Me quedé de pie junto a la puerta de mi habitación, sin volver del todo a la realidad.
La imagen de mi madre no se me iba de la cabeza: su voz, el miedo, el silencio. Y esa palabra que me perforó la conciencia: oscuridad.
Empujé la puerta con cuidado. Alguien hablaba dentro. Las voces de Lilith y Astera, entrecortadas, concentradas. No me notaron.
—…el cuerpo no desapareció. Lo escondieron —insistió Lilith, cruzándose de brazos. —Eso es lo que está escrito entre líneas. No «evaporado», no «disuelto». Sino «encarcelado en la oscuridad».
—Eso es una figura poética —replicó Astera secamente. —En esos tiempos los informes a menudo se escribían de forma emocional. Sin nombres, sin fechas. Solo «un mago de las sombras que encontró la manera de escapar, pero fue detenido». Todo es demasiado vago.
Entré, exhalé y me quité la túnica con calma. Las chicas apenas me notaron.
Observándolas, me di cuenta: se habían hecho amigas.
Qué bien. Que se fastidien, que sean amigas hasta que pierdan el pulso, pensé y me acosté en mi cama.
—¿Hablas en serio? —Astera se giró hacia mí de repente. Su mirada, como siempre, gris, helada y obstinadamente convencida de su propia razón.
—¿Y qué? No me importa la tontería que estén haciendo aquí —respondí, sin levantarme.
—No es una tontería, es una tarea oficial para las tres —intervino Lilith. —Un encargo del propio Wagless.
—Están bromeando… —me levanté lentamente y di unos pasos hacia adelante. —La mayor bruja de la Academia en mi equipo.
Aunque ella podría competir con Melora.
—Oh, qué honor —resopló Astera. —Tanto tiempo soñando con la compañía de una adepta de costumbres ligeras.
—Pero yo no me paso las tardes convenciéndome de que la frialdad emocional es inteligencia —la miré y apreté la mandíbula.
—Alguien tiene que hacer algo, mientras otras se tiran en la cama y arman un drama —suspiró Astera. —Pero no, tú probablemente estás demasiado ocupada con tus amoríos con Sinclair y Seth.
—Y un drama por una estúpida tarjeta, eso sí que es el colmo de la racionalidad —la miré fijamente. La habitación se quedó en silencio.
De repente, Lilith golpeó la mesa con una pluma de tinta: una, dos, tres veces. Eso fue suficiente para sacarnos de la discusión.
—Ah, qué romántico. Dos arpías, una habitación —dijo, sin levantar la vista. —Solo me falta el palomitas.
Astera y yo la miramos al mismo tiempo.
—¿Qué? —Lilith se levantó y sonrió. —Ustedes dos son tan parecidas que da miedo. Se diría que salieron de la misma probeta maligna. Solo diferentes etapas de maduración.
—¡No me parezco a ella! —exclamamos a coro. Lilith soltó una carcajada.
—Claro. Especialmente a coro —asintió con falsa admiración.
—Si insinúas que somos iguales, mejor cállate —siseé.
—La similitud con esta es un insulto a mi intelecto —añadió Astera.
—Oh, mis damas, parece que acabo de destruir la ilusión de su unicidad —suspiró Lilith con fingido horror y se puso entre nosotras. —Pero basta, mi delicada pareja de luchadoras. Ambas están en el mismo grupo. O se convierten en un dúo de combate, o me niego oficialmente a ser su psicoterapeuta. Y tú, Ely, no esperes que tu sarcasmo haga el trabajo por ti. Y tú, Astera, no creas que la mirada de "las supero a todas" es una estrategia de colaboración.
—¿Ella nos acaba de llamar… pareja de luchadoras? —pregunté.
—Y a sí misma psicoterapeuta —murmuró Astera, un poco menos amenazante.
—Exacto —Lilith sonrió y señaló la mesa. —Y ahora, mis espinosas estrellitas, a trabajar.
Sobre la mesa yacía un sobre gastado, del que sobresalían hojas amarillentas. Una, escrita a mano. La otra, parecía un fragmento de un interrogatorio.
—¿Qué hay ahí? —pregunté. Las palabras de Lilith tuvieron un efecto inesperadamente fuerte, tanto en mí como, al parecer, en Astera.
Ella se cruzó de brazos y empezó a hablar en un tono como si diera una conferencia a estudiantes de primer año:
—Nuestro supuesto cliente perdió su cuerpo. Se convirtió en un prisionero de la oscuridad. Durante siglos, buscó un camino de regreso a la carne. Y hace unos cuarenta años, al parecer, lo encontró. Hizo un pacto con un brillante científico que prometió devolverlo a la vida. Pero este lo usó como sujeto de pruebas. Jugó con los fragmentos de su conciencia, le extrajo energía, hizo cosas horribles.
—Qué conmovedor. ¿Y este pobre tipo acudió a Wagless en busca de ayuda? —Miré escépticamente las notas. —Wagless, en ese entonces, tendría veintitantos años. Joven e inexperto.
—Pero ya con la manía de salvar a todo el mundo —interpuso Lilith, poniendo los ojos en blanco. —Y, al parecer, con una fascinación insana por todo lo que se arrastra del más allá.
—Perfecto. Simplemente maravilloso —me recosté en el borde de la mesa. —¿Nos asignaron a las tres para investigar el caso de un fantasma que no pudo descansar y un científico que decidió jugar a ser Dios?
Pero algo en esta historia me intrigaba.
Como si ya hubiera oído hablar de esto, justo aquí, en la academia…
Especialmente sobre el prisionero de la oscuridad. Y no una sola vez.
Alargué la mano hacia las hojas. La primera, áspera, amarillenta, como arrancada de algún diario. La letra, nerviosa, entrecortada. La segunda, un extracto de un interrogatorio, oficial, con un sello y firmas borrosas.
Pero tan pronto como incliné un poco la primera hoja más cerca de la vela, otras palabras comenzaron a aparecer en ella, justo entre las líneas. Brillaron de un plateado pálido, como si alguien las hubiera trazado con cúmulos de luz, y luego se calmaron de nuevo, parpadeando bajo el mismo ángulo.
—Oh —se me escapó. —¿Qué fue eso?
Lilith también lo vio y levantó una ceja.
—Una escritura iluminada. Una técnica astuta: el texto solo se activa con un cierto espectro de luz. Normalmente se usa cuando se quiere esconder algo especialmente jugoso.
—¿Y qué idioma es este? —Me incliné más, pero no entendí nada. Las letras, rotas, curvadas, como entrelazadas con símbolos. No era ninguno de los idiomas que conocía.
—Esto se parece más a un dolor de cabeza que a un sistema de comunicación. Ni siquiera las runas torturan tanto al lector —suspiró Lilith.
Asentí. De repente, sentí un deseo inmenso de volver a la cama y fingir que solo estaba soñando.
Astera permaneció en silencio. Miró la hoja como si respirara.
No, no respiraba. Le arrancaba recuerdos.
Me incliné de nuevo, tratando de entender al menos algo de esos símbolos, pero en vano. Parecían moverse, cambiar de lugar, alterar sus formas cuando no los mirabas directamente.
—¿Esto es siquiera legal? —murmuré. —No he leído sobre este tipo de magia en los libros de texto.
—Porque no es de los libros de texto —gruñó Lilith. —Esto es algo de un estante muy malo. Como esos libros que susurran mientras duermes.
Astera no respondió. Se había quedado inmóvil. Sus dedos temblaban ligeramente, para nada como la Astera habitual y serena. Su mirada se había petrificado.
—Oye… —Lilith se inclinó hacia ella. —¿Estás bien?
Ninguna reacción. Solo una breve inhalación y… silencio.
Y entonces recordé algo.
Un destello. Un momento en que Astera tocó el artefacto. Murmuró algo en un idioma antiguo e incomprensible.
No le di importancia en ese momento, pero ahora, viendo este texto, me asaltaban las dudas.
—Tú… sabes lo que dice ahí, ¿verdad? —susurré.
Astera levantó lentamente la cabeza. Me miró directamente. Sus ojos, grises como siempre, pero ahora algo más ardía en ellos. ¿Vacío? No.
Conocimiento. Miedo. Y… algo que no iba a revelar.
—Te lo imaginaste —respondió con calma y tomó la hoja.
No me lo había imaginado. Y ella lo sabía.
El silencio se instaló en la habitación. Solo el crepitar de la vela.
Y entonces, un golpe en la puerta. Fuerte, seguro de sí mismo, de esos que la persona no solo golpea, sino que ya está entrando mentalmente.
—¿Señoritas? —resonó una voz familiar, demasiado alegre. —¿Se murieron? Porque la fiesta empieza ahora mismo.
Suspiré.
—Minifiesta —murmuré, dirigiéndome a la puerta.
Abrí. Y, por supuesto, allí estaba Deymar, con la camisa medio desabrochada y los ojos brillando con pura locura pre-nocturna.
—Bueno —levantó una ceja, echándonos una mirada—, ¿van a hacer un aquelarre de tres o saldrán a socializar?
—¿Nos estabas espiando? —gruñó Lilith, levantándose.
—¡Para nada! Solo comprobaba que no se hubieran quedado dormidas sobre las cenizas de alguien. —Dio un paso atrás y se inclinó teatralmente. —Su camino a la diversión está abierto. ¿Me permiten acompañarlas?
Miré a Astera. Su rostro había vuelto a ser una máscara: fría, perfecta. Pero sus dedos todavía temblaban un poco. Lo noté.
—Entonces, ¿vamos? —soltó Lilith. —Quizás alguien allí consiga callarlas con ponche.
Inhalé profundamente. Sí, acabábamos de intentar leer una carta medio viva, pero… una fiesta también es una estrategia de supervivencia, ¿no?
—Claro —asentí. —Si el mundo se va al garete, que sea con música.
La habitación de la residencia, sorprendentemente, había sobrevivido a la invasión de decoraciones y al entusiasmo estudiantil. En el alféizar de la ventana, un ponche que brillaba con un ligero tono violeta (sospechoso, pero atractivo), varias almohadas habían transformado el suelo en una improvisada zona de descanso.
¿Y de dónde sacaron dinero para el alcohol? ¿Ya habían recibido sus recompensas?
Liam servía ponche a todos. Nos saludó con una sonrisa. No había demasiada gente en la fiesta. Y casi todos los que conocía.
Seth estaba junto a la ventana, sosteniendo una copa y discutiendo con Zane alguna tontería sobre pájaros mágicos que solo se despiertan con la música. Zane se reía, echándose hacia atrás tanto que casi tira los libros del alféizar.
—Estos dos o están borrachos o tienen una tarea demasiado divertida de Wagless —me susurró Lilith al oído, entrecerrando los ojos hacia los chicos.
Lilith miró rápidamente a su alrededor, como si algo, o más bien alguien, debiera estar allí. Sentí ese ligero temblor en el aire.
—Él no vendrá —dije con calma.
—¿Quién? —Lilith fingió completa distracción.
—Aquel a quien no buscas con los ojos —levanté la copa. —Tu sociófobo, Alex.
Ella puso los ojos en blanco, pero sonrió.
—Solo… curiosidad. Académica. Quiero estudiar una especie rara de introvertido en su hábitat natural. Quizás incluso domesticarlo.
—Idea dudosa. Te morderá —intervino Melora, acercándose a nosotras con una baraja de cartas en la mano. —O se disolverá en la pared.
—Cómo no —puse los ojos en blanco. ¿Y cuándo entró esta pelirroja?
—Bueno, mis ángeles pecadores, ¿jugamos? —guiñó Melora. —Cartas de confesión. Si pierdes, respondes una pregunta. Sin mentiras, sin evasivas. Si evitas la respuesta, tienes que besar a alguien.
—Esto es una trampa —murmuró Astera, sentándose con la expresión de quien ya lamenta su decisión de vivir entre humanos.
—Por supuesto que es una trampa —asintió Melora, repartiendo las cartas. —Pero una agradable. Y con brillo.
Me acomodé enfrente, sujetando ligeramente mi copa y pensando que, quizás, esta fiesta no nos salvaría de las fuerzas oscuras o de nuestros propios secretos… Pero al menos por una hora, fingiríamos ser normales.
Quizás por primera vez en mucho tiempo.
El juego comenzó.
—Bien —dijo Melora, golpeando el suelo con los dedos—, primera pregunta para ti, Lilith.
—Ya me da miedo.
—¿Cuál es el nombre de la última persona con la que coqueteaste sin un ápice de arrepentimiento?
Lilith fingió meditar profundamente y luego dijo:
—Yo. Y fui encantadora.
Una carcajada recorrió la habitación. Astera sonrió en silencio, aunque se mantuvo al margen. Parecía que las palabras que había visto la habían afectado peor de lo que pensaba.
Zane recibió su pregunta de inmediato, algo sobre su "peor error mágico", y su historia sobre los calcetines que desaparecieron en la sombra y que todavía no puede encontrar. E incluso se levantó los pantalones para mostrar que no los llevaba.
Su historia provocó una auténtica histeria.
¡Y yo tenía una pregunta! ¿Cómo aprendió a usar la magia de las sombras?
—La siguiente es Eleonora Watkins —anunció Melora, barajando las cartas. —Confiesa: ¿alguna vez pensaste en besar a un profesor?
Hice una pausa. Lilith casi se ahoga con su bebida.
—Oh, por favor. ¿Díganme una sola adepta que no haya fantaseado con Sinclair después de su clase?
—Eso no es una respuesta —canturreó Melora.
—Bien, bien. Lo pensé —asentí. —Pero más bien en el contexto de: “¿Qué pasaría si lo hago justo delante de todos?”.
El profesor me había cautivado, así que, sin prisa, lo conseguiría.
—Eso ya suena a plan —dijo Lilith y guiñó un ojo.
Varias rondas pasaron divertidamente, pero algo en el aire cambió cuando las cartas se colocaron frente a Seth. Melora contuvo un poco la respiración, esperando. Tal vez incluso preparándose para su momento. Pero la pregunta que apareció fue:
—¿Es cierto que eres el heredero de uno de los Fundadores de la Academia? —preguntó Liam, que había sido el barman todo el tiempo.
Seth guardó silencio. La habitación se quedó enmudecida.
—¿Pasas? —preguntó Astera en voz baja.
Seth miró la carta. Su mandíbula se tensó ligeramente.
—Beso —dijo concisamente.
—No me opongo —Melora casi irradió, ya inclinándose hacia él. Pero Seth desvió la mirada y me miró a mí.
—Ely —dijo simplemente. —Ven aquí.
—¿Qué? —Parpadeé. —¿Por qué yo?
—Porque tú no harás un espectáculo de esto.
Nunca había escuchado una respuesta tan tajante de Seth. ¿Era el alcohol o su aversión a Melora?
Durante unos segundos, todos se quedaron en silencio. Melora parecía como si la hubieran robado.
—Oh —la voz de Astera se ahogó. —¿Algo no salió según el guion, eh? ¿O quizás según el plan personal de Ely?
Ella me gustaba más en silencio. Le respondí con una mirada de desprecio.
Me acerqué a Seth. Él se levantó para recibirme, en silencio, con cautela. Su mano era cálida, casi insegura, cuando tocó mi mejilla.
—Esto es solo un juego —susurré.
—No del todo —respondió y se inclinó.
Al principio, Seth me besó con cautela. Solo tocó mis labios, como pidiendo permiso. Pero cuando no me retiré, al contrario, me quedé, incluso di un paso más cerca, Seth me atrajo suavemente por la cintura. Sus labios eran cálidos, lentos, un poco inseguros, como si tuviera miedo de decir demasiado o revelar demasiado.
Y nos detuvimos. Por un momento.
Su frente tocó la mía. Nuestras respiraciones se entrelazaron en el aire. La habitación alrededor desapareció. Solo el silencio entre nosotros y sus dedos que no me soltaron.
Podría haberme retirado. Y debería haberlo hecho. Pero…
—Esto no es todo —susurré, sin reconocer mi propia voz.
Y, antes de que pudiera responder, me incliné de nuevo. Esta vez, por mi cuenta. Sin formalismos. Sin reglas de juego.
El beso se hizo más profundo. Más seguro. Su mano apretó mi espalda, la otra se deslizó hacia arriba, deteniéndose cerca de mi cuello. Sentí cómo le temblaba el aliento, y supe que no era solo un gesto, no solo un acto para evitar una respuesta. Era real.
Quizás incluso, demasiado.
Cuando finalmente nos separamos, me tomó unos segundos volver a la realidad. Las voces en la habitación sonaban apagadas, distantes, como a través del agua.
Seth me miró, en silencio, pero en sus ojos había algo inexpresable.
—Vaya —sonó la voz de Zane. —En tu lugar, debería haber estado yo.
Pateó la pierna de Seth.
—Podrías habernos avisado para que nos diéramos la vuelta —añadió Astera, fingiendo indignación, pero sus ojos reían. Reían con malicia, como si sus palabras se hubieran confirmado.
Melora no dijo nada. Su mirada estaba fija en la copa. La giraba entre sus dedos, sin mirar a Seth ni a mí.
Volví a mi asiento, sintiendo el calor, y no solo en mis mejillas. Mi cabeza zumbaba. Como si algo hubiera cambiado, aunque todos fingieran que no.
—Siguiente ronda —anunció Liam, tomando la baraja. —Pero esta vez, sin tragedias emocionales, ¿de acuerdo? Todavía estamos demasiado sobrios para verdaderas revelaciones.
Seth se sentó en su lugar, sin mirarme. Pero sentí cómo la tensión seguía vibrando en el aire. El juego continuó. Pero ahora las reglas eran diferentes.