Un anochecer crepuscular, la luz de luna iluminaba aquel hogar, ese dulce hogar, pero las nubes tapaban lo hermoso de su brillar, pues aquella noche sería aterradora, ya que existían personas que adoraban el sufrimiento ajeno, ¿Y por qué? Por pura diversión, puro placer.
Aquellos dos muchachos irrumpieron en la casa atrapando desprevenidos a la feliz pareja de casados y a su pequeño hijo. En un caos de gritos e incertidumbre, con un terrible pánico y miedo recorriendo su espina dorsal, tuvieron que sufrir las peores torturas abominables y atroces desmembramientos para alimentar su hambre de carne humana, pues aquellas personas interesadas en cosas inútiles, como lo material, habían entrado a la casa equivocada.