Adele: La Sangre de Bruja. Libro I.

CAPITULO 19

Adele estaba paseando por el pasillo del hospital y escuchó la conversación de dos enfermeros.

—¿De dónde salieron estos hipopótamos? Nunca vi una cosa así. – dijo uno de ellos.

—No te burles de esta pobre gente. No sabes lo que sufren.

—¿Pero que les pasó? No es una gordura normal. La grasa es blanda al tacto, pero estos tienen todo endurecido como los músculos de hierro, pero están tan inflados. No les puedes inyectar un calmante. Las agujas se rompen.

Adele volvió a su habitación y se sentó en la cama.

Entonces los vecinos hechizados están acá. Está bien, es razonable, necesitan ayuda médica. Pero esto quiere decir que Adele está en peligro. Si la ven, la pueden delatar. Seguro que la policía también esta acá investigando. ¿Qué opciones hay? Quedarse en la habitación sin salir por los tres días que le quedan. Irse del hospital ahora mismo.

Sin decidir nada Adele se acostó. Cerró los ojos.

***

Al día siguiente la chica salió de la habitación y se fue caminando por el pasillo. No sabía exactamente donde tenían a los vecinos hechizados. Estaba atenta. Caminaba con cuidado.

De repente al fin del pasillo vio a un niño que le pareció conocido. Era el hijo de la señora Malbrook. Antes que Adele se dio vuelta para volverse el chico la llamó.

—¡Señorita! ¡Espere!

Adele se dio vuelta.

El niño vino corriendo y se paró frente de ella.

—Señorita. Es usted la enfermó a mi mama. Pero usted me dijo que mi mama se va a recuperar. ¿Por qué no se sana? Ya pasaron dos días.

El niño apretó el puño y limpió una lágrima. Sorbió la nariz.

Adele lo quedó mirando. El pulso se empezó a latir fuerte.

—Discúlpame, pero yo no sé cómo ayudar a tu mama.

—Pero ella se está muriendo.

—Yo también casi morí por culpa de tu madre. No te puedo ayudar.

Adele se dio vuelta y se fue por el pasillo dejando atrás el llanto del niño.

Cuando entró a la habitación vio la bandeja con su almuerzo en la mesita. Se sentó en la cama y acercó la bandeja. Levantó en vaso con el jugo y tomó un trago. Después otro.

Después tomó su mochila y sacó el libro de las recetas. Encontró el hechizo de inflar a la gente. Lo empezó a leer.

Recién allí la taquicardia se aflojó.

Después del hechizo estaba la descripción como volver a la gente hechizada a su estado normal. El procedimiento era sencillo. Con un encendedor, un bisturí y algunas palabras se podría hacer. Un poco doloroso, pero no mucho más que aguantar el cuerpo inflado y duro como un cerámico.

El niño estaba sentado en el pasillo en frente de la habitación de su madre. Llorando. Su última esperanza se cayó. Ya era de noche. Tenía tan solo cinco años. Tenía hambre y sed. Estaba muy cansado. Pero nadie se ocupó de él. No tenía parientes, vivía solo con la madre. Pero ahora la madre estaba internada igual que todos los vecinos del barrio.

Se acurrucó en la silla tratando de dormir.

De repente una mano suave se le puso en la cabeza. El pequeño Abel levantó la mirada y vio a la chica a quien pedía ayuda hace rato.

—¿Dónde está tu mama?

El niño con una mano limpió las lágrimas y con la otra señalo la puerta de la habitación.

—Espérame acá – dijo la chica y levantó la mano vendada. – no entres. Y si alguien viene me golpeas la puerta despacio para avisarme.

—Está bien señorita Webbs.

Adele miró a lo largo del pasillo vacío de ambos lados y entró a la habitación.

La señora Malbrook estaba acostada en la cama. Tenía unos tubitos transparentes clavados en los brazos y la boca. Las agujas en los brazos eran muy gruesas. El aparato de al lado emitía un “bip” cada dos segundos.

Adele se acercó y la miró a la mujer. Parecía dormida. Antes del hechizo la señora Malbrook era una mujer atractiva, pero ahora se veía como un monstro. Adele no sabía con qué personaje de un cuento o una película se puede comparar.

Pero bueno, esto no es importante. Hay que apurarse.

Adele sacó del bolcillo de la bata el encendedor que compró en el kiosco en frente del hospital y un bisturí que robó en la sala de operaciones.

Se agachó y le sacó a la mujer el gorrito de la cabeza.

El lugar para operar está arriba del cráneo. Con los dedos Adele empezó a tantear. Encontró un pequeño desnivel del hueso.

Ahora hay que limpiarlo del pelo.

Adele acercó el encendedor y prendió el fuego. El pelo se incendió largando unas chispas microscópicas y un olor asqueroso.

La mujer sintió el dolor y abrió los ojos. Movió todo el cuerpo, pero no podía hacer mucho. Ni siquiera pudo levantar las manos. Los músculos inflados y duros parecían unos troncos del árbol. Trató de mover la cabeza, pero tampoco podía. Las cuerdas vocales eran como si fueran de madera. Solo los ojos se abrieron en un gesto de horror. Y más todavía cuando vio quien le hace todo esto.

Por un momento Adele dejo de sentir lastima por esta mujer. Se acordó que casi muere por su culpa. Y entonces decidió deshacer el hechizo solo para probar una nueva habilitad. Practicar un poco.

Cuando el pelo alrededor del lugar indicado se quemó Adele dio unas palmadas para apagar el fuego y limpió las cenizas. La piel se quedó roja de la quemadura.

Ahora la próxima etapa.

Pronunciando las palabras del hechizo la chica hizo en el cráneo un tajo. Después otro. La sangre salpicó a la mano de Adele y empezó a deslizarse por la frente a los ojos de la mujer.

La señora Malbrook empezó a convulsionar. O por lo menos lo que parecía.

—Esto no es nada, ahora vas a convulsionar de verdad — dijo Adele acordando que decía el libro sobre el efecto de este procedimiento. Levantó la mano e hizo unos tres tajos más girando la mano para dibujar unos semicírculos. Pronunció las últimas palabras y se detuvo.

Listo. Ahora hay que esperar el resultado.

La mujer no dejaba de moverse.

Pero el verdadero temblor del cuerpo sufrió unos minutos después.



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En el texto hay: venganza, brujeria, amor macabro

Editado: 05.02.2025

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