Abril lo cambió todo

12. No hay que confiar en hombres desconocidos

Me quedo inmóvil en los brazos de Anton, pero él se aparta un poco de mí y mira a Dimitri con desaprobación.

—Matetski, si ya te habías largado —escupe Anton entre dientes con irritación—. ¿O es que hoy no tuviste suerte? Pues al menos no molestes a los demás.

—No pienso discutir mi vida personal contigo —responde Dimitri.

Justo después de sus palabras, un coche se detiene frente a nuestro edificio.

—Vamos, Ulyana —dice Anton, tirando de mi mano. Abre la puerta trasera y me ayuda a subir. Luego entra él también.

Dimitri se acerca a la puerta delantera, la abre y se sienta en el asiento del copiloto.

—¡A ver, qué coño pasa aquí! —estalla Anton.

—¿Flores, 10? —pregunta Dimitri tranquilamente al conductor. Al ver que este asiente, continúa—. Todo bien, es mi taxi. Llevo un rato esperándolo. ¿Dónde estaba tanto tiempo? —añade con tono de reproche.

—Perdón, mucho tráfico —responde el conductor, algo avergonzado.

—¿De noche? —pregunta Dimitri, escéptico.

—¿Cree que es el único? —el conductor se anima un poco—. Parece que hoy a todo el mundo se le ha ocurrido salir. —Murmura algo más para sí mismo.

—Pero… —Anton balbucea, sin saber qué decir.

—Dijiste que vivías en el edificio de al lado —intervengo por fin—. Calle de las Flores, 10, es mi edificio, por cierto.

—No siempre hay que creerle a los hombres desconocidos —dice Dimitri, girándose hacia mí y mirándome directamente a los ojos.

—¿Cuándo te dio tiempo de decirte dónde vivía? —Anton, de repente más alerta, se vuelve hacia mí con la mirada oscurecida.

—A ver, chicos, el drama de telenovela lo veo en la tele —interrumpe el conductor con tono irónico—. ¿Van a decidirse ya quién se queda?

—Escuche, podemos ir todos juntos, total, vamos a la misma dirección —digo con tono conciliador.

—Mira qué novia tan inteligente y buena tienes, Anton —escucho desde el asiento delantero.

Anton guarda silencio, pero está claramente molesto.

—Entonces, ¿qué hacemos? —pregunta el conductor.

—Vámonos —responde Anton entre dientes.

Por fin arrancamos, y yo aprieto suavemente su antebrazo en un gesto de calma, como diciéndole: "Vamos, no te enfades".

El silencio del coche se ve interrumpido por un tono de llamada que suena en los pantalones de Anton.

—Me está llamando mi padre —dice con un tono algo sorprendido mientras mira la pantalla del móvil.

—¿Todavía controla a qué hora llegas a casa? —comenta Dimitri desde el asiento delantero.

—¡Cállate ya! —le suelta Anton con rabia antes de aceptar la llamada.

—¿Cuándo? —se escucha un poco de pánico en su voz. —¿A cuál? —silencio. —Entendido, ya voy.

Cuelga y, con un tono apagado, dice:

—Han llevado a mi abuela al hospital.

Dejo escapar un leve 'ah' de sorpresa, y Anton le pide al conductor que pare en el arcén.

—Ulyana, lo siento, pero tengo que estar allí urgentemente. El hospital está en la otra dirección —me mira con esos ojos tristes de cachorro golpeado.

—¿Quieres que vaya contigo? —le sostengo la mirada.

—No, no hace falta. Vete a casa. Llámame cuando llegues al piso —lanza una mirada rápida hacia Dimitri y le pasa un billete al conductor.

—Está bien. No te preocupes —le respondo.

—Yo puedo pagar por mí y por la chica —dice Dimitri, dirigiéndose a Anton.

—¡Por mi chica pago yo! —responde Anton con firmeza, cerrando la puerta de un golpe.

Sale del coche sin siquiera darme un beso de despedida. Aunque, con lo alterado que está, se entiende. No es momento para besos.

El conductor maniobra y se mete en el tráfico, que hoy es realmente sorprendentemente denso para ser de noche.

—¿Dónde perdiste a tu novia? —le hago una pregunta a Dimitri que, de alguna manera, me ha estado rondando desde que lo vi solo frente al edificio.

Dimitri gira la cabeza hacia mí y me observa con una mirada evaluadora.

—Se fue a casa. En taxi —dice, apartando la vista.

Levanto una ceja con sorpresa, pero no digo nada.

El resto del trayecto transcurre en silencio absoluto. Incluso el conductor se abstiene de quejarse sobre lo dura que es la vida.

Dimitri paga al conductor.

—Ya está pagado, —escucho su voz, que no está demasiado molesta.

—Esto no es para el viaje, es para la propina —responde Dimitri, sale del coche y me ayuda a abrir la puerta.

—¿Desde cuándo la propina cuesta más que el viaje? Nunca había visto algo así, —murmura sorprendido el conductor.

Dimitri me extiende la mano y yo coloco la mía en la suya, levantando la mirada hacia él. Él me tira de la mano, ayudándome a salir del coche.

—Gracias, —digo en voz baja.

Dimitri sonríe.

—No hace falta dar las gracias por esto. Es lo normal para un hombre.

Vamos hacia mi portal, porque es el primero, y el coche se detuvo justo delante de él.

—¿Por qué no dijiste desde el principio que vives en el mismo edificio que yo?

—Tenía miedo de que te pareciera raro.

—¿Por qué? ¿No es tan común que pasen esas coincidencias?

—Más bien parece algo de un stalker —sonríe tristemente.

—Bueno, algo de eso hay —respondo en tono juguetón, mirándolo sospechosamente —, pero aún no he averiguado quién me invitó a esa aula.

—¿Tal vez Anton? —pregunta Dimitri.

—¿Me invitó y no vino? ¿Cuál sería el sentido?

—Tienes razón. Aunque en sus acciones, la verdad, yo tampoco veo mucho sentido.

—¿Qué quieres decir?

Nos detenemos frente al portal y nos giramos el uno hacia el otro.

—Pues, por ejemplo, lo de hoy. Él te dejó sola en un taxi con dos hombres.

—Bueno, para empezar, uno de ellos es un conocido nuestro. Y segundo, ¿qué querías? ¿Que primero acompañaras a tu novia a casa y luego fueras al hospital a ver a tu abuela moribunda?

—Mi novia —remarca la palabra mi— habría ido conmigo.

—Tu novia se fue sola a casa en un taxi —replico.




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