Acostumbraba a que su hijo de seis años se escondiera en la cama cada vez que jugaban a las escondidas, hoy no iba a ser excepción. Se acercó lentamente al bulto, que se movía paulatinamente al ritmo de una respiración, dando suspenso entre risas. Levantó en un movimiento rápido las mantas que lo cubrían, pero no encontró nada allí.
De pronto su hijo habló por detrás de ella desde la puerta lanzando una corta carcajada.
— ¡No estuviste ni cerca, mami! Gané yo.