Estaba enmudecida. No era posible. El guardia que me informaba sobre los movimientos del preso 220, me dijo que no podía comprender de qué nueva artimaña se trataba. Tras varios días de observación minuciosa dedujo que el hombre no tendía hacia actitudes hostiles como lo esperaba. Era amigable con todos lo que lo aceptaban porque también había quienes no querían ni acercarse a él, debido a su mala reputación.
—Se preocupa por los demás pero... a lo mejor se trata de una de sus estrategias para que bajemos la guardia. Puede que quiera de nuevo escapar…
Me impactó la historia que el guardia la había escuchado de algunos presos. Antes de que anochezca, cada preso entregaba un montículo de piedras de acuerdo al tamaño requerido para ser utilizadas en construcciones aledañas al palacio. Entre ellos había un anciano que casi nunca podía llegar a la cantidad que se pedía. Fue así, que el preso 220 decidió que, cuando revisaran el aporte de cada uno al atardecer, le daría su montículo de piedra al anciano y él se pondría al frente de la pequeña montaña de piedra de aquel. Como era de esperarse fue castigado por su incompetencia pero, según sus compañeros, a él no le importó. Cada vez que podía, salvaba la espalda encorvada del anciano y ofrecía la de él para que este no fuera golpeado.
—Puedo entender que tratar con amabilidad a los vecinos podría tratarse de una de sus estrategias para que no se molesten en avisar en caso de que huya, pero lo que hace por el anciano me resulta extraño. Muy extraño. Si lo hiciera una vez para dar a entender que quiere ser un hombre que se redime, está bien, pero lo hace casi siempre… No tiene sentido... Se supone que un hombre desalmado no es empático con los demás. Jamás podría sentir compasión por alguien más.
—Exactamente. No tiene sentido —decía el guardia.
—Debes vigilarlo más de cerca. Quiero lograr entender cada uno de sus movimientos.
Esta idea me consumió por algunas semanas; deseaba comprender qué era lo que maquinaba, qué era lo que sentía, qué era lo que imaginaba… Y creo que esta obsesión tuvo una transformación sublime porque sentimientos confusos adquirieron corporeidad.
☆ ☆ ☆
Le dejé un poco de comida. Era terrible que hiciera un trabajo tan extenuante y no se alimentara lo suficiente. Cada vez que podía, le pedía a la encargada de la cocina que agregara una porción extra para mí y se la mandaba con el guardia. Al cabo de unos días, tomé valor para ir yo en persona. Él era muy reservado, solo respondía lo necesario, lo justo, sin embargo, agradecía mi gesto.
—¿Es usted de nuevo? —preguntaba meditabundo.
—Sigo teniendo curiosidad por quién realmente es usted.
—A veces pienso que soy alguien que ni siquiera puede ser considerado un ser humano.
Hacía preguntas pero solo contestaba las que él deseaba. Provenía de una familia de agricultores de la ciudad de Calone, la cual era la que mayormente proveía de alimentos a los alrededores y a la capital. Tenía una hermana menor y sus padres habían muerto hace tiempo a manos del ejército por una deuda incalculable que nunca habrían alcanzado a pagar.
—Tienes heridas que no han sanado completamente. Te traje un ungüento.
—¿Por qué me visitas tan a menudo?
Preguntó al cabo de dos meses de intermitentes visitas.
—Es para no aburrirme en el palacio.
Conforme los días transcurrieron él empezó a contarme sobre sus ideas, sus penas, sobre sus hombres, "Los radicales". Tiempo después quise deshacerme de la maraña de emociones que me envolvían. Por momentos, creí que solo se trataba de lástima o compasión aunque de forma muy profunda. Sus palabras y gestos no se relacionaban con las típicas conductas de un verdadero criminal y cada vez, me convencía más de ello. Y eso me desesperaba, ¿por qué todos afirmaban que era un desalmado?
Por otro lado, mi relación con el duque Borus, en aquel momento, era semejante al agua estancada que empezaba a emanar mal olor. Él era grosero conmigo y perdía la cabeza por cosas banales. Nunca llegué a ver lo mismo que él veía. Consciente de ello, me dije a mí misma que él jamás llegaría al altar a jurarme mentiras.
☆ ☆ ☆
Era una tarde de noviembre… Estaba deshecha y sentía impotencia. Mi pecho guardaba un grito desesperado, un grito silencioso que no podía salir. Me lancé en una carrera desenfrenada. El alazán me arrastraba sin rumbo fijo. Debían pulular en el aire partículas de mis emociones
porque el animal se agitaba bruscamente mientras galopaba; al igual que el mío su cuerpo también se estremecía. Se detuvo frente al riachuelo que frecuentaba con Borus, en nuestras caminatas matutinas, para hablar de cosas irrelevantes. De seguro, el animal respondió a un reflejo aprendido y decidió aguardar mi orden, porque se inmovilizó como si alguien estuviera esperándome, como en aquellas veces el duque.
Sequé mis lágrimas con el dorso de mi mano antes de que mi irritabilidad hiciera que mis uñas se enquisten en mi rostro. Aparecía un nuevo sentimiento, estaba furiosa; un calor comenzaba a sofocarme. Esta sensación se hacía más intensa en el área vulnerada, en mi mejilla derecha. ¿Cómo pudo Borus levantar su mano para abofetearme? y ¿en frente de mi padre? Me tildó de “insolente” porque le “grité” al Rey que debía reducir su corte llena de “sabios” y “nobles” inútiles que solo malgastaban las arcas de un pueblo hambriento.
—Cómo osas llamar de esa manera a los magistrados y nobles que cada día se preocupan por la buena gestión del reino de tu padre. Si alguien te escuchara hablar de esa manera creería que eres una traidora que conspira en contra de la monarquía.
Mi padre elogió sus palabras y me reprendió con severidad. Más para mí, ese era el pensamiento de un miserable egoísta. ¿Ni siquiera mi padre se daba cuenta que iba a entregarme a un arrogante y ególatra que solo se fijaba en la apariencia y en la alcurnia? Mi padre no retrocedería en su decisión y mis intentos por desvincularme de “su” matrimonio tampoco estaban siendo útiles. Realmente no quería hacerlo, no con Borus. Estaba segura que cada día a su lado me consumiría para revitalizarse y tener poder, porque yo sabía que ese era su anhelo más profundo, pues gustaba deleitarse ante el infortunio de otros para pavonearse de sus excesos.
Editado: 15.02.2025