—Hola Catherine, soy Adele.
—Ya me di cuenta. – la voz por teléfono sonaba muy fría.
—¿Cómo están tus cosas? ¿Salió lo tuyo y lo de tu marido? Te llamo para ver cuando me puedes pagar lo prometido.
La doctora hizo una pausa. Muy larga.
—Decime la verdad, — dijo Adele — tu no piensas pagarme.
Otra pausa.
—¿Qué te hace pensar tanto? – dijo Adele.
—Está bien – dijo Catherine finalmente – ven a mi casa, te pago. Te paso la dirección.
Adele cortó la llamada. Se quedó sentada en el banco, observando los alrededores. Los árboles, los pájaros. La gente paseando, descansando. La vida cotidiana. Normal.
Lo que ella no tenía.
Hasta Edgar se quedó en el olvido.
Adele se sentía muy cansada por dentro.
Ya está. Es la hora de empezar una vida nueva. Sin brujería.
Un pensamiento severo le picó el corazón. Todavía no se sabe qué pasó con Evelyn. Un accidente o un asesinato. Pero para investigar el caso hace falta más plata de lo que le pagará la doctora. Aunque se puede intentar con lo que hay.
Está decidido. Adele va a contratar a algún detective privado para descubrir la verdad. Y allí, el culpable o los culpables van a pagar caro. Entonces no se terminó el trabajo de hechizos.
Adele suspiró. Juró a ella misma que la venganza por la muerte de Evelyn será lo último que hará usando las recetas del libro.
***
Catherine vivía en un barrio apartado del centro de la ciudad. En un edificio viejo.
El departamento de Catherine no era de mucho lujo, pero tenía algún toque de diseño moderno.
La mujer la recibió amablemente. Se sentaron en los sillones en el comedor.
Adele no tenía ganas quedarse mucho tiempo. Solo cobrar en irse. La doctora no era su amiga.
—Cuéntame cómo estuviste todo esto tiempo – dijo Catherine.
—De distintas maneras.
—¿Qué te pasó con la mano?
Adele hizo una mueca de desagrado.
—Largo de contar. Y a ti, ¿Cómo te fue?
—Bastante bien. Gracias a ti, recuperé a mi marido.
—¿En serio? – preguntó Adele con la voz cotidiana, sin mucho interés.
—Si. La malvada murió. Y Carl volvió arrepentido. Me costó perdonarlo. Le puse unas condiciones y así vivimos.
—¿Y ahora viven juntos? ¿Entonces ahora está en tu casa?
—Justo ahora no está. Salió de compras.
Adele notó a Catherine algo cambiada físicamente. La expresión de la cara era más brusca, nerviosa. El maquillaje puesto algo desprolijo.
—¿Y al final dejaste el trabajo en el hospital? – preguntó Adele.
Catherine se quedó pensando. Con la uña sacó una manchita en el apoyabrazos del sillón.
—Te cuento en otro momento.
—Está bien – dijo Adele
—¿Quieres comer o tomar algo? – preguntó Catherine.
—Me gustaría.
—Puedo hacer unos fideos.
—Acepto.
—Y para tomar vino.
—Perfecto.
La doctora se fue a la cocina y en un rato Adele escuchó ruido de ollas, agua de la canilla y el “click” del chispero.
“Los fideos no tardan mucho” — pensó la chica.
Después escuchó el sonido del corcho saliendo de la botella.
Catherine entró con dos copas.
Le dio una a Adele y se sentó con la otra en la mano.
Adele levantó la copa con la mano derecha y la miró trasluz. El color rubí del vino era precioso. El aroma también. La chica tomó un trago.
—¿Y cómo se llevan con el hombre? – preguntó Adele.
—Bien, que te voy a decir.
—¿Él ya se acostumbró a la nueva vida contigo?
—Completamente.
—Me alegro por ti — Adele sonrió.
Catherine miró el reloj y también sonrió.
El vino la mareo un poco a Adele. Un buen vino te hace este efecto.
La doctora estaba mirando al piso. Estaba quieta.
Sin saber que más decir Adele miró alrededor. Y recién ahora notó algo raro. En todo el departamento no había ninguna cosa perteneciente a un hombre. Absolutamente nada. Es como si no viviera acá.
¡El hombre no volvió con Catherine! ¿Y entonces dónde está?
Adele sospechó algo raro, pero ya era tarde.
Un fuerte mareo le pegó en la cabeza. El mundo empezó a girar y oscurecer.
Adele se desplomó en el sillón.
Lo último que escuchó eran las palabras de Catherine.
—"Clofelina” funciona bien en el vino.
Editado: 05.02.2025