Alia y yo estamos paradas frente al aula, esperando la próxima clase. Hay mucho ruido a nuestro alrededor, pero eso no nos impide hablar de lo que realmente importa.
—¿Y de verdad pensaste que fue Antón? —Alia me mira con escepticismo.
—Pues, ¿en quién más iba a pensar? Me guiñó el ojo en el estadio. Creí que tenía algún interés.
Alia resopla.
—¿Y quién más podría haberme dejado esa nota, según tú? —alzo un poco la voz.
—Baja la voz —me reprende Alia—. No lo sé. Dijiste que había un chico por ahí.
—Sí, estaba Dimitri. Pero solo fue casualidad. Él quería estudiar en silencio y terminé apareciendo yo con mi nota.
—Dimitri... —repite Alia—. ¿Es de nuestro curso? ¿Lo conoces?
—No tengo idea de qué curso es. No le pregunté.
Alia se queda en silencio, pensativa.
—¡Ah! Ya me acordé. Me dijo que había sido él quien me empujó el otro día afuera, ¿te acuerdas?
—¿Matetski?
—Supongo. No le pregunté su apellido.
"Ni su nombre tampoco", pienso, sonriendo al recordar nuestra pequeña discusión sobre cómo se llamaba.
—Él está en el primer grupo, con Antón —dice Alia, dándome más información.
—¿En el primer grupo? —me sorprendo. ¿Por qué nunca lo había visto antes?
—¿Por qué nunca lo vi antes? —repito en voz alta, completamente desconcertada.
Alia me mira con la misma expresión de sorpresa.
—Dime, ¿a quién más recuerdas del primer grupo aparte de Antón? Nómbrame al menos a un chico de ahí que conozcas. Nombre, apellido, a ver… —me quedo callada—. Desde que viste a Ostrovski en la primera clase el año pasado, parece que nadie más existe para ti.
—No es cierto. Claro que conozco a más… Por ejemplo… —¿cómo se llamaba? Un chico pelirrojo…— ¡Baker! Eh… Arti. —Lanzo una mirada triunfal a Alia.
—Ajá. Barker. Alex —me corrige, negando con la cabeza—. Lo ves…
No digo nada. ¿Qué podría responderle? Tiene razón.
Tomamos asientos en la parte superior. El aula zumba como un panal. Algunos intercambian apuntes, otros discuten el último modelo de iPhone. Todo es como siempre. Lo único fuera de lo común es que, cuando un chico alto entra en la sala con una sudadera oscura, evidentemente gastada por el tiempo, recorre el aula con la mirada y se dirige directamente hacia nosotros. Me doy cuenta de él porque llevo todo este tiempo mirando fijamente la puerta, esperando a Antón.
Es Dimitri. Se mete en nuestra fila sin decir palabra y se deja caer en el asiento justo a mi lado, tirando su mochila al suelo.
—Hola —me saluda con un leve asentimiento, y luego, estirando el cuello sobre mí, le dice a mi amiga:— Hola, Alia.
—Hola, Dimitri —responde Alia como si nada.
Yo me quedo un poco aturdida. Parece que, de verdad, me he obsesionado con una sola persona. Todo sigue su curso sin que yo me dé cuenta.
—¿Llegaste bien el otro día? —me pregunta Dimitri de repente.
Giro la cabeza hacia él, alzando las cejas sorprendida.
—Tú mismo me acompañaste.
A mi izquierda, Alia resopla. Ahora no estoy para ti —pienso.
—No hasta tu apartamento —dice Dimitri.
—¿Querías llegar hasta mi apartamento? —pregunto—. No me di cuenta.
Recuerdo el beso interrumpido entre nosotros, y por alguna razón eso me irrita.
—¿Y tú querías? —pregunta él.
Su pregunta suena demasiado ambigua. Abro la boca para responder, pero la cierro de inmediato cuando veo a Antón entrar en la sala. Se ve, como siempre, jodidamente perfecto con su camiseta blanca y pantalones claros. Todo un chico bueno, estilo americano. Mueve su cabeza rubia, buscando un asiento. Veo a uno de sus amigos en la primera fila, cerca de la ventana, levantando la mano para llamarlo. Ostrovski asiente y comienza a subir por el pasillo. Lo sigo con la mirada, sin poder evitarlo.
—Entonces, ¿qué dices, Yana? —Dimitri me saca de mi contemplación.
Respiro hondo y me vuelvo hacia él.
—Me llamo Ulyana.
—Lo sé, Yana-Ulyana. Me gusta más así.
Le lanzo una mirada de fastidio. Es imposible. ¿Por qué disfruta tanto irritándome?
Veo a Ostrovski subir por el pasillo, pero no se detiene junto a su amigo. Sigue subiendo. Más arriba. Aún más arriba. Se pone a nuestra altura y se detiene.
Nuestras tres miradas se clavan en él.
—¿Aburridos, chicos? —pregunta con aire despreocupado y, de pronto, suelta:
—Alia, muévete un poco.
Alia murmura algo para sí, pero se desliza hacia mi lado, dejando espacio para Antón. ¿Por qué no me senté en ese lado? Me veo obligada a acercarme más a Dimitri. Pero él ni se inmuta. Sigue sentado, sin moverse un centímetro, y termino pegándome por completo a su pierna.
—¿No piensas moverte? —le pregunto con fastidio. Me doy cuenta de que está tenso.
Tiene la mandíbula apretada, y esa expresión relajada de hace un momento ha desaparecido por completo.
—No —responde seco. Y eso es todo.
—Eh, Matetski, ¿algún problema? —Antón asoma la cabeza y mira a Dimitri—. Aléjate un poco de la chica.
Dimitri ni parpadea.
—La chica no se ha quejado —dice con voz profunda y tranquila.
—¿Ulyana? —pregunta Antón… ¿a mí?
Ya no entiendo nada. Solo giro la cabeza de uno a otro, sin saber qué está pasando.
En ese momento, entra el profesor y nos quedamos en silencio. Señor Novak es estricto y no tolera charlas durante sus clases.
Así que sigo sentada, pegada a Dimitri. Él abre su cuaderno con total calma, preparándose para tomar notas. Yo, en cambio, lo fulmino con la mirada.
—¿Qué? —me susurra al volverse hacia mí—. Me vas a hacer un agujero con esa mirada.
—¿No podrías moverte un poco? —le susurro de vuelta.
—No veo motivo para hacerlo. ¿Tú sí?
Me enfurezco en silencio. El calor de su pierna se transmite al mío y… ¿me gusta?
—Al menos un poco. Me incomoda para escribir.
—Te falta algo.
—¿Ah? —No entiendo qué quiere decir.
—Te falta decir algo —aclara Dimitri.