Tras el umbral escuché:
—Has escogido morir en ellos.
Editado: 24.11.2024