Adele: La Sangre de Bruja. Libro I.

CAPITULO 8

Cuando tus manos están atados con el chaleco de fuerza tu mente trabaja a mil. Capas que por eso la gente enferma mental es tan creativa y tan astuta.

Pero en el caso de Adele por más que ella inventaba los castigos para sus verdugos todo estaba preparado para cuando ella saliera de acá. De este maldito lugar Clínica Psiquiátrica “San Tomas”. Mientras tanto a la chica le ponían inyecciones, daban pastillas, soltaban las manos cuando ya estaba completamente dopada. Y eso que Adele no era violenta. Solo pego dos veces a los enfermeros y una vez golpeó la mano con el lavabo.

Adele estaba sentada en la cama observando la pared blanca, el techo azul, el marco de la ventana verde y sus chinelas marrones.

Pasaron ocho días. Edgar la visitó tres veces. Con su sonrisa consoladora falsa, trató de darle esperanza. También falsa.

Se supone que el efecto de las pastillas te tiene que dejar en el paraíso, sin preocupaciones, fueron diseñadas para esto. Pero adentro de Adele había un volcán lleno de sed de venganza.

Y al noveno día llegó una oportunidad. Inesperada. Solo entró por la puerta. Personificada por la doctora Caterine Holbrone.

La mujer entro y sin saludar se sentó en la silla atornillada al piso.

—¿Así que tú eres una bruja?

Adele sonrió.

—¿Y a usted que le parece?

—Yo creo que sí.

—Qué curioso. ¿Y a qué se debe? ¿La psiquiatría progresó indispensablemente?

La doctora le clavó la mirada a la chica. Pareciera que en la cabeza de mujer están saltando caballos. Pero la expresión de la cara era tranquila, solo las fosas nasales estaban temblando.

— Pero ¿qué le pasó doc? – preguntó Adele solo por cortesía.

— Te pregunto una vez más, ¿eres bruja?

— A ver. Si le digo que sí, ¿me va a dejar acá un año más? Y si le digo que no, ¿me va a soltar?

— ¿Y si te digo que te creo?

— Le contesto que ahora, yo no le creo.

— Esta bien – la mujer abrió su carpeta de cuero y sacó una hoja de papel con el membrete del Hospital “Nothern Briggs”. – tienes que ver esto.

Adele estiró la mano.

—Espera – la doctora cambio de opinión y se quedó con la hoja – cuéntame un poco sobre el hechizo que hiciste al doctor Devlin.

—Ya te conté.

—Sí, me acuerdo. Pero nunca me contaste que efecto provoca el efecto de tu hechizo.

—¿Es tan importante ahora?

—Créeme que sí.

Adele miró al techo.

“¿Tiene sentido decirle la verdad a esta mujer?”

—El efecto del hechizo… — Adele empezó con la voz monótona como contestando la clase a una maestra de primer grado — … empieza cuando el doctor al estar bajo efecto del hechizo pronuncia palabra “enfermedad”. Y allí empieza sentir un fuerte mareo, las piernas flojas. Esto para empezar. El próximo efecto es una fuerte picazón en la lengua. Hasta tal punto que la quiere tener todo el tiempo afuera y la mueve de un lago al otro. Al día siguiente los dientes se van doblando adentro de la boca, perforando el paladar… después algo más, no me acuerdo todo.

La doctora frunció las cejas y miró al informe médico que tenía en la mano.

Un pensamiento como rayo se le clavo en la mente de Adele.

“¡Dios mío, no puede ser!”

La mujer deslizó las pupilas por unas líneas del papel, lo dio vuelta y mostro a la chica.

Pero Adele ya sabía que estaba escrito allí.

El hechizo funcionó. Lo único que pensó en este momento era que la receta cumplió su propósito. La primera venganza fue hecha. Ahora solo falta encontrar al asesino de Evelyn. Y también esto significa que de esta clínica no la van a sacar en años.

Pero Adele se equivocó. El destino le preparó otra sorpresa. En tan solo dos días Adele estaría fuera de la clínica. Pero en un lugar donde no quería estar. Y no estaba de libre. A veces ser bruja te condena a las decisiones de otros.

Mientras tanto la psiquiatra la observaba de pies a cabeza.

—Yo quería decirte — dijo la mujer — yo sé lo que todo esto tú le hiciste al doctor Devlin — finalmente escupió.

—¿En serió? — Adele levantó una ceja — ¿Usted es tarotista?

Las fosas nasales de la mujer empezaron a moverse.

—¡No me tomes de idiota! ¡Yo sé que eres bruja!

Adele levantó otra ceja.

—Le puedo recomendar un buen psiquiatra.

—Yo soy la psiquiatra. Y tu estas a mi cargo acá. De mi depende si salgas de esta clínica o no, ¿entiendes?

—Supongamos que lo entiendo ¿y qué?

La mujer se quedó dudando un rato.

—Te quero proponer un trato. —finalmente dijo.

Ahora era el turno de Adele de sorprenderse.

—¿Qué tipo de trato?

—Necesito tu ayuda como bruja…

“Lo que me faltaba” —pensó Adele.

Un presentimiento feo le tocó el corazón.

—No estoy para bromas. – dijo Adele.

—Y yo no estoy bromeando. Tu harás un trabajo para mí y yo te saco de esta clínica. Tú eliges.

—¿Puedo pensarlo?

—Si. Diez minutos.

—¿Tanto le urge el tramite?

—Más de lo que imaginas.

—Está bien —Adele se rindió —cuénteme su problema.

La psiquiatra le contó el tema a la manera como aprendió de sus pacientes. Pausado, con lujo de detalles. Algo aburrido.

Después de escuchar media hora la historia triste de la vida de la mujer Adele sonrió.

—¿Entonces usted piensa que, al dañar a la amante de su marido, él vuelve con usted?

—Obvio —la mujer estaba en la cima de la sorpresa. —no tendrá adonde ir. Y no es un hombre independiente.

“¿Si no lo es, para que lo necesitas en cuestión? Cómprate un perro.” —pensó Adele, pero no dijo nada.

Después de discutir las condiciones finalmente llegaron a un trato.

Adele hace el trabajo de brujería para la amante del exesposo de la psiquiatra. A cambio, la mujer le da de alta en la clínica y además le paga diez mil en efectivo.

—Ahora necesito volverme a mi casa y leer mi libro para buscar alguna receta acorde para el hechizo.

—¡Olvídalo! No salís de acá hasta terminar el trabajo.



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En el texto hay: venganza, brujeria, amor macabro

Editado: 05.02.2025

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