Abril lo cambió todo

1. La nota. El rubio de mis pesadillas (y fantasías)

Alia y yo estábamos apostadas cerca de la entrada principal del edificio central de la universidad, no para fumar (aunque a ella no le importaría), sino porque yo necesitaba una última dosis de Antón antes de que desapareciera en las aulas. ¿Enamorada? Puede. Lo que sí sé es que ese rubio de ojos azules es mi kriptonita universitaria, el puto dios por el que suspira toda la uni, incluyéndome a mí, claro. Y con una competencia feroz, desde primero hasta quinto curso. Mis posibilidades son más bien nulas, seamos sinceras.

Además, el historial amoroso de Antón es tan largo como un viaje a la Luna, pero cada aventura es más corta que el suspiro de un pececito. Máximo dos semanas con una chica.

Todo un curso universitario aguanté esta tortura visual, y este es mi segundo año, que acaba de empezar.

—Venga ya, —suelta Alia con su habitual paciencia—. Si se retrasa o ni siquiera viene, llegaremos tarde.

—¿Un minutito más? —pongo ojos de Gato de Shrek, mi arma secreta. Alia bufa, pero se resigna.

—Eres una manipuladora de manual, —murmura, negando con la cabeza.

Y entonces, como invocado por mi desesperación, aparece. Un deportivo amarillo brillante irrumpe en el aparcamiento, como si fuera a estrellarse, asustando a las chicas de primer año que pasan cerca. Mi corazón intenta salirse del pecho y me quedo embobada mirando el coche, mordiéndome el labio inferior como una idiota. En cualquier momento, el rubio saldrá de su pedazo de coche y pasará delante de nosotras con esa arrogancia que tanto me excita (sí, contradicciones de la vida).

Y bueno, se abre la puerta del coche, me quedo tiesa y... alguien me da un golpe en el hombro y, del susto, pierdo el equilibrio y me voy de lado, se me caen la bolsa y los libros que traigo en las manos. ¡Menos mal que Alia me agarra del codo y no me caigo! ¡Vaya!

No es que me haya dolido, el empujón no fue fuerte. Simplemente… ¡me arruinaron la vista!

—¡Tienes que mirar por dónde vas! —grito enojada mientras recojo mis cosas del asfalto. Miro unos tenis que están justo frente a mí. Levanto la vista siguiendo unas piernas infinitamente largas hasta que llego a su rostro. Un chico con una sudadera discreta y jeans, todo de negro, con una expresión sombría parcialmente oculta por la capucha, gafas oscuras en los ojos, solo se ve la parte inferior de su rostro. Me alarga el libro.

—Ten cuidado, —dice con voz grave, se da vuelta y se aleja. Wow, qué voz. No me la esperaba en alguien con una apariencia tan sencilla.

—¡¡Fuiste tú el que me chocó!! —grito a su figura que se aleja.

¿Dónde está Antón? ¿Lo perdí de vista?

—Ya se fue, —dice Alia, moviendo la cabeza con compasión al ver cómo giro el cuello mirando en todas direcciones. —No te preocupes, lo verás en clase.

Pues claro que lo veré en clase, ¡si vamos al mismo curso! Otra cosa es que estemos en grupos distintos, lo cual me fastidia muchísimo. No me importa lo del curso, ¡lo que me da rabia es no estar en el mismo grupo! Podría pasarme los seminarios enteros embobada mirándolo.

El momento se ha perdido y, cabizbaja, sigo a Alia hacia el aula.

—Matetski podría haber sido más cuidadoso. ¿De verdad no nos ven? —dice Alia molesta.

—¿Quién? —le pregunto sin entender, mientras sigo caminando detrás de ella.

—Bueno, Matetski, el nuevo, —Alia reduce el paso y me mira como si fuera lenta. —Se transfirió el año pasado, en primavera. ¡Estás tan cegada por tu Antón que ni siquiera ves a las personas! —negando con la cabeza con desaprobación.

¿Un novato? ¿Matetski? Ni idea. Repaso en mi cabeza nuestro horario de hoy, tratando de recordar cuándo tenemos clase, donde podré contemplar sin obstáculos la coronilla rubia de Antón. O su perfil. O su nuca. En fin, lo que toque.

—Está en nuestro curso, pero en otro grupo, —continúa Alia. —No se le ve ni se le oye, y ahora, mira, va chocando con la gente. Y además, es... misterioso.

—Ajá, —asiento, aunque no tengo idea de qué está hablando. Quizás si me pongo ese vestido nuevo mañana, Antón se fije en mí.

Con Alia somos compañeras de clase y, además, compañeras de cuarto en el apartamento que compartimos. Gracias a nuestros padres, que pueden pagarlo. No es que sean personas adineradas, pero tienen suficiente para permitírselo.

Cada una tiene su cuarto, además compartimos el salón. En un barrio tranquilo cerca de la universidad. El apartamento tiene una buena renovación, es luminoso y limpio. En realidad, todo está bastante bien.

Alia es preciosa. Tiene el cabello largo, castaño y ligeramente rizado, rasgos faciales perfectos y una figura impresionante. Una apariencia digna de modelo.

Y por alguna razón, a ella no le gusta Antón. Lo considera demasiado engreído, un mujeriego descarado. Yo no pienso lo mismo, claro, pero ella dice que mi cerebro está nublado por su dulce apariencia.

Nos pasamos dos seminarios seguidos currando a tope. Lo que sea, me gusta estudiar y en general se me da fácil. Tengo buena memoria, aunque no soy muy atenta.

Tenemos un hueco en la tercera hora, así que después de picar algo en la cafetería de la universidad, nos vamos hacia el estadio. Allí se están celebrando todas las actividades deportivas ahora que hace buen tiempo. Y vamos allí porque el primer grupo tiene clase de gimnasia ahora. ¿Y quién está en el primer grupo? ¡Anton Ostrovski en persona! ¿Ya les he dicho lo buenísimo que está ese chico?"

Sentadas en las gradas y bebiendo café de vasos de cartón, observamos cómo los chicos ocupan el campo y comienzan su rutina de calentamiento.

Las chicas del primer grupo, reunidas en un pequeño grupo, hacen estiramientos perezosamente mientras charlan de sus cosas.

Hoy hace hasta algo de calor, el verano sigue dando guerra. Los chicos corren en camisetas, y cuando el entrenador les da la orden de hacer flexiones, algunos se quitan las camisetas y lucen abdominales de infarto. Entre ellos está Antón, por supuesto.




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